Covid
El bisabuelo de Marie era español. Justo antes de que estallara la Guerra Civil, se mudó a Francia en busca de una buena oportunidad laboral y acabó encontrando el amor sobre el que siguió construyendo su genealogía, nostálgica de un país al que enraizaron en la distancia a base de recuerdos e historias. Tres generaciones más tarde, Marie tuvo la determinación de regresar adonde nunca había estado y hacer un Erasmus en Madrid. Lo hizo hace dos años y lo vuelve a hacer ahora en la misma ciudad, pero en muy distintas circunstancias. A otros, como a Ruslan, fueron Cervantes y Lope de Vega quienes les arrastraron dibujando un camino de tinta hasta Madrid, también las batallas más memorables de la historia de un país en el que no se ponía el sol y, por supuesto, las proezas sobre el césped de las estrellas de la capital, unas veces vestidos de blanco, otras a rayas. Y aunque él abandonó Alemania empujado por la pasión hacia la cultura española, las hay que llegaron por pura casualidad: el plan de Juliette era pasar un año en Colombia, pero con la irrupción de un virus desconocido, no le quedó más remedio que improvisar otra opción más cercana que la trajo de Reino Unido a Madrid.
Sean cuales sean sus razones, Marie, Ruslan y Juliette han elegido pasar un año en Madrid, como lo hicieron más de 44.000 estudiantes extranjeros durante el curso 2018-2019, muchos de ellos acogiéndose a programas de movilidad como el famoso Erasmus; en concreto, hace dos cursos, Madrid recibió a unos 31.700 jóvenes, lo que supone más de la mitad de los que acoge todo el territorio nacional según la última Estadística de la Internacionalización de la Educación Universitaria elaborada por el Ministerio de Educación. Claro que Marie, Ruslan y Juliette no se han lanzado a hacer un Erasmus un año cualquiera, sino en el fatídico e impredecible 2020, lo que les convierte más que en aventureros, en auténticos valientes a los que hay quien se atreve a calificar de más erasmus que los que les precedieron.
Para empezar, porque, durante este curso, están siendo más las horas de seguimiento de las clases a través de una pantalla que desde un pupitre frente a la pizarra. Marie, por ejemplo, que estudia Ciencias Políticas y Administración Pública, acude a la Universidad Autónoma una semana sí y otra no, mientras que Ruslan, que hace un Máster en Administración y Dirección de Empresas, va la Universidad Rey Juan Carlos solo cinco días al mes; no obstante, los dos se saben afortunados, pues en algunos centros todas las horas lectivas se están desarrollando en formato virtual. El alemán, de hecho, empezó su andanza en España en marzo de 2020, cuando se matriculó en Salamanca en un curso intensivo de español que tuvo que cancelarse por razones obvias y que no pudo continuar tampoco telemáticamente. «Me parece un buen compromiso por parte de la universidad; ir a clase es importante, tanto para poner mayor atención a las lecciones del profesor como para poder socializar con el resto», puntualiza la francesa abriendo el melón de lo que verdaderamente ha cambiado en la vida Erasmus de estos valientes. «Creo que con la Covid hay que hacer mucho más esfuerzo para conocer a gente nueva», coincide Juliette que, como estudiante de español en Bristol, ha venido a Madrid a trabajar un año como becaria en una planta de fabricación de vehículos.
Así, cuando los bares cierran a medianoche, las reuniones caben en un sofá y discotecas tan míticas como la Joy Eslava han dejado de organizar grandes fiestas para ellos, en 2020 los erasmus han encontrado el mejor rincón para su socialización en casa: «He tenido muchísima suerte con mis compañeras de piso, que son españolas, majísimas y me han ayudado con el idioma; no he conseguido hacer muchos amigos, pero los que tengo son muy buenos», cuenta la galesa que, como muchos otros estudiantes, de aquí y de fuera, ha alquilado una habitación en una vivienda compartida. «Cada año alojamos a unos 2.500 estudiantes; antes de la pandemia, en torno a la mitad de ellos solían ser españoles y el resto extranjeros, pero este curso, en cambio, el 75% son estudiantes nacionales», explican desde Aluni.Net, plataforma que gestiona el alquiler de este tipo de viviendas y a través de la cual Marie y Juliette encontraron la que será su casa durante su estancia en Madrid. «Hemos incluido una política de cancelación muy flexible en caso de que se suspendieran las clases; respecto a la higiene, los estudiantes están siendo muy responsables, de hecho, hemos tenido muy pocos contagios, también porque en un piso vive muy poca gente, en contraste con los colegios mayores o residencias universitarias», explican desde la empresa sobre el momento actual.
Con muchos amigos o pocos, lo que está claro es que, en la nueva vida Erasmus, el ocio ya no es lo que era. «La pandemia ha despertado la necesidad de dar una vuelta al concepto de Erasmus que se crea en el imaginario de las personas; disfrutar de una beca Erasmus no es disfrutar de unas vacaciones pagadas, es aprender a vivir solo, a cocinar, a hacer la compra, a cuidar de una planta, a lavar la ropa, a odiar la burocracia de otros países, en definitiva, un Erasmus es aprender a sacarse las castañas del fuego», aseguran desde una de las seis agrupaciones en Madrid de la red Erasmus Student Network (ESN). Se trata de una de las mayores asociaciones interdisciplinarias en Europa, nacida en 1989 para facilitar el desarrollo del intercambio de estudiantes y con presencia en 520 instituciones de 42 países, siendo que en España cuenta con representación en 38 ciudades. La federación de asociaciones colabora con las universidades, como es la de Ruslan, a través de la cual conoció esta iniciativa que le está brindando formas de ocio distintas a los viajes por toda España y a los grandes eventos que solían organizar para alargar la experiencia Erasmus más allá de las aulas. «¿Cuánta gente de Madrid no habrá pisado nunca el Museo Thyssen, conoce el Museo Cerralbo o sabe la historia del templo de Debod? Ya no solo para los erasmus, sino también para los voluntarios, esta vuelta de tuerca ha servido para reinventarse y conocer más la ciudad donde viven, buscando alternativas al único ocio que parecía que había para la juventud: el nocturno», reflexionan desde ESN URJC, que ahora concentra sus esfuerzos en empapar de Madrid a sus socios y socias que, inevitablemente, también han visto caer en número este curso.
Pero aquí están Marie, Ruslan y Juliette. A pesar de las clases semipresenciales, los grupos de amistad reducidos y el ocio diurno; a pesar de que, como dicen desde la misma asociación de estudiantes, en tiempos de pandemia en los que «tienes que estar atento a las noticias por posibles nuevas medidas, localizar perfectamente dónde están los centros de salud por si te ocurre algo o tener cuidado de ti mismo e intentar crear vínculos con la imposición del distanciamiento social, aprender a desenvolverse solo es mucho más difícil que para generaciones anteriores». A pesar de todo, ellos se han atrevido a tener su particular vida Erasmus no sin ansiar conocer las playas del país de norte a sur, de amanecer comiendo churros con chocolate caliente después de una fiesta desenfrenada en la capital, de ver el Santiago Bernabéu o el Metropolitano con las gradas teñidas de euforia. Pero aquí están, sí, en su burbuja, porque este año más que nunca, lo que pase en Madrid se queda en Madrid.