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Sevilla

«Es el sueño del Cerro, yo sólo he puesto mis manos»

El imaginero Juan Manuel Miñarro, ante un Martes Santo muy especial, rememora cómo se gestó la llegada del Nazareno al barrio sevillano

El imaginero Juan Manuel Miñarro en su estudio / Foto: Manuel Olmedo
El imaginero Juan Manuel Miñarro en su estudio / Foto: Manuel Olmedolarazon

El imaginero Juan Manuel Miñarro, ante un Martes Santo muy especial, rememora cómo se gestó la llegada del Nazareno al barrio sevillano

Es el «padre» del Nazareno de la Humildad, la imagen que protagonizará el principal estreno de la Semana Santa de este año. Juan Manuel Miñarro recuerda cómo se gestó esta talla, mucho antes de ponerse manos a la obra. Un anhelo en el que convergen «muchas causalidades» y que el Martes Santo será una realidad.

Este año no será un Martes Santo cualquiera.

Siento una extraordinaria emoción. Es un hecho muy trabajado, esperado y bien coordinado en todos los aspectos. Sin marcarnos una fecha en concreto, cuando Francis Verdugo presentó el proyecto del paso en 2015 ya se sabía que la salida del Nazareno iba a llegar en el menor tiempo posible. El momento más esperado será cuando los ciriales pasen el umbral de la parroquia y empiecen a asomar los faroles, los ángeles y las figuras de las esquinas y veamos el rostro dándole el sol. Es la primera vez que le va a dar el sol en su vida. En mi estudio no entra el sol y cuando llegó al Cerro fue de noche. La simbología es impresionante, el renacimiento de la luz del sol en su cara y la luna de Nissan de la noche. Son los dos extremos, el resurgir de la luz que vence a las tinieblas. Va a ser muy bello todo lo que va a suceder este Martes Santo. La imagen es como ese hijo tuyo que, en un momento determinado, lo ves consolidado en la vida y encaminado totalmente hacia su destino, que no pudo ser otro que éste. Agradezco a la hermandad, a la parroquia y al barrio, que son una misma unidad que funciona como un solo órgano, el hecho de haber confiado siempre en mí y darme las oportunidades que me dieron en el año 1981, cuando restauré al crucificado. Nadie lo conocía y a mí tampoco.

¿Cómo se gestó la idea de ejecutar la imagen?

En mi relación con la hermandad del Cerro hay una gran cantidad de causalidades, que no casualidades. En los años 80 un grupo de jóvenes del barrio iban buscando una imagen de un Nazareno para que fuese titular de una hermandad de penitencia, que entonces era sacramental y de gloria. Los conocí un mes de julio del año 81 por casualidad. Fueron la Facultad de Bellas Artes a preguntar si había alguien que le pudiese hablar de una estampa de un crucificado que traían, que estaba en San Gil y nadie conocía. El conserje les dijo que los profesores estábamos de vacaciones. En este momento yo iba a recoger mi bicicleta, me llamó y me dijo que si podía atenderlos. Me contaron que habían buscado un Nazareno, habían contactado con Ortega Bru, pero se habían encontrado con la posibilidad de tener un crucificado. Les dije que era del siglo XVII, en muy mal estado. Fui a verlo y le hice la primera restauración. La relación laboral pasó a ser amistosa. Llegué a formar parte de la junta de gobierno y, hablando una noche, les dije que tendrían el Nazareno, pero no sabía cuándo. Cuando hice la promesa tenía 20 años. No fue un encargo, no fue algo improvisado y no nació en 2003. Quise que se hiciera realidad el sueño de aquellos jóvenes cofrades del Cerro que siempre pensaron en una imagen de un Nazareno para acompañar a la Virgen de los Dolores. Es el sueño del Cerro, yo sólo he puesto mis manos.

Se inspiró en el cuadro «El Nazareno» de Sebastiano del Piombo del Museo del Prado. ¿Qué le conmovió de esta obra?

