Malasaña, km. 0
Madrid desmiente al odio
Tras la agresión «fake», el paseo por sus calles deja ver la fotografía de una ciudad sin cerrojos. Mucho más liberal de lo que afirman sus calumniadores
Debo de haberme confundido de ciudad. Cuando salí de casa, hace una hora, me dijeron que la noticia estaba en la calle. Concretamente en Malasaña, donde ocho encapuchados habían torturado a un homosexual. Le marcaron como a un ternero, a punta de navaja. Le rompieron la madre, mientras las terminales mediáticas cantaban como un castrato la balada del apocalipsis. Cuando acepté el reportaje Madrid era ya gemela de Kabul, con partidas de caperuzos, camisas pardas y orcos a la caza del diferente. Pero ha pasado el tiempo, y la verdad desagradable asoma. La agresión fue consentida. No hubo una pandilla de neonazis sino una relación sadomasoquista. El tolai largó el embuste para que su pareja no descubriera que lo había adornado con una cornamenta XL. Y yo estoy ahora con Gonzalo, fotógrafo y dandy, en mitad de la plaza de Chueca, frente a la cafetería Verdoy, con todas las terrazas ocupadas, ruido de risas y conversaciones, camareros que van de mesa en mesa, niños de la mano de sus padres y parejas dándose arrumacos. No dudo de que la estampa sería muy similar si hubiera sido cierta la fabulosa razzia. Pero el contraste entre el discurso mediático, como de prolegómenos del fin del mundo, y la realidad de unas calles ajenas a la histeria, parece ilustrar sobre la distancia que va del cartonaje fake de unos jetas con galones al pulso real, contante y tajante, de una vida que circula ajena a sus delirios. A fin de cuentas, me digo ahora, que releo las estadísticas, España sigue siendo uno de los países con menos delitos violentos del mundo. 0,63 homicidios y 3,4 violaciones al año por cien mil habitantes. Con 96,7 puntos, figura en el puesto número tres en una clasificación con los mejores destinos para los viajeros LGTBIQ+ , según Euronews, por delante de Reino Unido y Francia y sólo superada por Holanda y Suecia. Dice la cadena que «España se ha convertido en uno de los países más amigables con la comunidad LGTBIQ+ del sur de Europa». En 2019, El Índice de Peligro LGBTIQ, que clasifica 150 países para determinar los mejores para la comunidad LGTBIQ, los más tolerantes, seguros y libres, situaba a España en el puesto número 8, por detrás de Canadá, Holanda, Suecia, Malta, Portugal, Bélgica y Reino Unido. Las puntuaciones se repiten en todos los índices internacionales. Pero, claro, la violencia (nunca mejor dicho), va por barrios.
Por ejemplo, en Malasaña, encuentro a unos hosteleros chamuscados por la presión combinada de los botellones y la desatención municipal. Se trata de un fenómeno, de un hartazgo, que atraviesa varias legislaturas. A lo largo de este periplo ninguno de ellos menciona la violencia homófoba. No porque no exista, no porque la niegue, sino porque la violencia que achica las vidas y ahoga los negocios del barrio, aunque multifactorial en sus orígenes, está ligada a las lacras del viejo desfase nocturno y alcohólico, a la pequeña delincuencia y el consumo de anfetaminas. «Éste es el barrio descuidado de Madrid, éste y Lavapiés», comenta el dueño de un conocido bar de la plaza del 2 de mayo, que prefiere no dar su nombre. «Mira», abunda, «cuando hay mil personas haciendo un botellón eso genera líos. Aquí la inseguridad va a más. Aunque siempre hubo guerras territoriales por las drogas, esto es más inseguro desde hace un tiempo, de hecho recuerda a los años noventa. Incluso empiezan a verse yonquis». El camarero de otro negocio, que tampoco da su nombre, comenta que este mismo fin de semana le han partido la cabeza a un chaval a la puerta del bar.
-¿Por homofobia?
-Nah, por el alcohol.
-Es peor ahora.
-Ahora está mal y con Carmena también lo estaba.
