Valencia
Paladares singulares, gastrónomos eternos
El empeño emocional nos obliga a recordar a los amigos gastrónomos que nos han dejado este año
El empeño emocional nos obliga a recordar a los amigos gastrónomos que nos han dejado este año
Un día como hoy polariza los recuerdos y aúna voluntades nostálgicas. El empeño emocional nos obliga a recordar a los amigos gastrónomos que nos han dejado este año. Hay leyendas culinarias que conviene desterrar de vez en cuando.
Los recuerdos acuden con puntualidad periódica. Convencidos de la inmediatez de ese amanecer gustativo libertador que representa el almuerzo, nos entregamos desde el primer minuto. Aunque somos conscientes que ninguna lógica frena pasiones y afectos, a veces vivimos atrapados en la burbuja del recuerdo de históricos «esmorzarets» que colapsan nuestra memoria.
Historias gastrónomas esculpidas en el corazón, comidas irrepetibles, sobremesas ejemplares, carentes de tabúes culinarios. En suma lecciones del paso de su existencia por convicción y quijotismo. Se silencian las personas pero no sus vidas. Clientes fetiches con una declaración de principios clara, recelar de la espesura hostelera. ¡No, ahí no !.
Gastrónomos apasionados de paladar oceánico, con un horizonte gustativo infinito, desde el que catalizaban experiencias hosteleras de cualquier índole. Cualquier momento era bueno. La opinión culinaria más banal y discutible se convertía en un argumento irrefutable en boca de ellos. Y así hasta agotar todas las formas de entusiasmo gourmet. De ahí nace el encanto con que seducían a la tropa gastrónoma. Ese alarde de genuina buena gente, que convertía el fracaso gustativo en una victoria culinaria en cuestión de horas.
A pesar del espíritu inicial encogido guardamos una clara devoción, bajo un diluvio de anécdotas con templada cadencia cronológica, fácil de explicar. Entusiastas agitadores para fijar cualquier comida. Mención especial merece su capacidad para aglutinar a diferentes caracteres en una misma mesa.
Perseguidores de la expropiación del mal humor y la acotación de cualquier discusión. Como hombres prudentes, amigos de consenso, les cuadraba como un guante la célebre sentencia: Las comidas dotadas de una satisfacción perpetua nunca se agotan.
Nunca ha existido tan alto consenso entre los participantes del almuerzo. Su popularidad era unánime, cautivaba la calidad personal que se respiraba en cualquier sobremesa donde ellos participaban. Siempre buena cara, ni un mal gesto. Los camareros y hosteleros conocían hasta la extenuación sus obsesiones y pasiones disfrazadas de costumbres. Es fácil intuir su vida, la manera socialmente comprometida con la que se movían nos arrastraba.
El recuerdo por acción e inacción influye en nuestras vidas. Parafraseando a Concepción Arenal el mejor homenaje que puede tributarse a las personas buenas es imitarlas.
Pues eso. Con pan y vino se anda el camino. No se resistan a aceptar la evidencia, el olvido de las experiencias gustativas pretéritas nos puede hacer perder legitimidad. Amplifiquemos los homenajes, honrándolos en futuros encuentros gastronómicos, esa sería la mejor forma de reafirmar su figura.
Desbordados por el recuerdo, nos desarma la memoria un día como hoy. El almuerzo se convierte en una inmersión gustativa al recordar sus platos favoritos. La nostalgia no se impone, se construye, sin atajos, solo con nuevas vivencias. La animada charla se abastece ruidosamente de anécdotas. La conversación durante la sobremesa se convierte en el eje de un tío vivo, dónde los comensales giran a su alrededor hasta que la emoción descarrila. Este artículo no es más que una aspiración a extender su biografía. Por eso la sobremesa eterna se prolongará en el tiempo. Hasta siempre amigos.
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