La energía que desprende esa pintura. Hay muchas imágenes de nazarenos en la iconografía, tanto escultórica como pictórica, pero me fijé en la posición de las manos y de la cruz, el giro violento de la cabeza... Vi una bocanada de aire fresco que yo podría trasladar al proyecto del Nazareno. Eso fue en una visita a Madrid en diciembre de 2001. El trabajo de talla se postergaba, ya que en el Cerro cuando terminábamos una cosa nos teníamos que poner con otra. Nos trasladamos porque la parroquia necesitó reformarse, salimos del Porvenir, estuvimos en Hytasa, los años que salimos de la casa hermandad chica y no teníamos ni dónde guardar las imágenes secundarias. Después llegó la coronación de la virgen, la construcción de la casa hermandad... Todo esto era fundamental y el Nazareno se postergaba. Con la virgen ya coronada solo quedaba por inaugurar la casa hermandad, entonces me fijé en ese cuadro. Sin decir nada a nadie me puse a tallar. Llamé una noche a Adolfo, el entonces hermano mayor. Estaba en la hermandad reunido con don Alberto, el párroco. Le dije que tenía al Nazareno terminado. Me preguntó que si era la cabeza, y le dije que lo tenía ya vestido y todo. Es difícil colocar a un Nazareno en Sevilla porque tenemos verdaderos buques insignia. Había que hacer un Nazareno de nuestro tiempo, relacionado con las imágenes de nuestra ciudad. Tenemos dos que para mí son el alfa y el omega, el Nazareno del Silencio y el Gran Poder. En medio hay maravillas, pero son dos extremos que representan una enorme fuerza, que fue lo que vi en el cuadro de Sebastiano del Piombo.

La talla contiene señales de la sábana santa. ¿Dónde se pueden apreciar?

Fundamentalmente en el rostro. Hay una mancha de sangre muy característica, encima de la ceja izquierda, cayendo desde la parte superior del cabello, como una especie de tres invertido. Es un brote hemorrágico que ha seguido la forma de la huella de las arrugas de la frente, provocadas por el dolor. Este tres invertido lo tiene literalmente. También una herida en la nariz, el golpe en el pómulo derecho y en el arco superciliar derecho, que es donde se observa en la síndone, no en el izquierdo como se representa en la gran mayoría de las imágenes sevillanas.

La devoción hacia esta imagen ha ido creciendo en la parroquia desde que llegó en 2004. Tanto que tiene un pie desgastado del roce de los fieles.

Casi desde el principio. El Cristo del Desamparo y la Virgen de los Dolores son como hijos míos también. Han sido mis pacientes y los cuido con mucho mimo. El Nazareno llegó al Cerro y nunca fue un extraño. Desde que llegó la gente empezaba a dirigirse a él, en los primeros besamanos y cultos parecía que había estado allí toda la vida. Los nazarenos repartían estampas de él los Martes Santo desde el primer año y los costaleros se despedían de la imagen cuando salían los últimos tramos. Él era el portero sagrado cuando su gente estaba en la calle.

El paso que ha ejecutado Francis Verdugo, ¿va en consonancia con la imagen?

Totalmente. No es un paso hecho para cualquier imagen, sino para él. Por eso esa elevación, esa estructura de pirámide, la iconografía... Ahí no hay elemento que obedezca a un capricho que permitiese que ahí arriba pudiésemos subir a un cautivo o a un crucificado. Es un paso atrevido y valiente, muy bien iluminado y con proporciones ajustadas. La proporción es la traza de la razón que quita el capricho y provoca la armonía. Es la mejor definición que tiene el concepto de canon en el arte. Aquí hay mucha racionalidad, desde el primero de los dibujos. Una de las cosas que enriquecen este paso es que no se ha apostado por un solo artífice. Es muy frecuente que los imagineros diseñen el paso para su propia imagen. Eso es un error. Agradezco a la hermandad que nunca pensara en eso.

El Cerro tiene uno de los recorridos más largos de la Semana Santa de Sevilla. ¿Dónde le gustaría ver el paso?

En una avenida larga tienes la perspectiva, pero las hermandades se lucen mucho mejor en las calles del centro. Todos nos ponemos en una esquina cuando vemos las cofradías, probablemente porque allí le harán algo a los pasos. Las grandes avenidas también son interesantes. Yo salí en la hermandad de la Paz y dentro de la Plaza de España esa cofradía es una maravilla, el cortejo gana muchísimo. El parque de María Luisa abriga a los pasos. Mi abuelo era uno de los que iluminaban los pasos. Seguramente estaré el Martes Santo en la salida, con unas gafas de sol para ocultar la emoción.