Teatro

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Caña, bravas y ¡teatro!

El director se ha decidido por la ropa de deporte de época porque, asegura, «aquí el deporte oficial parece ser meterse en la cama con alguien»
El director se ha decidido por la ropa de deporte de época porque, asegura, «aquí el deporte oficial parece ser meterse en la cama con alguien»larazon

No es Madrid una ciudad que peque de ofrecer pocos planes en las noches de verano –incluso de invierno–. Da igual que sea lunes, que miércoles, que domingo, ahí están las siempre agradecidas cañas, un paseo por Madrid Río o frente al Palacio de Oriente, el Parque de Atracciones, una escapada a la Sierra, una azotea, algún cine de verano... Y la terraza del Teatro Galileo. Una opción que se consolida después de más de cinco años dando de cenar y entreteniendo a los vecinos de Moncloa. Una cerveza o un «tintico» –al gusto–, unas bravas y a disfrutar al aire libre de «Ding dong» –«Le Dindon», en el original–, la comedia que ha elegido Gabriel Olivares para repetir «encantado», dice, en la calle Galileo hasta el 1 de septiembre.

Si el año pasado apostó por el humor de Jardiel Poncela en «Cuatro corazones con freno y marcha atrás», en éste el director mira más allá de los Pirineos para traer «el humor juguetón» de Georges Feydeau (1862-1921): «Es raro el año que no se monta esta pieza en alguna sala de París. Clásico del teatro francés de todos los tiempos, mil veces representado, siempre actual, con sus dosis de costumbrismo y surrealismo, farsa y burla, es una de las obras capitales del maestro del vodevil, verdadero rey de la comedia de la Belle Époque. Todo viene a ser un homenaje a lo francés. Le he cambiado el nombre porque aquí no hay más que puertas que se abren y se cierran», defiende Olivares.

Como principio del argumento presenta a Pontagnac, un hombre casado pero mujeriego incorregible que persigue a Lucienne hasta declararle su amor, momento en el que se encontrará con un viejo amigo y marido de ésta, Vatelin. Será este mismo quien disculpará al «enamorado», pero la trama se complicará aun más al llegar Redillon, otro pretendiente de Lucienne, por un lado y la esposa de Pontagnac, de la que él había dicho que se encontraba convaleciente fuera de París, por el otro. Más la aparición de Maggy, antigua amante inglesa de Vatelin, para completar el lío. Es la historia que los protagonistas levantarán sobre las cinco plataformas que el patio del Galileo ha preparado para la ocasión y que Olivares define como «un parque de recreo».

Con el enredo a punto, Pontagnac aprovechará para contar a Lucienne que su marido la engaña y lo prueba cuando Vatelin se cita con Maggy en un hotel. Quedada de la que también está enterado el marido de Maggy. Lucienne, que había prometido que nunca engañaría a su marido, a no ser que él diese el primer paso, decide serle infiel con Redillon, para disgusto de Pontagnac...

Historia que el director de «Burundanga» y «El nombre» dice haber «respetado», pero en la que sí ha ampliado el papel del botones de un hotel al que «la gente va a hacer de todo menos dormir», ríe: «Aquí el deporte oficial parece ser meterse en la cama con alguien, así que he decidido que vayan todos con ropa de deporte de época». Son las notas que ha tocado Olivares para contar cómo el deseo humano, en su afán por complicar la vida, se adentra en una guerra de sexos donde «los más idiotas son los hombres», zanja.