Fotografía
La Virreina descubre la cara oculta de Steve Jobs y los gurús de Silicon Valley
Desde Silicon Valley se ha cambiado el mundo, pero toda revolución tiene un precio. Un ejemplo, en 1992, un joven programador japonés, Ko Isono, se disparaba en el corazón al saber que, después de escribir un millón de líneas de códigos para el nuevo ordenador Newton de Apple, tenía que empezar su trabajo de cero al cambiar el chip principal del sistema. Otro de sus colegas apuñalaba a su compañero de piso y la depresión, divorcio y crisis de ansiedad eran habituales. ¿Y todo para qué? El Newton fue un fracaso absoluto, aunque sin sus aportaciones nunca hubiesen existido ni teléfonos como el iPhone, ni el iPad.
50 imágenes documentales
Doug Menuez estuvo en la etapa heroica de Silicon Valley, cuando se pasó de inventar ordenadores en pequeños garajes a crear macroempresas capaces de dar trabajo a más de un millón de personas. De la mano de Steve Jobs, que confió en él para que documentase el proceso, fotografíó a todos los grandes genios de la época. «La gente me llamaba y me decía, no sé lo que estás haciendo con Steve, pero queremos que hagas lo mismo con nosotros. Tenía las puertas abiertas para ver cómo esta gente se mataba por conseguir el siguiente gran avance», aseguró ayer Menuez.
La Virreina Centre de la Imatge acoge hasta el 24 de septiembre una exposición con 50 fotografías que recogen los momentos más singulares de esta gran aventura. Podemos ver a un Steve Jobs pensativo, con la mirada perdida; un Bill Gates con una sonrisa desafiante ante la prensa; a Bill Clinton hablando con los magnates de Silicon Valley para buscar financiación para su partido o al pintor David Hockney en una clase aprendiendo a utilizar el «photoshop». En total, Menuez posee 250.000 negativos de esos quince años de historia. «Jobs fue la puerta de entrada para documentar a toda una generación, en una historia que habla más del fracaso que del éxito. Sobre todo habla de la obstinación y la dedicación por dotar al mundo de una nueva revolución tecnológica», señala el fotógrafo.
La muestra junta a inversores con ingenieros, a políticos con diseñadores, todos volcados en un mismo objetivo. «Trabajaban 120 horas semanales. Empezó así por la excitación de crear algo nuevo y acabó como una exigencia. Se habla de "Google"y cómo tiene lavandería, zona de juegos, guardería. Eso tiene trampa. Al final ya no había ninguna razón para salir del trabajo», concluye Menuez.
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