El Hotel Wellington lleva cerrado desde marzo con motivo de la crisis del coronavirus.

Una segunda vida para los hoteles tras la pandemia

Sin turistas, el sector se reinventa: entramos en la reforma que afronta el Wellington pensando en su reapertura en 2021 y en las habitaciones del Riu transformadas en oficinas

Por las noches, los edificios con años de historia hablan, o mejor, susurran; a veces, incluso parece que sollozan. Más ahora que ha llegado el frío y el esqueleto de madera sobre el que se erigen esas paredes que, si hablasen, no tendrían páginas suficientes en las que escribir sus memorias, se contrae, como un cuerpo vivo. Especialmente desde que el vacío se ha apoderado de muchos de ellos y el eco del silencio rebota del techo al suelo hasta desvanecerse en un grito que entristece y apacigua a la vez. «Viví una situación muy especial al sentir al hotel crujir, algo de lo que, normalmente, no te das cuenta», recuerda José Rodríguez Tarín sobre sus noches durmiendo en el Hotel Wellington durante el confinamiento; y continúa: «Creí que, como el capitán de un barco, tenía que mantenerme al mando en los momentos malos y no dejar solos a los empleados». Han pasado casi nueve meses y el director general de este emblemático hotel sigue durmiendo en una de sus 250 habitaciones que, por culpa de un virus desconocido, no reciben huéspedes desde la pasada primavera. Como el Wellington, dos de cada tres hoteles de la Comunidad de Madrid permanecen cerrados al público por la crisis del covid.

En sus casi 70 años de historia, el Hotel Wellington, en pleno barrio de Salamanca, nunca había lucido como ahora, con gruesas cadenas bloqueando sus imponentes puertas de entrada: «Ha habido épocas duras, como la crisis del 2008, que la sufrimos todos, pero esta es especial, porque el hotelero es el sector al que más está atacando esta pandemia», dice el director general que, además, es vicepresidente de los hoteles de cinco estrellas de la Asociación Empresarial Hotelera de Madrid (AEHM). Pero lo peor, asegura José Rodríguez Tarín, es la incertidumbre ante la imposibilidad de predecir cuándo sus clientes podrán volver a viajar. «Uno de los peores momentos que he pasado en este hotel fue al despedir a todos los empleados, y eso que pensamos que en dos meses estaríamos de vuelta; a día de hoy, en las reuniones por videollamada que hacemos, todavía no les puedo decir cuándo podremos estar todos juntos», lamenta el hotelero que antes contaba con una plantilla de 250 personas.

Desde que se decretó aquel estado de alarma a mediados de marzo, el Hotel Wellington se mantiene en forma gracias a 25 trabajadores que velan por la seguridad, el mantenimiento y la conservación del edificio y, por supuesto, gracias a su director general, que hace las guardias nocturnas para que el Wellington, aunque sin clientes, nunca esté solo. «Están siendo noches muy duras, pero seguiré durmiendo aquí tras abrir para recibir a los clientes», confiesa José Rodríguez Tarín. No obstante, y pese a que su familia empieza a reclamar, esta es una experiencia para el recuerdo del hotelero, que confiesa sentir respeto ante la inmensidad y esos susurros en la oscuridad, pero no miedo, que nadie tiene miedo en su casa.

De pronto, detrás de un portón de espejos escondido tras las plantas arremolinadas bajo un tragaluz, se oye algo más que el murmullo de la estructura: picos, martillos y sierras; al abrir, una nube de polvo se hace paso para acabar descansando sobre la cola del piano que, desde hace unas semanas, cuesta más mantener impoluto. «Teníamos planeados cambios desde 2019, pero con la pandemia decidimos embarcarnos en muchas más obras para una remodelación integral», explica el director general. Una cocina nueva, mejoras en las habitaciones y en los salones de banquetes y, lo que era más difícil de hacer con el negocio en funcionamiento, la recepción, «el alma del hotel». El nuevo Wellington prevé reabrir el 11 de enero, «con mucha ilusión, ganas y fuerza» porque, como dice José Rodríguez Tarín, «mejor morir abiertos que morir cerrados».

