Incendio en Seseña
Más miedo a los robos que a la nube tóxica
Muchos vecinos de El Quiñón se quedaron en sus domicilios por temor a posibles ladrones.
Muchos vecinos de El Quiñón se quedaron en sus domicilios por temor a posibles ladrones.
«Por favor, ante la evolución de la emergencia, pueden retornar a sus domicilios con las recomendaciones de mantener puertas y ventanas cerradas. Permanezcan atentos a los mensajes de las autoridades». Dos coches de la Guardia Civil transmitían este mensaje por megafonía mientras circulaban ayer por la extensión de 1,8 millones de metros cuadrados que abarca la urbanización de El Quiñón, en Seseña (Toledo). El nivel de alerta pasó del dos al uno. El viernes, la Junta de Castilla-La Mancha optó por evacuar a los vecinos en dirección al polideportivo de Seseña Viejo, debido a que la nube tóxica había bajado del límite de 1.500 metros y podía acarrear problemas respiratorios y oculares. Con todo, sólo unas pocas decenas de personas pasaron la noche en ese recinto. De los más de 9.000 vecinos, unos 8.000 ya habían optado por irse a viviendas de familiares y amigos, pasar la noche en un hotel o, incluso, aprovechar para «cogerse el puente», lo que daba ayer a El Quiñón, prácticamente un pueblo –«hay aquí más habitantes que en el núcleo urbano de Seseña», dicen–, tintes fantasmales. Pero otros prefirieron quedarse, desafiando los hidrocarburos y otros compuestos peligrosos que todavía desprenden los neumáticos que arden desde la madrugada del viernes. «La Guardia Civil fue llamando casa por casa. ‘‘Estamos evacuando. ¿Quiere irse?’’. Mis hermanos y mi hija me ofrecieron irme con ellos a Madrid. ‘‘¡Vente, que están evacuando!’’. Como si se acabara el mundo... Es raro que el humo entre aquí», dice José, que lleva tres años viviendo en la zona y no se movió de su casa.
«En una parte de la zona residencial ha habido problemas. Hay vecinos que no se han ido porque ya había habido alguno que ha intentado forzar los trasteros. Siempre hay algún ‘‘listillo’’», comenta Julián, que vive entre Seseña y Madrid y que fue de los primeros en comprar un piso, hace más de cinco años. Ayer, dos coches de la Guardia Civil seguían patrullando la zona. De hecho, durante la noche se estableció un protocolo de vigilancia para evitar robos.
Rocío y Juanma, una pareja joven, regresaron tras pasar la noche con los padres de ella. «Esto se ha quedado vacío, todo el mundo se va... Teníamos angustia por lo de la toxicidad, pero otros vecinos y yo también estábamos preocupados porque esto se quedaba sin un alma», dice Rocío. Ellos mismos, tras llamar al número habilitado para los afectados y saber que tenían «luz verde» para regresar, tuvieron que pasar un control de la Guardia Civil a la entrada. «Nos pidieron el DNI para entrar; mientras, a los que salían, les hicieron abrir el maletero», explica.
«¡Menos mal que sólo ha sido un día!», suspira aliviada otra joven, que regresaba preocupada por el estado de su gato. Junto a su pareja, había pasado la noche en un hotel y no se pudieron llevar a su mascota al no aceptar animales. Ya había habido algún intento de robo en su bloque antes. Y a lo largo de la noche del viernes al sábado, su edificio contó con un «refuerzo» en la seguridad privada, presente 24 horas. Pero no todos los bloques en los que se agrupan las 7.500 viviendas de El Quiñón fueron beneficiados con esta deferencia; sólo aquellos en los que la inmobiliaria propietaria lo consideró oportuno. Mientras, en algunas puertas de otros edificios todavía podían verse candados.
La pregunta es inevitable: ¿quién puede estar detrás del incendio? Las autoridades todavía tardarán días en esclarecer la autoría del incendio. Los vecinos insisten en que el vertedero de neumáticos, declarado ilegal, continuaba activo. «Pensamos que esto ha sido obra de alguien que se ha cansado de ver el vertedero y que, de paso, quería poner a El Quiñón ‘‘en el mapa’’», opina José. En lo que muchos coinciden es en el disgusto por la mala imagen que los medios de comunicación están ofreciendo de la urbanización. «Decían en televisión que aquí viven principalmente jóvenes de bajo poder adquisitivo...», dice una vecina. «Es una zona residencial en la que merece la pena vivir y que se ha revalorizado en los últimos años», subraya Julián.
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