Tradición
Puede que para amortiguar el golpe de nostalgia después de años de historia y tradición, tal vez como nota de dramatismo a un paisaje ya demasiado triste para la multitud que no está, o quizás solo fue una casualidad. El caso es que el día en que LA RAZÓN visitó Colmenar de Oreja para hablar de lo que debería estar ocurriendo, pero no fue por culpa de la Covid-19, la naturaleza quiso que amaneciera un día gris y lluvioso, como en un llanto de desahogo del tiempo, de esos que no curan, pero alivian. En Buitrago del Lozoya, sin embargo, no hubo temporal que suavizara el dolor de que, por primera vez desde que empezara a realizarse, su mayor seña de identidad en esta época del año no se esté celebrando por razones totalmente ajenas a su organización. «Nos cuesta vivir las Navidades sin el belén, más después de hacer el recorrido sin montar, cuando en circunstancias normales a estas alturas ya habríamos hecho varios pases», confiesa Félix poniendo en palabras lo que sienten todos los buitragueños como él, incluso, todos los colmenaretes. Porque lo que tienen en común estos dos municipios madrileños, uno al norte y otro al sur, es que el coronavirus les ha robado uno de sus bienes más preciados: sus belenes vivientes.
Un escenario natural en Buitrago del Lozoya
En 1988, durante una escapada a tierras catalanas, un vecino de Buitrago del Lozoya presenció una representación en vivo del nacimiento de Jesús; los actores y actrices eran los propios ciudadanos de Báscara, en Gerona, y el escenario las calles de la villa. «Esto deberíamos hacerlo en mi pueblo», pensó para sus adentros convencido de que el conjunto histórico monumental de la única localidad de la Comunidad de Madrid que conserva su muralla al completo le daría a su belén más vida incluso que el que acababa de disfrutar. Y así fue: «Se empezó con 12 escenas y a día de hoy contamos ya con 45; el trayecto total en la actualidad es de 1,3 kilómetros en el que participan entre 250 y 270 actores, además, hay un equipo técnico conformado por cinco personas, un grupo de cuatro modistas y, por último, la dirección, donde somos ocho responsables», detalla sobre el evento Andrés Muñoz, actual presidente de la Asociación Cultural del Belén Viviente de Buitrago del Lozoya. Unas cifras que avalan el éxito del que habría cumplido estas fiestas 32 años de montaje y se ha consagrado ya como uno de los mayores reclamos del municipio, pues, en apenas cuatro días, atrae a unos 20.000 curiosos hasta un pueblo de 1.800 habitantes.
«Lo bueno del belén de Buitrago es que el entorno le acompaña, como un escenario natural; tenemos esa fortuna y yo creo que es lo que nos diferencia de otros», coincide con el presidente María Cano, que a sus 31 años lleva participando los último 22 en la representación, desde que cuando era una niña su tía la incluyera en la escenificación de la lechería de la antigua Nazaret. Y antigua con todas las letras porque, quienes llevan haciendo posible este belén viviente desde hace más de tres décadas en Buitrago del Lozoya, además de la idónea ambientación, destacan como su punto fuerte la verdad de su obra: «Buitrago se distingue de otros belenes vivientes en el esfuerzo que hacemos por mantenernos lo más fieles posible a la realidad, es decir, en nuestro mercado nunca encontrarás patatas porque por aquel entonces no las había», ejemplifica Andrés para recalcar el trabajo de documentación que requiere su fidelidad no solo a las referencias bíblicas, sino también a las históricas.
Hoy María forma parte del servicio de orden, como Félix García, que a sus 66 años lleva media vida encargándose de garantizar el buen desarrollo de la representación: «Nosotros nos aseguramos de que la gente no dificulte el avance del belén y de que todo salga bien», explica él, que nunca se ha dejado encandilar por el arte de la interpretación. Y es que, el que entra no sale, y si no, que se lo pregunten a Francismo Caballer, vecino de Buitrago de 65 años: «En 1989 tuve que acompañar a mis hijas porque eran pequeñitas, así que estuve en una escena al cuidado de ellas, pero en el segundo pase, un actor se encontró mal y tuve que ponerme en el lugar del rey Herodes; me enganché de tal manera que, desde aquel momento y hasta la fecha, he participado siempre», recuerda el que también ha pasado por el papel de rey mago y ahora es el empadronador. Este año, sin embargo, ni Francisco ni ninguno de los demás tendrán un papel en su belén viviente porque la Covid-19 les obliga a conformarse con una exposición fotográfica con imágenes de años anteriores.
Una propuesta actualizada en Colmenar de Oreja
En Colmenar de Oreja, por su parte, no tienen ese consuelo, o puede que así sea mejor. Allí, el que es considerado por muchos el capítulo más importante de la Historia de la Humanidad se revive durante un solo día y en una versión actualizada y adaptada al siglo en el que se le rinde homenaje. «La nuestra es una obra audiovisual en su más amplio concepto; jugamos mucho con la iluminación y su conjunción con la música para que la acción teatral sea capaz de transmitir cada emoción al público, que está hasta a 20 metros de distancia», describe Ramón Martínez, presidente de la Asociación del Belén Viviente de Colmenar de Oreja. Luces y sonidos que la pandemia ha apagado por esta vez, dejando otro municipio sumido en la añoranza. Este belén se venía haciendo con un guion antiguo desde los años 70 y, desde hace cinco, presenta la imagen renovada que ha motivado la creación de la organización de esta población de 8.000 habitantes, entre los cuales, más de 300 son socios. «Nosotros hacemos una única representación por todo lo que conlleva, pero congregamos a 1.500 personas en la plaza del pueblo entre el graderío y los espectadores que asisten de pie», justifica sobre la decisión de cancelar el belén viviente de este año Ramón, que también es el guionista, coreógrafo y director artístico de la obra.
Como ocurre en la mayoría de los belenes vivientes, muchos de los actores y actrices se acomodan durante años en un mismo papel, pero en Colmenar de Oreja la protagonista indiscutible de la función rota año tras año: «Yo fui la Virgen en 2019 y la experiencia fue muy especial», rememora María que, con 17 años, aprendió a subirse a un escenario a la vez que a leer; Lorena, de su misma edad, lo hizo incluso antes, pues, dice, participa en la representación casi desde que nació. Ella habría encarnado a la madre de Jesús en 2021, pero ahora quizás le toque esperar un poco más, porque en la lista le precede Bea, que no ha podido cumplir el sueño que, durante mucho tiempo, estas jóvenes preparan desde el papel de amigas de la Virgen María en una especie de ensayo previo a su actuación estelar. «En Colmenar de Oreja nos enfocamos mucho en la relación entre María Madre y Jesús Niño, una complicidad que quizás no está tan reflejada en otros belenes; a nosotros nos gusta ir al detalle y hacer notar el embarazo o, por ejemplo, un instante de intimidad en el que la Virgen disfruta de su hijo en brazos cantándole una nana», narra con delicadeza Ramón.
Todo esto, claro, removiendo entre los recuerdos de lo que siempre ha sido, pero este año los belenes vivientes son el último acto de 2020 cancelado por la Covid-19. Ojalá el último de verdad y para siempre.