Crítica de cine

Los cuatro cantantes con más mala suerte del rock

El talento artístico a veces no es proporcional con el reconocimiento público, pero el desfase a veces es hasta ridículo

Billy Mackenzie y sus The Associates
Billy Mackenzie y sus The Associateslarazon

El talento artístico a veces no es proporcional con el reconocimiento público, pero el desfase a veces es hasta ridículo

La vida es cruel siempre, no importa el talento que uno tenga. A veces incluso parece que lo es mucho más con estas personas extraordinarias, como si les exigiese fastos, dádivas, honores por los dones que poseen y si no se los dan, pues la fatalidad cae sobre ellos sin ninguna piedad. Quiza es que simplemente existen personas con mala suerte endémica.Nombres como Billy Mackenzie, Roky Erickson, Terry Reid o Epic Soundtracks son nombres que no dicen nada al gran público, pero para sus fans significan todo. ¿Es eso mala suerte? Muchos dirían que no. Muchos serían felices con sólo una décima parte de la aclamación que consiguieron en vida, y sin embargo... cuando uno está destinado a la grandeza, la normalidad es el horror.

El primer ejemplo es el de Billy Mackenzie, vocalista de la banda inglesa The Associates, extraordinario duo post punk que fue mejor que cualquier otro grupo de los primeros años de los 80. La voz de Mackenzie era de una belleza crepuscular, una especie de Rafael escocés, que convertía en lírica y poderosa los nuevos sonidos de la new wave inglesa. Pronto llamaron la atención de los medios especializados y encontraron su público, pero ésta no es una historia con final feliz. Bono lo adoraba, Björk hubiese matado por poder cantar con él, Souxie todavía lo llora, pero este hombre no quería ser una estrella de rock al uso y lo pagó. Prefería quedarse en su casa en los highlands escoceses con sus perros que salir de gira y actuar noche sí noche también. Eso acabó con su banda dejando dos discos para la historia, «The affectionate punch» y «Sulk». A los 39 años, la muerte de su madre acabó por desbordar su depresión y se suicidó sin cumplir esa vida de éxito y fama que parecía que el destino le debía.

Otro artista de triste destino es Roky Erickson, uno de los padres de la psicodelia de finales de los 60 con los míticos The 13th elevator floor. A finales de 1969, para eludir la cárcel, alegó locura y en 1970 entró en el Hospital Estatal de Austin. Allí le tratarían su esquizofrenia con electroshocks y terapias invasivas. Salió tres años después convertido ya en otra persona, un paranoico temeroso de los extraterrestres. Se convirtió virtualmente en el protagonista de una película de terror de serie b de los 50. Aún así todavía dejaría maravillas como «Don’t slender me» o «I walk with a zombie». Falleció el pasado mes de mayo con los mismo miedos y con el mismo talento.

Menos trágica, pero el epítome de artista lleno de mala suerte y peores decisiones, es Terry Reid. Cuando Jimmy Page quería formar una nueva banda tras el fin de los Yadbirds, el guitarrista le ofreció a Reid ser su vocalista. Sin embargo, el cantante ya se había comprometido para salir de gira con los Rolling Stones y Cream, así que rechazó la invitación. Eso sí, llamó a su amigo Robert Plant para que formase parte de la banda y se lo recomendó enfervecidamente a Page. No sólo eso, también le recomendó un batería llamado john Bonham. La banda acabó por ser Led Zeppelin. ¿Cuántos conocen a Led Zeppelin y cuántos a Terry Reid? El propio Plant lo consideraba la voz de su generación. Su voz no se rompía en los agudos y sus gritos te sacudían por completo. Y acabó por ser un reclamo para las grandes bandas como músico de estudio. Canciones como «Super lungs» o «Without expression» dan buena muestra de su talento.

Por último, una lista de cantantes perseguidos por la mala suerte no podía escribirse sin Epìc Soundtracks, uno de los secretos mejor guardados de la época grunge. El batería de Swell Maps, una banda de post punk de los 80, inició la década de los 90 con uno de esos discos que trasforman la vida de las personas, «Rise above». De pronto, el batería se convertía en compositor y cantante para una docena de canciones de espíritu folk y delicadeza emocional que mostraban a un hombre vulnerable, sensible, amante de la bondad y la belleza, pero incapaz de soportar el agetreo y el ruído de la vida contemporánea. Sus fans incluían a Thurston Moore o Evan Dando, pero pocos más. Acabó con su vida a los 38 años en Londres, «por tener roto el corazón», dijeron.