Música
Vino & música: maridaje permanente
En Bodega Albarizas el vino y la música protagonizan un test de compatibilidad tutelado por el buen gusto. Maridaje con voz propia que se ciñe a un ilimitado metraje de sensaciones entre decibelios sublimes
En Bodega Albarizas el vino y la música protagonizan un test de compatibilidad tutelado por el buen gusto. Maridaje con voz propia que se ciñe a un ilimitado metraje de sensaciones entre decibelios sublimes
La casualidad gobierna nuestras vidas, la víspera del día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, en pleno «prime time» del tardeo, recibimos la noticia de una original propuesta que fusiona la música con el vino. Como un guiño a los acontecimientos, cargados de emotividad melómana, programamos una visita a Bodega Albarizas (Antonio Suárez, 29). Hay momentos que sirven de coartada para retratar algunas experiencias que polarizan los gustos vinícolas y aúnan las voluntades musicales.
Dicen que lo bueno es empezar una reflexión con una canción y es aún mejor si se entiende la letra. Hechas las presentaciones el flamenco y los aromas de un fantástico Palo Cortado nos reciben. Una feroz aproximación al cante jondo. Compromiso vocal y abnegación por las malagueñas y cartageneras abrochadas al final con un incuestionable fandango.
El talento del equipo de Bodega Albarizas, capitaneado por Alba Sánchez, para elegir los vinos tiene dos apéndices aventajados en la figura de los pinchadiscos que abanderan la particular sesión: «Dj Panther y Dj Sommelier». Amantes del vino y melómanos exigentes que sedimentan todo su sabiduría musical a través del empirismo vinícola.
Envalentonados por la resonancia de la sesión rendimos tributo al pop inglés a través de una incuestionable uva mencia y un excelente vino de la Ribera Sacra. Tras probarlo, nos atrevernos a parafrasear el himno «Good save of Queen».
Los automatismos nostálgicos se mantienen frescos mientras los clichés vinícolas se amontonan. El pasado se vuelve presente durante la cata acompasada de canciones eternas que se festejan de manera unánime con una convincente garnacha. Mientras el bolero y la bobal se reconcilian con nuestra memoria.
Un estado de trance vinícola y de ánimo musical nos invade. El universal «beaujolais nouveau» no silencia la excelente «chanson» francesa encabezada por Charles Aznavour cuyas canciones se infiltran con éxito en las conversaciones de los clientes.
La noche se convierte en un heraldo musical continuado de estímulos vinícolas y de nostalgia musical endémica mientras los himnos se suceden. Abrazamos el jazz, el reggae, el country, el blues, la copla y la música fronteriza, sin perder nuestro auténtico ADN hispano.
Un eslalon musical nostálgico, de respuesta inmediata, se precipita ante nosotros con las baladas de dos de los nuestros, Camilo Sexto y Nino Bravo, blanco albariño y tempranillo a partes iguales protagonizan los brindis.
Aunque el gusto musical es proclive a dividirse, en un momento particularmente intenso de la noche, nos acercamos a un torrente de emociones encontradas, furor rockero y des(concierto) vital. Captamos la naturalidad del rock and roll bajo la inconmensurable Credence Clearwater Revival y la excelencia generalizada de varios Ribera del Duero.
Los circuitos de la memoria imponen que la nostalgia este de guardia. La noche se convierte en un trayecto musical de hechizos y alquimias a través de la comunión del vino y el soul. Y es que estar en Bodega Albarizas es como encontrarse en casa sin estar en ella.
Pop español destilado de manera natural para todos los públicos como fuente vitamínica. Baladas enfáticas e interpretaciones sentimentales se coronan entre los clientes. El vino y la música protagonizan un test de compatibilidad tutelado por el buen gusto. Maridaje con voz propia que se ciñe a un ilimitado metraje de sensaciones que encuentran acomodo al son de un honorable rioja.
Remontamos disco a disco, canción a canción. La sugestión se mimetiza en las gargantas de los presentes.
Los minutos de silencio no están permitidos a pesar de las pulsiones jazzísticas. Una noche donde no se agota el talento y los clientes se convierten en adoradores y fans a ambos lados de la barra, mientras la última copa se convierte en catalizadora de un concierto inesperado al arrancarnos a tararear nuestra canción favorita.
Aunque somos conscientes de que ninguna lógica frena pasiones y afectos, las canciones dotadas de una letra inmortal y los vinos ejemplares nunca se agotan. El maridaje permanente no se impone se construye sin atajos. Es una buena ocasión para evitar despacharnos con un final sin fórmulas acartonadas. Solo hay una razón amarga para finalizar este recorrido el horario.
Mientras las agujas sonoras del reloj de Lucho Gatica marcan el epílogo de la sesión, no desvelamos ningún secreto si resaltamos la aspiración a extender estas sesiones en el tiempo. Vino & Música: maridaje permanente, descorche a primera vista.
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