Literatura

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¿Por qué mamá no me quiere?

Escritores, artistas y músicos se han visto lastrados por una relación fatal con su madre

La relación de Edgar Allan Poe con su madre adoptiva fue conflictiva
La relación de Edgar Allan Poe con su madre adoptiva fue conflictivalarazon

Escritores, artistas y músicos se han visto lastrados por una relación fatal con su madre.

¿Es posible que una madre mire a su hijo y no sienta amor? ¿Puede que lo máximo que sienta sea completa indiferencia? ¿Es incluso posible que lo que experimente al verle sea rechazo y odio? Existen cientos, miles de casos, o sea que no sólo es posible, sino que es más común de lo que podría parecer. En la actualidad, el punto de vista políticamente correcto es ponerse en la piel de estas madres e intentar comprender estos sentimientos como si fueran resultado de una enfermedad psíquica a la que hay que tratar, no juzgar. Es el eterno problema de irresponsabilizar a todo el mundo de sus actos a partir de derivaciones psicológicas y condicionantes sociales.

Está bien esta postura, por supuesto, está bien no simplificar y categorizar en buenos y malos, siempre que el primer punto de vista que se estudie y sea relevante sea el del pobre hijo, que vivirá lastrado lo que le reste de vida por ser un niño no querido. Es decir, primero apiadémonos del niño y luego de todos los demás.

Pensemos, por ejemplo, en Eric Clapton, el genial guitarrista auto de temas como «Layla» o «Tears in heaven». Su madre lo envió a vivir con su abuela cuando nació y ella se marchó a vivir su vida, criando a una nueva familia. A los ocho años, hizo que su abuela lo trajese a su casa. Allí, la buena señora, que seguro que tenía sus razones, no sólo no le permitía que la llamase mamá, sino que se enfadaba cuando Eric llamaba hermano al niño que había tenido con su nueva familia. Un día, sin entender nada, Eric se acercó a la señora y le preguntó: «Sé que eres mi madre porque me lo han dicho, pero serás mi mamá a partir de ahora». La mujer se limitó a contestar que no, que lo mejor era que todo continuase como hasta entonces y al día siguiente se lo volvió a dar a su abuela para que se lo llevara de allí.

Pattie Boyd, mujer de George Harrison del que Clapton quedó prendado, incluso le dedicó el álbum de Derek and the Dominos, donde aparecía la canción «Layla», historia mítica de la desesperación de un amante ante una mujer casada, aseguraba: «Eric siempre tuvo una relación compleja con las mujeres por culpa de su madre. No sabía cómo tenía que relacionarse con ellas». Clapton sabía que hacía mal enamorándose de la mujer de su mejor amigo, pero vivía en la búsqueda de aquel rechazo original, atraído por esa figura del amor, su madre, que le negaba cualquier acercamiento. Clapton se enamoró de su madre y sólo deseaba reclamar el amor que se le había negado. Boyd era, así, la amante perfecta. Acabaría casándose con ella, en una relación que estaba condenada al fracaso. Y fracasó.

Porque la madre es el principio de todas las cosas, pero sobre todo del amor, y si el principio es el rechazo, la virulenta negación del amor destroza el carácter y lo vuelve inconsistente y caprichoso. Muchos artistas, músicos, escritores, pensadores, personas creativas en general han tenido desde muy pequeñitos esa negación del amor, el rechazo de la madre, que han tenido que hacer frente a partir del arte, que es simplemente la reinvención del amor, su transformación para que vuelva a tener sentido, o vuelvan a sentir, básicamente.

Los casos son múltiples. Si pensamos en Margarite Duras, encontramos uno de los ejemplos más significativos, la mujer incapaz de aceptar un destino lejos de la grandeza prometida en su infancia y que o culpa a sus hijos de la situación o vuelca todas sus esperanzas de redención en ellos para sacarla de la mediocridad. La escritora de «El amante» encontró en su madre ese pozo sin fondo en que uno iba a refugiarse pero lo único que lograba era la sensación de caer, de caer, de perderse. Sin saber hasta qué punto era real su recuento de su prostitución para que la madre pudiese costearse su vida en Saigon, lo cierto es que esta anécdota puede servirse como metáfora vital. Ella, la niña, es sólo un billete, un vehículo, a una vida más cómoda. Si la madre siempre es el amor, entonces el amor es una transacción, una violencia. La turbulencia vital, a partir de aquí, no era más que un jaque mate visto desde el tercer movimiento.

