Aeropuertos
Volar como en el siglo XX
Viajar con compañías aéreas de bandera, o así al menos se llamaban antes, retrotrae en cierto modo al confortable siglo XX, cuando el bajo coste no había democratizado la aviación civil ni el terrorismo había convertido en un infierno cada visita al aeropuerto. El mundo sincrético hacia el que las mentes más evolucionadas caminan, por cierto, se observa en el colosal Heathrow, rompeolas de todos los Londres que no cuenta ya con una capilla en sus instalaciones, sino con una sala de oración denominada «multi-fe» a la que merece la pena asomarse si el tiempo entre vuelos lo permite. Es como un laboratorio del ecumenismo, la vitrina donde se expone el esperanto de las religiones. Y entre semejantes cavilaciones abordamos el añejo Jumbo de British Airways que habría de trasladarnos aquende el Atlántico, casi a la vera del Pacífico, desde donde los castigo con estas líneas. Los tripulantes de cabina de estas aerolíneas, considerados algo mejor que los esclavos, no maltratan al pasaje ni lo abroncan, y además hablan idiomas, varios, con mucho más vocabulario que el elemental para efectuar los anuncios por megafonía. Algunos cobran trienios, por lo que tampoco da la impresión de volar a cargo de tres barbis veinteañeras con sus respectivos kents, sino que se trata de profesionales formados que, si emplean una lengua romance, conocen la diferencia entre el tuteo y el tratamiento de cortesía. Son pequeños detalles que no hacen que el rudimentario asiento del Boeing 747 resulte más cómodo, o siquiera un poquito cómodo, pero que reconcilian al turista –el término está desprestigiado, es hora de empezar a reivindicarlo– con una actividad que comenzaba a tener demasiadas concomitancias con el masoquismo. Hasta la comida servida a bordo, diríase, ha perdido ese uniforme sabor a plástico.
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