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Política

Pintura

Historia de amor al óleo

Montserrat reivindica a la pareja formada por Albert Ràfols-Casamada y María Girona

Retrato de sus años de juventud de María Girona, pintada por Rafael Benet y Albert Ràfols Casamada, pintado por Joan Palà larazon

Montserrat reivindica a la pareja formada por Albert Ràfols-Casamada y María Girona.

El mundo era una de esas pinceladas de gris asfalto que ahogan e inventan el llanto. Y sin embargo, ellos estaban llenos de color. Aquel día llovía y hacía un viento huracanado que levantaba los paraguas y convertían el recato en burla despeinando a los jóvenes hasta convertirlos en muñecos ridículos. Aún así, la primera vez que se vieron algo se despertó en su corazón, como un fuego de rojos, naranjas y amarillos que quisiese reír, gritary pintar bailando. Estaban en la academia del pintor Ricard Tàrrega, uno de esos maestros de la vieja escuela que creía en la lineanidad del realismo severo y en el orden del sentido común. Nada más lejos de los rojos, naranjas y amarillos de aquellos dos.

Estábamos en el otoño de 1945, con un joven y elegante Albert Ràfols Casamada de unos 22 años con la corbata bien y el corte del traje impecable. Todavía no sabía que se convertiría en pintor y poeta. En su imaginación, buscaba el lado pragmático de la vida y sentía que la arquitectura podría vehicular mejor aquella extraña fuerza creativa. Ella, María Girona, con sus vestidos de estampados de verdes y azules, tenía la misma edad, pero ella hacía demasiados años que se había prometido que jamás se engañaría a ella misma y que iba a ser una gran pintora. Su determinación era furia amable y los dos acabaron por crear al pintor que querían ser en el otro. El siglo XX ya tenía otra historia de amor que celebrar.

Juntos y jóvenes, estaban dispuestos a arrancar el gris del cielo de la posguerra franquista revitalizando un mundo artístico hasta entonces deprimido. Formaron el grupo de «Els vuit» dejando marcado su talento en las galerías Pictòria e incluso impulsaron la primera representación de una obra de teatro de Lorca en España desde su fusilamiento. A partir de 1948 expusieron en los salones de Octubre que pretendían romper el aburrimiento del arte de la época y buscar el dinamismo y la fiesta de las vanguardias para acercarse a la Europa moderna.

Aún así, el tiempo en la España franquista era lento, severo, inflexible y envejecía prematuramente. Así, gracias al Cercle Maillol, consiguieron una beca para estudiar en París y de nuevo juntos buscaron eso que tantos artistas ansían, que la vida se parezca más a sus cuadros, no que sus cuadros se parezcan a la vida. No son escapistas, ni mucho menos, son apasionados artistas que buscan transformar la realidad y participan activamente en multitud de actos reivindicativos. Siempre juntos, hasta el final.

Su vida íntima siempre quedó para ellos, pero su amor se ve en cada cuadro, en cada pincelada, en cada fervor de cada acto en el que participaron. Juntos, siempre. Puede que el mundo no estuviese preparado para una pareja de artistas y la obra de Girona quedase relegada a un segundo plano ante el éxito de él, pero en casa, en la intimidad, no había resquicios para la injusticia. Ràfols Casamada era el primer entusiasta de su talento.

El Museu de Montserrat presenta la exposición «L’Equilibri Possible», una retrospectiva sobre la obra de Ràfols Casamada y Girona, que incluye en un centenar de piezas sus obras, diversa documentación y cuadros de sus contempooráneos relacionados con ellos que ayudan a contextualizar la importancia y relevancia artística de la pareja, no sólo de él. En este sentido, la exposición sirve para reivindicar una vez más la figura asombrosa de Girona. «Queremos poner en diálogo sus obras y demostrar que la pintura de Girona tiene un lenguaje y una consistencia que permite situarla al mismo nivel que la de su marido», aseguró ayer Bernat Puigdollers, comisario de la exposición.

La muestra pone en relieve cómo Girona fue vital para centrar el talento de Ràfols Casamada a la dirección correcta. Por su parte, el pintor inspiró a Girona a ir más allá, a no conformarse en la búsqueda de un lenguaje personal y decidido. «Es un viaje al entorno más íntimo y a las experiencias compartidas del matrimonio», concluyó Bernat Puigdollers.

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