Asuntos sociales

El chef vallecano que «salva» a bandas latinas y neonazis de acabar en la cárcel

En la escuela de cocina de Chema Isidro, en el barrio de Tetuán, pueden aprenden el arte de los fogones a la vez un trinitario o un dominican don´t play. Ha trabajado ya con más de mil chicos.

Escuela de cocina del cocinero Chema de Isidro para ayudar a la reinserción de jóvenes problemáticos y miembros de bandas latinas.
Escuela de cocina del cocinero Chema de Isidro para ayudar a la reinserción de jóvenes problemáticos y miembros de bandas latinas.Cristina BejaranoCristina Bejarano

Chema de Isidro lleva tatuada una raspa de pescado en cada antebrazo. Pero no tiene nada que ver con su trabajo como cocinero, es el símbolo de la labor social que lleva haciendo desde hace una década. «Doy un futuro a los jóvenes que nadie quiere, a los desechados por las ONG, por las fundaciones…». Su asociación, Gastronomía Solidaria, ofrece oportunidades a «los más excluidos», pero huye de las subvenciones –No quiero que nadie me condicione con quién debo trabajar», explica-. A su cocina llegan «los que, si no vienen aquí, terminan en la cárcel o muertos», dice con dureza. Y no miente. «He trabajado con más de mil chicos y, lamentablemente, tres de ellos me los han quitado las bandas latinas», dice con pena. Fue la lucha contra este problema social agravado en algunos puntos de Madrid los que le llevaron a montar su entidad, pero no fue el único. Este chef que lleva a mucha gala sus orígenes vallecanos, tampoco tuvo fáciles sus inicios: «Yo era un pieza, un capullo y me salvó un cocinero. Eso es lo que hago yo ahora». Con su asociación consigue un 90 por ciento de rehabilitación. La cocina les engancha.

Escuela de cocina del cocinero Chema de Isidro para ayudar a la reinserción de jóvenes problemáticos y miembros de bandas latinas.
Escuela de cocina del cocinero Chema de Isidro para ayudar a la reinserción de jóvenes problemáticos y miembros de bandas latinas.Cristina BejaranoCristina Bejarano

Es martes por la mañana y a las puertas de su escuela de cocina del barrio de Tetuán se agolpan un grupo de chicos. Cada uno de un origen diferente, con unas circunstancias sociales distintas, pero todos marcados por una familia o un devenir vital difícil. Chema no llega y ellos se impacientan. Es su último día de curso y quieren prepararle una comida sin que él tenga que intervenir. La mayoría de ellos vienen de la Fundación Adsis, que tienen un convenio con la ONG de Chema para enseñarles a cocinar y, así, poder conseguir un trabajo como pinches, de primeras, pero quién sabe si llegarán a ser estrellas de Masterchef. «Me gusta mucho la cocina y, además, esta es una oportunidad para integrarme», dice Salomón que lleva un año en nuestro país.

Sin que el cocinero intervenga se organizan en dos grupos y se distribuyen las tareas. «Yo parto el tomate, «hago la tarta», «me pongo con la carne picada para las hamburguesas», «a mí me toca la masa de la pizza»… Saben lo que tienen que hacer. Chema, mientras, nos recuerda sus inicios, cómo «el primer día que venían un grupo de jóvenes de varias bandas latinas me preocupé porque no llegaban. Salí a la puerta y me los encontré a todos de cara a la pared con las manos levantadas. La Policía los estaba identificando. Les tuve que decir que estaban todos conmigo, que venían a un curso de cocina». Los agentes se quedaron atónitos, ¿cómo podía ser que fueran a trabajar juntos un trinitario y un Dominican Don’t Play (DDP)? Desconfiaban de que eso fuera a salir bien, pero los años le han dado la razón. «He conseguido que trabajen juntos, y con cuchillos de por medio, miembros de diferentes bandas». La posibilidad de tener un futuro que les ofrece es, muchas veces, más fuerte que la pertenencia a la banda. Eso sí, De Isidro también tiene muy claro que «terminar con las bandas latinas es imposible». Él camina por el barrio –Tetuán es uno de los que tiene una mayor diversidad, pero en el que predominan los de origen latinoamericano- y rápidamente identifica quién puede formar parte de una banda latina o «quién terminará en mi cocina». Sabe que les captan muy jóvenes, «con 11 años ya entran». Eso sí, este chef no acude a las plazas donde se juntan a buscarlos, terminan siendo ellos los que acuden a él: «El boca a boca funciona».

Su teléfono no deja de sonar. Sabe que tiene que estar operativo las 24 horas del día. «Cada vez que leo en los medios que se ha producido una reyerta o que ha habido algún suceso con bandas latinas sé a quién tengo que llamar en función de los grupos involucrados. ¿Es uno de nuestros chicos?», pregunta. Tiene contacto directo con los cabecillas y no lo quiere perder porque sabe que esa información también puede salvar vidas. Eso sí, «tengo claro que he tenido el teléfono pinchado por la Policía», insiste. Sus muñecas también son un reflejo de esa estrecha relación. Las tiene llenas de pulseras. «Todas me las han regalado alguno de mis chicos. Para ellos es un honor que las lleve puestas».

El éxito de su iniciativa le ha llevado a incluir en sus programas a jóvenes con diferentes problemáticas. Así, el martes, en su cocina no sólo había chicos de Adsis, también compartieron cuchillos dos chicos por los que Chema ha apostado directamente: William y Marcos. El primero es dominicano y ha encontrado entre fogones su pasión, pero por sus circunstancias personales no le aceptaban en ningún programa. «¡Negro, pásame el cuchillo!», le dice Marcos entre en serio y en broma. Para él trabajar con una persona de otro país no ha sido tan fácil. «Estaba metido en grupos neonazis y sé que trabajar con personas de otras razas iba a ser complicado», reconoce el fundador de la ONG. Durante el curso han tenido sus roces y, en una ocasión, «le tuve que echar y le dije que no volviera», pero Marcos lo hizo días después. Le gusta mucho la cocina y quería resarcirse. Chema tiene claro que los dos tienen futuro en alguno de los muchos restaurantes que colaboran con él, «nunca tengo a suficientes chicos para toda la demanda que hay». Y es que, este chef vallecano trabaja con grandes restaurantes como el de Mario Sandoval, Chicote o La Tasquería. Todos saben que les da una gran formación.

A la escuela que tiene en la calle Cenicientos acuden vecinos curiosos, pero también ex alumnos. Entran y salen como si fuera su casa. «Vienen a hablar conmigo, buscan mi consejo», sostiene. A primera hora de ese martes acude uno de sus ex alumnos que preocupa especialmente a Chema. Es un joven de origen marroquí, a punto de cumplir los 18. En un mes recibirá sus papeles. Llegó a España hace cuatro años, solo. La Administración le calificaría como Mena (menor extranjero no acompañado) y tiene miedo al futuro, a ser legal, a lo que le espera. «En cocina es buenísimo, pero le puede su cabeza», explica. Los últimos años, la droga y robar han formado parte constante de su vida, pero Chema sabe que puede reconducirlo. Sólo tiene que escucharle. Y lo hace porque aunque parezca que no razona, que no le hace caso, sigue volviendo a él en busca de consejo. «Es difícil salir de tu zona de confort, de lo conocido, aunque ésto sea la delincuencia. Es donde se siente cómodo, lo que controla, pero también es lo que puede terminar con él, lo que le puede matar. No me extrañaría que mañana no volviera, que su cabeza haya podido con él y que termine muerto». Lo sabe de primera mano. Aunque lo intente, no puede salvarlos a todos.