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“La crisis sanitaria ha idiotizado más al personal”
El escritor y periodista David Felipe Arranz publica “España sin resolver. Crónicas de la postransición”, donde recopila diez años de articulismo social y político
Cada artículo de David Felipe Arranz (Valladolid, 1975) constituye, además de una píldora cargada de ironía, un certero y directo sopapo de realidad. “España sin resolver. Crónicas de la postransición” (Pigmalión, 2021) recopila diez años de articulismo social y político: desde Rodríguez Zapatero hasta Pedro Sánchez, pasando por la era de Mariano Rajoy... y, cómo no, una crisis sanitaria que ha puesto a prueba a la clase política.
Son muchos los personajes que desfilan por España sin resolver, de todos los colores políticos posibles. ¿Sería capaz de encontrar un rasgo común en todos ellos?
Sin duda, si hay algo que defina a nuestra clase política en la última década es su ambición de poder y su escaso o nulo sentido de servicio a la ciudadanía, que viene a ser como desespañolizar a España y a los españoles. Estos políticos ya viven de espaldas a la sociedad, que sale adelante con su esfuerzo, sacrificio y sentido común, a pesar de sus señorías, que se quedan entre falsos e improvisados. Ninguno pasará a la historia.
¿Qué valora más el electorado? ¿La capacidad oratoria en un parlamentario o el ingenio condensado en 140 o ahora 280 caracteres?
Creo que el votante busca un líder que le confirme en sus errores y prejuicios. Ni siquiera creo que el ciudadano medio pida “ingenio condensado”; si acaso, leche condensada en el súper. La clase intelectual sí debería poner contra las cuerdas a sus gobernantes cada vez que incumplen sus promesas de campaña, que es siempre: tiene capacidad, influencia e inteligencia suficiente para hacerlo y no lo hace porque es acomodaticia. El problema es que el poder compra las voluntades de sus élites culturales, sean del signo que sean, y estas se silencian. Pensadores verdaderamente libres hay muy pocos.
La gestión del coronavirus suponía un reto para nuestros gobernantes. ¿Han estado a la altura?
Rotundamente no. Les ha sobrado prepotencia para asumir un fracaso sanitario de más de cien mil muertos, una cifra propia de una guerra civil. Que todavía no hayan pedido perdón clama al cielo y nos da la temperatura moral de nuestros gobernantes. Nadie ha dimitido y el ministro de Sanidad ha sido “premiado” con ir como primero en las listas de las elecciones catalanas. Con respecto al resto, ya ha habido cambio de ministros (Transportes, Educación, Exteriores, Justicia…) y aquí no ha pasado nada, salvo los paseíllos de carteras nuevas en las escaleras de Moncloa, el posado y photocall de verano y a vivir, que son dos días. Las consejerías de Sanidad de las regiones también son responsables de las muertes de los españoles: en Madrid, por ejemplo, han muerto achicharrados masivamente en las residencias. ¿Alguien ha dimitido? Al contrario: han votado en bloque a estos mismos responsables. El muerto al hoyo y el vivo al bollo: es una auténtica vergüenza, pero la culpa en gran parte es del votante, que se deja llevar del ronzal por esta gente, que se cree la más lista del patio.
Haciendo un ejercicio de imaginación, ¿qué crees que hubiera ocurrido en la España de la Transición de haberse producido esta crisis sanitaria en aquellos años? ¿Cómo crees que habrían reaccionado Gobierno y partidos políticos?
Creo que se hubiesen unido, como lo hicieron a la muerte de Franco, buscando soluciones prácticas, consenso... Claro, que estamos hablando de Gabriel Cisneros, Peces-Barba, Solé Tura o Pérez-Llorca… Para mí el modelo de gobernante es un Enrique Tierno Galván o un César Antonio Molina, a los que los de ahora no les llegan ni al zancajo en el sentido de Estado. Basta leer cualquier volumen de la colección transicional Espejo de España, de Planeta, para ver el nivel y las lecturas que tenían, desde un ministro a un secretario de Estado. En noviembre de 2015 un alumno de mi universidad preguntó a Rivera y a Iglesias por una obra filosófica de referencia: el primero no supo qué contestar y el segundo citó mal a Kant. Lo que ha ocurrido en la pandemia es surrealista y demencial porque no tienen nivel, salvo para medrar y cortar cabezas. Pero, ojo, que este modelo no es exclusivo de la “carrera” política: aplíquese a las grandes empresas y a toda estructura laboral: darwinismo puro y mucho sexo meramente copulativo, como en la sabana africana, pero sin el valor del león: solo con la vileza de la hiena.
Por otro lado, ¿en qué ha cambiado la crisis sanitaria nuestra percepción de la política y de los políticos?
La gente está anestesiada y hay más preocupación por la Liga de fútbol o el morbo televisual que por el rumbo del Estado. La crisis sanitaria, si acaso, ha contribuido a idiotizar más al personal. ¿Que hay que aplaudir a los médicos y enfermeras a los que no se les ayuda por parte de ministerios y consejerías? Pues se aplaude, hombre. Y un día se deja de aplaudir porque lo decide un señor que está sentado en su despacho ganando millones del erario público, que ayer asesoraba a Albiol en Cataluña, hoy a Sánchez y mañana al mismísimo Lucifer. Me horripilan los gurús, los elegidos, los iluminados, los visionarios de las tecnologías: son un bluf de ansia viva, parásitos sociales. ¿Quién los designa? ¿Quién les otorga ese estatus? Lo del desencanto es más propio de los Panero y de Jaime Chávarri, más fino y sensible: lo de los españoles de ahora es la molicie, la inercia y la mansedumbre pastueña. Si se protesta es porque hay mamandurria e interés de poder para los que organizan esta u otra manifestación: si no, a comer la paella. El político, que es un tahúr profesional al estilo de John Carradine en La diligencia, ratifica al ciudadano en su ser: es su reflejo especular, su reverso descarado y propagandístico.
En los últimos años hay dos territorios que copan el interés mediático-político: Madrid y Cataluña. ¿Son vasos comunicantes? ¿El bienestar de uno supone el malestar de otro?
Madrid siempre tiene la culpa de todo, porque gobierna la derechona o los socialistas. Pero es que en Cataluña también gobiernan las derechas pudientes y extractivas desde Pujol y entonces ya no pasa nada. El trinque en este país es según quién lo mire: el bipartidismo se ha financiado desde siempre con las aportaciones de empresarios a los que se concedían obras públicas, aquí y en Cataluña, y a nadie le interesa revisar la ley de financiación. El “malestar” es pura retórica para que cuatro espabilados vivan bien en su chiringuito: la barretina y la butifarra todavía son rentables, en la medida en que los de Madrid son unos botiflers porque hay que pagar muchas facturas, los pañales del niño y la leche en polvo, que están por las nubes.
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