Sociedad

El humor y el desamor funcionan igual

El desengaño amoroso funciona en el cerebro de la misma manera que lo hacen los chistes como bien demuestra la literatura

Una escena mítica de «Hechizo de luna», gran comedia dramática de Norman Jewison con Nicolas Cage, que en octubre visitará Sitges, y una Cher de nuevo de actualidad gracias a «Mamma mía»
Una escena mítica de «Hechizo de luna», gran comedia dramática de Norman Jewison con Nicolas Cage, que en octubre visitará Sitges, y una Cher de nuevo de actualidad gracias a «Mamma mía»larazon

Miró su reloj y llena de felicidad se dijo que ya era la hora. Tenía en su cabeza lo que iba a pasar en los próximos minutos, lo veía de forma tan nítida, que no podía esperar a que sucediese.

Miró su reloj y llena de felicidad se dijo que ya era la hora. Tenía en su cabeza lo que iba a pasar en los próximos minutos, lo veía de forma tan nítida, que no podía esperar a que sucediese. Entraría en casa, subiría al dormitorio, se desnudaría por el camino, y al entrar gritaría un enorme «¡sorpresa!», lanzándose a la cama en un salto magnífico. Su marido estaría durmiendo a esas horas, así que, algo aturdido, le costaría reaccionar, pero al verla desnuda en sus brazos, la abrazaría fuerte y se olvidarían de todo por unos minutos. Hacía diez años que estaba casada y nunca había estado tan emocionada, pensó.

Como había pensado de antemano, abrió la puerta de entrada sin hacer ruido y empezó a subir las escaleras. A oscuras, no era tan sencillo desnudarse, pero eso era lo de menos. Ya estaba en la puerta del dormitorio, respiró hondo y entró en tromba. «¡Sorpresa!», gritó, más emocionada y feliz que nunca, y saltó a la cama. Pero mientras estaba en el aire, en ese segundo y medio, comprendió que todo lo que había imaginado sólo era una puñalada en su corazón.

«¡Dios mío, qué haces!», gritó su marido, apartándose, mientras ella se daba cuenta que junto a él estaba otra mujer, tan desnuda como ella, más joven, más guapa, confundida y avergonzada a un tiempo. Ella también estaba confundida, y también estaba avergonzada, y también furiosa, y triste y desesperada y de repente se encontró riendo sin parar, a carcajadas, con lágrimas en los ojos. No había nada más divertido en la historia del amor/humor.

Y no era una risa irónica, ni histérica, de protección, sino natural, de la absurdidad de una situación que ella había imaginado a la perfección en su cabeza sólo para romperse en un segundo, como si ella fuese esa mujer elegante y hermosa que camina seductora ante la mirada atónita de todo el mundo, sólo para resbalar con una piel de plátano y caerse al suelo con uno de esos gritos, «uyyyy» tan ridículos.

Según un reciente estudio de la Universidad de Sheffield, el desengaño amoroso funciona en el cerebro de la misma manera que lo hacen los chistes, como una disrupción inesperada a las expectativas. No es tan extraño como parece. El amor funciona a partir de establecer un relato en que se proyecta en el otro las mejores expectativas de un futuro conjunto. El amor es, por tanto, un relato que se conoce de antemano y la ansiedad es que suceda tal cual lo antes posible. Y el desengaño amoroso es precisamente la certificación o prueba de que ese relato era falso.

El humor funciona igual. La realidad establece unos parámetros por el que el hombre desarrolla sus actividades a partir de una inercia que les permite no tener que pensar en cada uno de sus movimientos y reacciones. El humor funciona como un antagonismo a esta inercia, como una prueba de que la realidad, que sólo es estos parámentros, no sirve para explicar la experiencia humana en su conjunto. De esta forma, vemos a una mujer caminar por la calle y la lógica nos dice que continuará caminando por la calle, hasta que se tropieza y ya está, se cae de forma torpe. No puedes evitarlo, te ríes.

Aquí está el dilema. ¿Por qué no te ríes cuando tu pareja, en la que has proyectado tantas expectativas, te traiciona y actúa de forma contraria a la que esperarías? Según parece, el cerebro bloquea entonces cualquier sentido del humor. El amor es, por tanto, un relato mucho más poderoso que la mismísima realidad y no tiene contraverso. El amor, por decirlo de alguna forma, es más real que la mismísima realidad que todos compartimos.

En este sentido, también hay que darse cuenta que el amor es una reacción nerviosa unipersonal, mientras que la realidad es un soporte vital compartido. Todos podemos reírmos igual de un chiste, pero difícilmente nos enamoraremos de la misma forma de la misma persona. Hay demasiado condicionantes. ¿Pero el amor no puede ser divertido entonces? Claro que sí, debería serlo, y hay muchas pruebas de que puede y debe serlo.

Divertidos desamores

En la historia de la literatura hay grandes novelas cómicas con el amor como protagonista. Sólo hay que pensar en clásicos contemporáneos como «Se acabó el pastel», de Nora Ephron o «Alta fidelidad», de Nick Hornsby. Hay historias realmente desconcertantes en «De qué hablamos cuando hablamos de amor», de Raymond Carver, por no hablar de hitos como «Tomates verdes fritos en el café de Whistle Stop», de Fannie Flagg, o «A la caza del amor», de Nancy Mitford, incluso «El diario de Bridget Jones», de Helen Fielding. Shakespeare, Auten, Lope, el amor tiene diez millones de facetas cómicas. Por ello, la próxima vez que descubra que su persona amada le engaña con otra, lo mejor para hacerla desaparecer para siempre es reír a carcajadas, romper el relato, vengarse y a otra cosa.