Conciertos

Los discos son los padres

Gregory Porter presenta un disco de homenaje a Nat King Cole, un artista que reemplazó la figura de su progenitor ausente desde que le abandonó de niño.

El músico estadounidense Gregory Porter actúa hoy en el Teatro Real
El músico estadounidense Gregory Porter actúa hoy en el Teatro Reallarazon

Gregory Porter presenta un disco de homenaje a Nat King Cole, un artista que reemplazó la figura de su progenitor ausente desde que le abandonó de niño.

La música puede sustituir a un padre ausente. Eso lo sabe Gregory Porter, una de las voces más poderosas del jazz y el soul contemporáneo y también uno de los ocho hermanos criados en California por una madre sola. «Mi padre se fue un día y yo nunca tuve esa figura. Sin embargo, las letras de Nat King Cole o incluso su imagen en la portada del disco cubrían ese vacío. Sus discos no me fallaron nunca. Mi padre sí me falló», comenta Porter en Madrid sobre su último trabajo, que presenta de gira hoy en el Universal Music Festival que se celebra en el Teatro Real.

«En la ausencia de mi padre, las letras de sus discos y el timbre de su voz llenaban el vacío. Me hablaba a mí y yo lo tomé por la figura que necesitaba. Trataba de aprender a sonreír y hablar como él. Incluso a sus canciones de amor les cambiaba el significado para que me ayudasen a sobrellevar esa ausencia. Y funcionó, porque elevaron mi espíritu durante décadas», explica Porter. De esa relación, maestro alumno y padre hijo hay un momento álgido en el disco. El tema «I Wonder Who My Daddy Is» va al epicentro de los sentimientos. «Absolutamente. De alguna manera, ese fue el principio de todo, el lugar donde me di cuenta de que debía buscar en lo positivo y profundo el sonido que yo quería. Siempre encontré consuelo en esa canción», explica.

Porter, de complexión poderosa, iba para jugador de fútbol americano profesional. Una lesión de hombro truncó su prometedora carrera y la música se presentó como una salida de emergencia. «Yo empecé a cantar en la iglesia. Creo que ahí descubrí que podía hacerlo y que me gustaba. La música era un sueño de niño, entre tantos, como poseer un castillo o cualquier otra cosa. Pero nunca fue un objetivo real. Sí que es cierto que el góspel está en la fundación de mi vena artística», afirma. «Sin embargo, nada fue sencillo. En la mayor parte de profesiones y oficios creativos no lograrás tus objetivos a menos que descubras tu voz. Y eso sólo se logra estando solo, practicando contigo mismo», explica.

El álbum, así, es más un diálogo con Nat King Cole que un tributo. «No me molesta esa palabra, en absoluto. Porque el disco es una declaración de amor y agradecimiento a él», comenta Porter, que eligió grabarlo con una orquesta de 70 músicos. «A pesar del miedo que produce fallar una nota con músicos tan talentosos y certeros», admite. «Con un trio o cuarteto tienes otra flexibilidad. Con la orquesta, si pierdes el autobús, estás muerto. Pero para mí lo más importante es que llegue el mensaje que quiero transmitir de forma nítida». Así, el proceso de cantar a su ídolo no ha sido una presión añadida. «Solo para mí mismo, porque sus canciones son importantes para mí. Lo que digan los críticos no me afecta tanto como faltarle a mis sentimientos». Con todo esto, ¿tuvo Porter una infancia triste? «No. Que nadie se haga una imagen errónea. Mis recuerdos de infancia son los de cualquier chico que vuelve a casa del colegio dándole patadas a una lata. Éramos cinco chicos y tres chicas con muy poco dinero pero siempre ganas de estar haciendo cosas. Éramos chicos muy inquietos y estimulados», cuenta.