Eso mismo debieron de pensar los cargos directivos del Hotel Riu Plaza España cuando decidieron volver a la actividad tan pronto como les fue posible: «La empresa siempre tuvo claro que quería abrir; no miraron tanto la ocupación o las ganancias que íbamos a tener, lo importante era que un motor económico para la ciudad como es este edifico estuviera en marcha cuanto antes, para contribuir a la reactivación de Madrid», afirma Carlos Descotte, gestor de grupos y eventos en el hotel. Así, superados los meses de restricciones más duras, el 15 de junio, el Riu Plaza España regresó reinventado para hacer frente a las demandas de una sociedad que no ha vuelto a ser la misma. «La idea surgió a raíz de lo que estaba sucediendo, casi sin darnos cuenta: con tantas empresas cerradas, cada vez había más demanda de espacios para trabajar, así que, pensamos en implementarlo aquí», explica el encargado.

El hotel cuenta con tres propuestas para cubrir ese nicho de mercado: el lobby bar, con acceso a pie de calle para cualquiera que quiera acudir a trabajar con su ordenador; la sala Gran Vía, con la amplitud y el equipamiento necesario para celebrar reuniones; y las habitaciones privadas acondicionadas, en las que la cama ha sido sustituida por varias mesas de oficina para los que busquen mayor privacidad. El precio de estos servicios –desde 15 euros– incluye la plaza en el parking del hotel, desayuno y, lo mejor, la entrada al Sky Bar y las impresionantes vistas de 360 grados del mirador del edificio. «Desde que abrimos no hemos parado, con subidas y bajadas, pero con una reacción del público mucho mejor de lo que esperábamos», valora Carlos Descotte durante un recorrido por todas estas estancias; y añade: «Además de este lado corporativo del hotel de lunes a jueves, recibimos a familias y amigos que vienen de vacaciones sin salir de la Comunidad…¡ha habido fines de semana con 300 y 400 clientes!».

Al final del túnel los hoteleros empiezan a ver algún destello de luz, pero aún no están a salvo y, por eso, siguen llegando las ayudas: el Ayuntamiento acaba de anunciar bonificaciones del 50% en el Impuesto sobre Actividades Económicas, en el Impuesto sobre Bienes Inmuebles y en la tasa de basuras. Pero no basta, porque, como concluye José Rodríguez Tarín desde su posición en la AEHM, «es momento de un rescate absoluto de un sector importantísimo para esta España de servicios que tenemos».

De discoteca a spa

Colindado con el Hotel Wellington en la calle de Velázquez, la que fue un día la discoteca en la que más champán se consumía en toda España se ha convertido ahora en un espacio de descanso y rehabilitación en el que el agua es la verdadera protagonista. «Acabamos de inaugurar un gran y maravilloso spa en la antigua discoteca Gabana; habíamos empezado las obras antes de la llegada de la pandemia, pero las hemos terminado ahora», cuenta José Rodríguez Tarín, director general del hotel. El espacio cuenta también con otras instalaciones deportivas y, junto a los dos restaurantes –el Kabukki, de sushi, y el Goizzco, de alta cocina vasca–, representa la principal fuente de ingresos del hotel ahora que permanece cerrado al público. Esta apuesta forma parte de la remodelación completa del Hotel Wellington de cara a su reapertura en 2021, con suerte, con la pandemia ya bajo control.

El mayor evento de la era covid

«El hotel es un espacio seguro», dice contundente sobre el Riu Plaza España Carlos Descotte, su gerente de grupos y eventos. Él, como el resto de la plantilla, ha tenido que reaprender el negocio en un momento excepcional y adaptarse a los protocolos desarrollados por la cadena hotelera. Protocolos estrictos, pero que están dando sus frutos, pues el Hotel Riu Plaza España puede presumir de haber albergado el evento más multitudinario celebrado hasta la fecha en España desde que la Covid-19 llegara para quedarse. «Hace unos días tuvimos una entrega de premios con 300 personas para el que necesitamos primero conseguir un certificado de seguridad y hemos demostrado que se puede hacer», argumenta orgulloso el encargado mientras muestra fotografías del acontecimiento para no dejar lugar a dudas sobre el cumplimiento de las normas. El hotel cuenta para ello con la Sala Madrid: «Ocupa todo el largo del edificio, tiene más de cinco metros de altura y en tiempos normales cabían hasta 1.500 personas», detalla Descotte.