Gastronomía
Samarkanda: sintonía viajera, proximidad gourmet reconocible
El maridaje entre la influencia viajera y la cercanía gastrónoma se conjugan en un enclave ideal donde la sobremesa se convierte en un heraldo continuado de estímulos permanentes
Al visitar la estación de Atocha con cierta frecuencia, tarde o temprano, nuestros paladares deben rendir cuentas en el restaurante Samarkanda. La tentación es poderosa y no se imponen argumentos disuasorios para no aceptar la propuesta.
Nuestra decisión es instantánea y unánime. Los deseos comensales no se comunican se intuyen, nos encaminamos hacia este café restaurante de aire colonial que abraza, desde su terraza, el jardín tropical de la terminal ferroviaria.
En la gastronomía al igual que en los viajes, si se va acompañado, el tiempo es uno de los materiales más inflamables. Las prisas no deben condicionar el encuentro si la satisfacción llega puntual a los paladares. Ya se sabe, en el comer y el viajar todo es empezar.
Tras la despedida, ya en el interior del Ave, caemos en la cuenta que la primera comida, tan fresca en el recuerdo como la última vivida, en este establecimiento ocurrió hace casi 25 años. Aunque es conveniente cierta distancia, hoy haremos una excepción, y obligada invisibilidad, las deudas obligan y espero que esta crónica se convierta en un texto de reparación. ¿Cómo va viajar uno a un sitio si ya está en él ? Así que vamos con ello.
El valor del lugar es innegociable y la proximidad gourmet no puede fingirse ni atribuirse a un momento pasajero, sino que emana de una aleación exacta de temple culinario y conocimiento hostelero que hasta los gastrónomos exigentes que me acompañan venidos desde Barcelona, Bilbao y León reconocen de forma instintiva.
El gusto del viajero se alimenta de ilusiones y no hay ilusión más consoladora que una sobremesa de infinita versatilidad. Sus platos invitan a una inmersión culinaria para ver sus fondos gustativos. Carta uniformada por entradas frías y calientes que asoman con rotundidad. El reencuentro con el legendario «tomate Samarkanda relleno de mousse de ventresca y salmorejo de albahaca» es más que grato. Este plato se niega a envejecer, siempre de moda. Tras probarlo, nos atrevemos a parafrasear el himno «Good save of Tomato». Las tempranas satisfacciones vuelven asomar al probar la ensaladilla rusa, mientras la parrillada de verduras de temporada se infiltra con éxito.
Desde un enclave ideal se dibuja una realidad gustativa que conjuga paralelamente la tradición actualizada y un espíritu renovador que revitaliza platos populares. Acreditado el acierto al elegir «presa ibérica a la barbacoa con pintura de maíz», fantástica es la consigna que corea nuestro animoso comensal vasco. Aprovechando la coyuntura nos atrevemos a conocer el «bacalao confitado con setas de temporada y sus callos». Este maridaje cotiza al alza. Te conozco bacalao y me gustas demasiado, con permiso de los callos.
La excelencia de la materia prima y la armonía de sabores son el leitmotiv del viaje gustativo que nos proponen al degustar el «lomo de merluza con chips y fricasé de carabinero». Controlamos los ímpetus mientras se inicia el culto al «atún rojo en tataki con hummus de edamame». Hay platos que nacen con el destino escrito y el intenso sabor es su primer sostén. El «tartar de atún rojo con aguacate y emulsión de soja» no entiende de fronteras y hace de la versatilidad de texturas y grasas su razón de ser.
Hay dulces huellas destacadas y presencia golosa directa bajo el nombre de «nuestro pan perdido con crema helada de vainilla», y «galletas oreo con helado dulce de leche».
El maridaje permanente entre la sintonía viajera y la proximidad gourmet se consolida con una sabiduría sumellier macerada por una suficiente carta de vinos. La sobremesa se convierte en un heraldo continuado de estímulos permanentes. Nos quedamos con una certeza indiscutible, el viajero que se ponga en suerte disfrutará. No es una novedad, antes de partir o llegar, hay muchas formas de asomarse a esta terminal, no deben emanciparse sin conocer este establecimiento. El cliente, anémico de oportunidades culinarias, tiene aquí su última oportunidad antes de subir al tren.
Allí donde se vive una sobremesa interesante uno debe comprometerse a pronunciarse, y no hacerlo supone una forma de complicidad con el olvido gustativo. Próxima estación: Samarkanda, sintonía viajera & proximidad gourmet. Hay motivo.
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