Dublín
Todo un personaje
Los grandes protagonistas de las novelas de aventuras vuelven a estar de moda para las nuevas generaciones
Los grandes protagonistas de las novelas de aventuras vuelven a estar de moda para las nuevas generaciones
Cuando alguien dice «es todo un personaje», puede significar dos cosas, o que tiene una personalidad extravagante, rara, rara, rara, o que es un individuo capcioso que actúa sólo por un maquiavélico (para los mal pensados) plan predeterminado. La clave es la entonación del «todo». Sea como sea, quién no es todo un personaje, incluso en las dos acepciones del término, porque no hay quien no tenga sus particularidades, que bien exageradas podrían salir en cualquier novela de la historia. Claro que luego existen ciertos personajes que de tan extraordinarios y gargantuescos que salen de todas las definiciones. Estos no saldrían en cualquier novela de la historia, son demasiado grandes, necesitan una novela para ellos solos.
En verano, no hay nada mejor que las lecturas fantasiosas, con protagonistas más grandes que la vida misma. Nos llevan a territorios inexplorados de nuestra propia imaginación y de paso nos hacen un poquito más grandes pues minimizan nuestros límites, miedos y complejos. Los caracteres excéntricos siempre expanden los límites. No los rompen, no nos harán creer que somos un pájaro tambor, pero sí que pueden hacernos más bravos.
El epítome de estos personajes es Rocambole, el rey del folletín, obra de Pierre Alexis Ponson du Terrail, que convirtió a un criminal y ladrón de guante blanco en todo un fenómeno aventurero que inventó la palabra «rocambolesco», en referencia de algo inverosímil y extraordinario. Sus giros argumentales, sus “¡tachaan!” con 200 platillos, son adictivos, pero es Rocambole, su carisma y fantasiosa forma de comportarse y salirse con la suya, que hace que dos siglos después sea todavía más fascinante que cuando se creó. Si Flaubert dijo «yo soy madame Bobary», Ponson du Terrail nunca se hubiese atrevido a decir que «Rocambole soy yo» porque todo el mundo odia a los jactanciosos pollos, bocazas y chulos de braguetas de botones de oro. ¡Quién le iba a creer!
Un primo de Rocambole, aunque sin autor conocido, es «Herne el cazador» (Lumen). Herne es un hombre que monta a caballo coronado con astas de ciervo, rodeado por una jauría de perros con muy malas pulgas, que cabalga por los bosques en busca de injusticias. Héroe popular por excelencia, podría considerarse el primer superhéroe de la historia, porque escondía su identidad bajo el disfraz de cornudo enmascarado. Y por muy fantástico que parezca, existió, incluso Shakespeare hace referencia a él. Sus historias son todo pasión por la aventura, y qué hay mejor que eso.
También anónimo es «Las aventuras de Jonathan Corncob» (Mr. Griffin), que dicen que son escritas por el mismo Corncob, pero no, es imposible, está claro que es de esas cosas que «como no existen lo mejor es inventarlas». La primera gran novela de la literatura norteamericana, escrita en el siglo XVIII, nos presenta a este fanfarron, calvo, que a los 24 años ya ha vivido mil vidas y las explica con todo lujo de detalles, en esa América en mayúsculas de los pioneros, antes de que Mickey Mouse y los rascacielos lo homogenizasen todo.
Más moderno es «Las bestiales bienaventuranzas de Baltasar B», de J. P. Donleavy, un dandy tan tímido y sentimental como osado y cínico, según le venga en gana la máscara que más le interese. Éste si que es, todo, un personaje. Le seguiremos por Dublín, Londres, París para unas divertidísimas aventuras que llenan a un tiempo de humor y ternura, como Chaplin.
Aunque el más grande de todos es Harry Flashman, de George Macdonald Frazer, que Edhasa ha publicado toda la serie. Este soldado cobarde que juega con el azar a favor y con una jeta a prueba de bombas es el aventurero más grande que ha dado el siglo XX. A partir de aquí los ejemplos son infinitos, de «Harriet la espía», de Louise Fitzhugh y su niña de once años más dura que James Bond a «Rookwood», de William Harrison Ainsworth, aquí toda una familia de románticos locos o «Vida e insólitas aventuras del soldado Ivan Chonkin», del ruso Vladimir Voinóvich.
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