De vuelta al primer hostelero, participa en un grupo de Whatsapp, que agrupa a 90 dueños de negocios de la zona. Le pido que les pregunte. Casi inmediatamente uno responde: «Ya están los de LA RAZÓN, diciendo que hay mucha delincuencia».
-Pero, ¿cómo? ¿No decías que la inseguridad es vuestro gran problema, que estáis hartos y que estáis haciendo piña con las asociaciones vecinales para revertir la situación?
-Siempre hay alguien que politiza las cosas...
Politizar, o sea, «dar orientación o contenido político a acciones, pensamientos, etc., que, corrientemente, no lo tienen», se parece muchísimo a lo que han hecho estos días desde la Dirección General de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI. Por no mencionar la gira del ministro del Interior o de las declaraciones del presidente del gobierno. Por no recordar el planchazo sobreactuado de algunos presentadores de televisión. Pirómanos profesionales, especialistas en broncas, que habían declarado el estado de alarma, el def con dos y la siempre recurrente alerta antifascista. En los discursos de esa gente Madrid asoma como una Babilonia intolerante y cerril, ciudad del odio, con tigres por las esquinas y farolas como patíbulos de los que colgar vecinos. Cuando por si descubrimos que todo fue un bulo tampoco importa. Un vistazo a las estadísticas, suministradas por el Consejo General del Poder Judicial y la Oficina Nacional de Lucha Contra los Delitos de Odio del Ministerio del Interior, nos informa de que sólo un 19,8% de los delitos e incidentes de odio conocidos y registrados en 2020 en España caen en la categoría de discriminación por sexo y género (277, por 278 en 2019), frente al 23,3% de los delitos clasificados como ideológicos (326 en 2020, 596 en 2019) y el 34,6% atribuibles al racismo o la xenofobia (485 en 2020, 515 en 2019). En total, en 2020, en Madrid, hubo 14 infracciones penales por discriminación de sexo o género, de los que 11 fueron esclarecidos.
Caminamos, el fotógrafo y yo, por las calles oscuras y concurridas de un Madrid dramático y amable. Pintadas y graffitis por las paredes. Coctelerías fabulosas y antiguas barras con frasca de mollate. Gente, mucha gente. Gente ociosa o rauda, gente guapa, gente con mascarilla, gente con prisa o con pausa, gente que departe con las amistades, bebe cervezas, apura chupitos, pasea al chusquel, escucha rock and roll en algún bar de techos altos y ríe muy alto en unas barras a las que apenas puedes arrimarte por los protocolos Covid y el pavor que infunde el bicho.
En cuanto a teórica causalidad entre los discursos de Vox (que en mi caso, si alguien me pregunta, aborrezco) y los delitos contra la orientación sexual y la identidad de género, conviene recordar esto que escribe la jurista Irene Aguiar en Twitter, «la ‘creencia de que Vox alienta las agresiones homófobas’ no es más que eso: una creencia, pero que no parece estar respaldada por datos. No quiere decir que no sea cierto ni que deje de serlo. Simplemente que aseverarlo parece imprudente. Si lo que de verdad queremos es atajar la homofobia, que es real y es una lacra que hay que erradicar, hay que ser honestos con los datos y las causas. Solo así se pueden diseñar políticas dirigidas a eliminarla y a, en definitiva, conseguir una sociedad de respeto por la diversidad, en la que la igualdad de trato, independientemente de nuestra orientación sexual o cualquier otra circunstancia personal, sea plena y efectiva». Desconozco si algún día alcanzaremos una igualdad de trato plena o efectiva. Siempre habrá jabalíes y delincuentes, impermeables al raciocinio. Pero de la lectura de los números reales, y del paseo por las calles de Madrid, brota la fotografía de una ciudad sin cerrojos. Mucho más liberal de lo que afirman sus calumniadores. Con sus chicos comiéndose a besos, sus garitos despampanantes, sus banderas del Orgullo y sus negocios sin grilletes mentales, Madrid desmiente las habladurías y reivindica su condición de ágora moderna y libre.
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