Inmigración

Turismo humanitario

La Razón
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Versión actualizada de aquellos «Turistas del ideal» (Ignacio Vidal-Foch) antañones, el turista humanitario surca cada verano el cielo de los cinco continentes en busca de emociones fuertes, con billete de vuelta, y un chute de autoestima que, convencido de su superioridad moral, no necesita. Fuera de las grandes organizaciones religiosas (agrupadas en torno a Cáritas) y civiles (Cruz Roja u organismos dependientes de las entidades supranacionales como Acnur o Unicef), la ayuda al desarrollo es una pamema que los más espabilados utilizan como eficaz arma para la caza de subvenciones. Un chiste paronomástico hace fortuna en el sector, pues se refiere a estos bondadosos de temporada como cooperantes/copulantes, tan frecuente como es el surgimiento del amor en excursiones de este cariz, pero causa menos risa el escrutinio de los presupuestos de los chiringuitos del ramo que han proliferado en cada autonomía, casi en cada municipio de más de tres casas: sufragan con dinero público proyectos en los que más del 90% del presupuesto es la manutención del personal desplazado, enchufados de exportación con cargo al erario que convierten en sarcasmo el significado literal del acrónimo oenegé. Aunque la creíamos desaparecida, el periódico de ayer ofreció una prueba de vida de Rosa Aguilar, que yace aparcada en una consejería de tercer orden y se retrató junto a tres bomberos sevillanos absueltos en Grecia de una grave imputación de tráfico de personas: desafiaban la normativa comunitaria en aguas del Egeo como jamás osarían hacerlo en Alborán, donde la semana pasada murieron más de veinte africanos. Mola más ciscarse en el tratado de Schengen lejos de casa, tiene su plus de exotismo y siempre hay miles de tontos dispuestos a retuitear un hashtag solidario en caso de metedura de pata.