En este aspecto hay muchos otros casos, como el del pobre John Kennedy Toole, con una madre tan dominante y posesiva que no le permitió tener amigos en su infancia. Este secuestro social acabó por desarbolar su capacidad afectiva y terminó derivando en una incapacidad sexual. En este caso, el amor de la madre era exclusivo, es decir, el amor no era nunca para fuera, para conquistar, sino que era para adentro, lo que le hacía escéptico y temeroso de todo lo que no estuviese en las cuatro paredes de la casa de sus padres. Acabó por suicidarse con apenas 33 años después del rechazo generalizado de las editoriales a su obra maestra, «La conjura de los necios». Aquí el rechazo fue criminal, en el sentido que refrendó la idea que no existe el «amor hacia afuera». El libro era, en realidad, un grito histérico de socorro, del que nadie quiso escuchar. La madre acabó por destruir la carta de suicidio que escribió el hijo y no dejando nunca claro qué había hecho. Seguramente, pondría algo como: «te quiero mamá, haz que publiquen mi novela, haz lo que sea, demuestra que el amor siempre es hacia afuera». La madre sí se esforzó por publicar la novela póstuma de su hijo, pero no lo hizo por las razones deseadas, sólo para poder decir que ella era la madre del genio que había escrito ese libro, lo que para su modo de ver el mundo, era como decir que ella era la autora del libro.

Otro escritor sureño contemporáneo de Kennedy Toole, Truman Capote, también tiene una historia trágica detrás. En su caso empieza muy pronto, puesto que se dice que su nacimiento ya fue fruto de un aborto frustrado. No había mucho amor en el corazón de su jovencísima madre de 16 años para este escritor, al que también veía con recelo como un extraño parásito que la estaba destruyendo, afeando, obligándola a envejecer. Así se escapó con el padrastro y olvidó al niño en Alabama con su abuela. Al final, se lo llevó con ella a Nueva York en busca de nuevas oportunidades y superar esa sensación de niño no querido. Pero a medida que Capote iba creciendo, su homosexualidad se convirtió en un problema para una señora que veía todo desplazamiento de su belleza ideal como una enfermedad malsana. En este caso, Capote si logró ser reconocido y quien acabó por suicidarse fue la madre, que se quitaba la vida con gran sentimiento de culpa.

Otros que se vieron obligados a salir de casa por culpa del desapego que sentía la madre por sus progenitores fue Honore de Balzac, que vivió en internados y en casa de su abuela con muy esporádicas visitas de sus padres. Cuando su madre tuvo otro hijo, fruto de una relación extramatrimonial con un amigo de la familia, la mujer se desvivió por el pequeño, dejando claro a los primogénitos lo poco que importaban y lo mucho que se les había robado. El amor de la madre nace, a veces, del mismo amor que la madre ha sentido o vivido. Está claro que el padre de Balzac tenía parte de culpa de la desidia que la madre sentía por sus hijos, pero esto no la exime de responsabilidad. «Nunca tuve madre... Mi madre es la causa de todo el mal de mi vida», escribiría Balzac, demostrando cómo la matriz materna se extiende mucho más allá del útero y del nacimiento y que moldea a los niños hasta su independencia emocional.

Como diría Rudyard Kipling, «Dios no podía estar en todas partes y, por tanto, creó a las madres», lo que viene a significar que la creación afectiva no es algo divino, sino humano, y viene directamente de la madre. ¿Están cambiando los roles hasta el punto que el padre está adquiriendo este poder trascendental? En el pasado, se creía que la figura paterna era la responsable de la creación moral del individuo, pero ahora lo único que podemos ver es la necesidad de liberarnos del poder creador de nuestros progenitores para ser realmente libres. ¿Podrán crecer niños a voluntad sin los lastres de sus padres? No.