Reino Unido
El Palacio de Linares recupera la lujosa Navidad del siglo XIX
El Palacio de Linares, sede de la Casa de América, abre sus puertas a todos los que quieran ser testigos de cómo vivía la Navidad la alta sociedad española del siglo XIX, donde no faltaban cenas exorbitantes y bailes engalanados para celebrar tan entrañables fechas.
Los visitantes recibirán una cordial bienvenida con el sonido de cascos de caballo, pues así es como habrían llegado los invitados a la residencia del marqués de Linares, don José de Murga y Reolid, para celebrar las Navidades en el siglo XIX.
A pesar de lo que pueda parecer una costumbre reciente, el árbol de Navidad lo introdujo Carlos III, muerto en 1788, a España, junto con la esperanza de la lotería. De hecho, el origen de la mayoría de nuestras tradiciones viene de principios del siglo XIX, cuando las velas eran la única luz que hacía brillar las estancias del Palacio de Linares.
La fama del árbol de Navidad, que en su origen era decorado con velas transparentes y vidrio, casi se batía en duelo con la de los belenes.
La primera española en introducir el árbol de Navidad dentro de nuestras fronteras fue Eugenia de Montijo, que rivalizaba con la duquesa de Orleáns para ver quién ponía el árbol más alto.
Todos los colores tenían un significado, como el dorado, que, supuestamente, transmitía vida y energía.
La leyenda de la blanca Navidad partió de Reino Unido en 1840, con los cuentos moralizantes de Charles Dickens, quien, en su niñez, vivió ocho navidades nevadas.
En el Madrid del siglo XIX, tras la cena de Nochebuena, las clases populares salían a la calle a cantar villancicos, cuyo soez contenido llevó a que se calificaran de bacanales indígenas.
Sin embargo, en el Palacio de Linares la celebración era más comedida, ya que, tras la cena de Nochebuena y los oficios religiosos, los marqueses pasaban a la biblioteca, donde leían pequeños cuentos, y los niños hacían representaciones teatrales.
A la hora de cenar, la puntualidad era signo de distinción, y los chefs ya eran considerados artistas.
Entre los quince platos pantagruélicos que se ofrecían en Nochebuena, se servían en vajilla francesa platos volantes, es decir, lo que hoy se conoce como entremeses fríos y calientes.
La cena en el Palacio de Linares estaba compuesta por carnes, pescados, consomés, "potages à la bechamel"y el indispensable "foie", que nunca podía faltar, además de postres y vinos espumosos.
Como no todos los palacios podían permitirse el servicio a domicilio de los mejores restaurantes de Madrid, muchos anfitriones alardeaban de ello, aunque no se lo pudieran permitir.
La impresionante cena se completaba con plata Christoflé del siglo XIX y platos de nombres franceses rimbombantes, lo cual era una manera de ennoblecerse.
No podía faltar el "punch", una bebida flambeada que se tomaba entre plato y plato y que brillaba en la oscuridad, lo que confería a la cena un halo teatral.
La comida llegaba a ser tan copiosa que, muchas veces, las aves de caza se rellenaban de otras de caza menor, como, por ejemplo, pavo relleno de perdiz.
La decoración, que incluía guirnaldas y velas, era tan abrumadora que, a veces, impedía que la gente se viera de un lado a otro de la mesa.
Las paredes de pan de oro se reflejaban en la lentejuelas de las señoras, lo que contribuía a la iluminación de la sala.
Sin embargo, el ingrediente principal de las cenas navideñas era la risa, porque era esencial tener entretenidos a los invitados y entablar conversación de una manera divertida.
Por ello, a veces se ponían cangrejos vivos en el centro de la mesa y, cuando empezaban a andar, se provocaba el susto y las carcajadas de los comensales.
Así, entre más de 400 velas, se rompía con el rígido protocolo de forma amena.
Tras la cena, los invitados disfrutaban de la música y el baile, donde no faltaban unos ricos cotillones, que incluían piezas de plata para las mujeres.
En el siglo XIX, el marqués de Linares rendía homenaje al lujo, al glamur y a la diversión sin escatimar en gastos, para agradar a sus invitados en unas fiestas navideñas de las que los madrileños podrán ser testigos desde el 7 de diciembre y hasta el 4 de enero, en la Casa de América.
Un maleducado y gruñón "duende marqués"acompañará a los niños que quieran participar en una visita guiada en el Palacio de Linares, que, por quince euros, incluye una representación teatral.
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