Opinión

De Zapatero a Sánchez: La década perdida de la juventud

La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, durante su participación en un acto de campaña
La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, durante su participación en un acto de campañaFERNANDO VILLAREFE

No son pocos los organismos internacionales que llevan tiempo alertando sobre la situación de los jóvenes en España. Lo extraordinario es que a ellos se les sume ahora el Banco de España, dibujando un escenario dramático a corto plazo para los jóvenes debido a la evolución negativa del mercado laboral y al excesivo endeudamiento del Estado. Y es que en un país en el que el fracaso escolar se cifra en el 20%, la tasa de desempleo juvenil supera con mucho la media europea hasta alcanzar la cifra del 40%, la más alta de toda la UE, y donde el 60% de los jóvenes no tienen posibilidad de emancipación, las alarmas deberían haber saltado hace tiempo. Al menos, en un país no gobernado por el PSOE. Y cuando salten, tampoco podemos cometer el error de pensar que estos datos solo responden a problemas coyunturales como puede ser la pandemia, o a factores externos incontrolables. No cabe duda de que la pandemia ha agravado los problemas que azuzaban a los jóvenes, pero tampoco se puede discutir que éstos ya estaban ahí mucho antes de la pandemia, y es que el problema de los jóvenes en España no es coyuntural, sino estructural. Se llama socialismo.

Es fácil hacer hoy un análisis de qué es lo que no funciona en relación con los jóvenes. Pero a lo que pocos se atreven es a identificar su origen, la negación de la crisis de 2008 por parte del Gobierno de Zapatero. La necesidad de ganar las elecciones de 2008 llevó al PSOE a negar la mayor y a hacer políticas contrarias a las alertas que todos los organismos internacionales emitían entonces. Se buscó una política expansiva, personificada en los Planes E, se afianzó la rigidez del mercado laboral y se blindó una política de subsidios que, cuando estalló la crisis, ahondó en los problemas estructurales del Estado, sin margen de maniobra debido al excesivo endeudamiento que, por otra parte, también provocó que el ciclo expansivo posterior no pudiera ser todo lo intenso que debió haber sido.

Que España necesita reformas es una evidencia, como también lo es el hecho de que esas reformas no pueden ser meros ajustes cosméticos, sino reformas estructurales, porque no se puede cargar sobre la espalda de los jóvenes todas las malas decisiones que por sometimiento ideológico, interés electoral, o ambas, se han tomado en los últimos tres lustros. Se necesita una reordenación de las finanzas públicas, para que el sobreendeudamiento no limite la capacidad de actuación del Estado para aprobar planes de vivienda o para invertir en digitalización. Se necesita una fiscalidad atractiva que atraiga empresas que generen empleo. Pero se necesitan también una serie de reformas estructurales encaminadas a la reducción de costes fijos y a la potenciación del mercado laboral con una legislación adaptada a la realidad empresarial del Siglo XXI. Se necesita, en definitiva, todo lo contrario de lo que propugna el socialismo.

En resumen, la primera generación de jóvenes del Siglo XXI está experimentando en España en carne propia el por qué el socialismo fracasa allí donde se implanta. Irresponsabilidad, egoísmo, electoralismo, dogmatismo, y necedad en la insistencia en el error. Hacer rehén a la economía de su ideología provoca fuga de empresas, desempleo, pérdida de competitividad y poder adquisitivo, devaluación de la formación y ausencia de oportunidades. Y además, socava dramáticamente la libertad. Porque si un joven no tiene la capacidad de poder elegir donde vive, de comprarse una vivienda, de tener salidas laborales, o de formar una familia, entonces ese joven no es libre. Por eso, la mejor política social no es la que más subvenciona, sino la que menos necesita subvencionar. Por eso la mejor política social es el empleo. Y esa política, en Madrid y en España, es seña de identidad de Ayuso y del Partido Popular.