Ciencia
Álvaro Pascual-Leone: «Un cerebro sano no es un cerebro joven»
Álvaro Pascual-Leone, profesor de Neurología en la Escuela Médica de Harvard, es uno de los quince mejores investigadores del mundo en el campo de la neurociencia
Caxton College organizó ayer el III Foro de Innovación Educativa en Valencia. El cartel de esta edición estuvo encabezado por Álvaro Pascual-Leone, profesor de Neurología en la Escuela de Medicina de Harvard. También dirige el Centro de Estimulación Cerebral no invasiva y el Centro de Investigación Clínico General del Centro Médico de Beth Israel Deaconess en Boston. Además, ha sido profesor en los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos y galardonado con el «Daniel D. Federman Outstanding Clinical Educator Award». Para la Agencia Reuters, es uno de los quince mejores investigadores en el campo de la neurociencia a nivel internacional. Responde a las preguntas de LA RAZÓN antes de su conferencia, titulada “El reto de educar un cerebro sano desde la infancia hasta la vejez”.
-¿A qué nos referimos cuando hablamos de un cerebro sano?
-A mí me gusta decir siempre, para empezar, que un cerebro sano no es un cerebro joven. Un cerebro sano es tener un cerebro que funcione de la forma adecuada, no solo en cuanto al rendimiento, sino también tengamos la edad que tengamos. Los retos, por tanto, son distintos. Además, debemos ser conscientes de que un cerebro sano, si hablamos con la metáfora del coche, debe conseguir, más allá de una aceleración y una determinada velocidad punta, ese rendimiento usando la cantidad de gasolina adecuada, sin quemar las bujías. Debe funcionar de forma paralela a la capacidad de mejora del propio motor. Un cerebro sano es un cerebro cuyas capacidades van a ir mejorando para el beneficio del individuo. Contrariamente a otros sistemas, el cerebro parece que mejora o va a peor, pero nunca se queda parado.
-Nuestro actual modo de vida no es, quizás, el más sano para nuestro cerebro.
-Totalmente de acuerdo. Las circunstancias sociales que nos rodean, los impactos de las nuevas tecnologías, las expectativas creadas en la sociedad... Son todo razones adicionales de estrés y de retos para nuestro cerebro. Retos nuevos a los que no estamos acostumbrados. No hablo de algo negativo o positivo, pero lo crítico es cómo hacemos para sobrellevarlos.
-Los niños, hoy en día, crecen rodeados de pantallas.
-Creo que, en sí mismo, esto no es ni bueno ni malo. Es una realidad y el impacto de estas tecnologías es inevitable. Tratar de evitarlo genera tanto estrés como el uso indiscriminado. Hay que ser conscientes de que esta realidad da lugar a riesgos: hay adicciones que son elementos discapacitantes y pueden causar problemas a largo plazo.
-¿La innovación pedagógica pasa entonces por las nuevas tecnologías?
-Sí. Creo que la responsabilidad de estos riesgos recae en los padres, en las familias, en los amigos, pero también en los centros. Y, por supuesto, en la sociedad en general. La labor va más allá de educar al respecto: hay que hacer para ayudar a los más pequeños y a los jóvenes a usar mejor estas oportunidades. No pienso en ello como algo negativo como tal. Todo depende del uso y cómo se involucren sus participantes. En ese esfuerzo, los profesores juegan un papel crítico.
-¿Cómo se explica el repunte que estamos observando de niños con trastornos como el TDH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad)?
-Me da la sensación de que hay distintas razones. Se explica por el impacto de cambios sociales, de la vida, del medio ambiente, de las demandas de esta sociedad... Vivimos en un mundo con muchos más «inputs» de los que teníamos antes. Una inmediatez de demanda mucho mayor, una tendencia a la impulsividad... Todo esto pone nuevos retos al sistema nervioso. Pero hay más aspectos: tanto los padres como los profesores o los profesionales de la salud tenemos mejores instrumentos para diagnosticar estos trastornos. En parte hay más casos, pero también se diagnostican mejor. Se identifican de forma más clara. Y también hay una mayor tendencia a medicalizar las cosas. En vez de conformarme con pensar que mi hija se pone nerviosa durante época de éxamenes, busco una respuesta externa para señalar el problema. Esta medicalización da lugar a un aumento del número de diagnósticos, pero hay algo mucho más peligroso detrás: da pie a un tratamiento excesivo con medicación, a buscar un milagro y no darnos cuenta de que el apoyo familiar sigue siendo crítico. Evitamos una actuación más solística, que pueda ayudar a la persona de una mejor forma.
-Usted defiende el autocontrol y la prevención. ¿Son estas las pruebas definitivas de la madurez?
-(Resopla) Creo que la conciencia de estrategias que el individuo puede buscar para ser arquitecto de su propio cerebro es parte del reto de la educación para lograr un cerebro sano. Es algo que debe comenzar con los niños. Hacerlos más activos, más partícipes de las vivencias. La vida es un maratón; si sales corriendo como si fuera una carrera de 25 metros, te vas a quemar. Hacerlos partícipes de esta trayectoria, un humanismo definido de una forma nueva, con la realidad social en la que vivimos, y con una conciencia de ciencia, de arte moderno y de ética deben ser aplicables tanto a los niños como a la gente más madura.
-¿Cuál es la situación de España a nivel de desarrollo educativo en comparación con otros países?
-En muchos aspectos, la sociedad europea, y la española en particular, tiene ventajas sociales sobre la sociedad americana. En España, la importancia real de la familia y los amigos, las proximidades sociales y sus responsabilidades, es parte de cómo somos. La vivencia del unir, de que en la nutrición, en las comidas, hay un componente social, una sobremesa, un esfuerzo que se traduce en empatía y cariño, es algo mucho más mediterráneo que americano. Lo que tenemos que hacer es no perder eso. La neurobiología que vamos entendiendo muestra el beneficio de ello, no es accidental que la proyección de la esperanza de vida sea tal como para que España vaya a superar a Japón (ríe), ¡esto es real! No podemos arriesgarnos a perderlo. En un mundo progresivamente más global, tenemos que entender que la diversidad no es la unificación de todos a lo mismo, sino la celebración de las diferencias. Esto es de Pedro Salinas: «¡Gloria a las diferencias entre tú y yo!». Eso es. (Silencio) Eso es lo que tenemos que celebrar.
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