Tabernas
El Cardeño, un templo gastro escondido en la Colonia del Viso de Madrid que tiene la cecina como bandera
Los guisos y los platos de cuchara son la especialidad. Y el menú del día es de calidad
Continuamos nuestro periplo gastronómico en el que ponemos en valor las tabernas, las tascas y las casas de comidas de Madrid. En el que deseamos larga vida a las barras en las que tanto disfrutamos y esta última temporada hemos echado de menos. Hoy, dedicamos estas líneas a El Cardeño, un espacio honesto en el que reservarías todos los días. Porque, quien nos lo recomendó nos ha hecho un favor, porque aquí se come y se bebe muy bien. Ni media tontería. Simplemente, unos productos de muy buena calidad alimentan una gran variedad de platos. Situado en el número 20 de la calle Alfonso Rodríguez Santamaría, a dos pasos de Segre, Paseo de la Habana, Concha Espina y del Bernabéu, cierto es que en este templo no recalas si no lo conoces o te hablan de los sabrosísimos platos que llegan a la mesa. Por que sí, se encuentra fuera del perímetro culinario habitual al tratarse de una calle de poco paso. Excepto de quienes trabajan en las oficinas aledañas, porque incluso los vecinos del Viso poco conocimiento tienen de él, aunque el boca oreja empieza a dar sus frutos. Y eso que el mesonero Camilo López, a día de hoy jubilado, abrió el negocio familiar hace ahora 78 años al observar que no existía bar alguno en la zona por aquel entonces. En el día a día, encontramos a su hija Helena y a su marido Pablo Getino, ambos responsables de que la fiel clientela repita visita. Nos cuenta Helena que mientras su padre regentaba un clásico ultramarinos de la época justo al lado, unos clientes pidieron a su madre que les preparara unos platos típicos de la cocina tradicional de Tierra de Campos. Tal fue el éxito, que así nació El Cardeño, un restaurante a la que se viene a disfrutar de una excelente cocina tradicional leonesa.
DóndeAlfonso Rguez. Santamaría 20. Menú 13,5 euros. Teléfono 660 41 39 49
¿Su especialidad? Los guisos y los platos de cuchara, protagonistas de la carta y de ese menú del día (13,50) que degustan el 80 por ciento de los comensales que ocupan las mesas a diario. Pero vayamos por partes, porque el espacio, nos cuentan mientras cogemos energía con un café y unas tostadas, con su buen aceite de oliva virgen extra tomate y jamón, abre desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde. Es decir, no, no sirven cenas. Así que los desayunos tardíos se juntan con el aperitivo de quienes hacen un paréntesis a media mañana y con los clientes fijos del menú. Así que tomen nota, porque quienes no prescinden de ese tapeo, que tan bien define al amante del buen comer, comienzan por un desfile de raciones imprescindibles, liderado por la cecina y el chorizo de León, el chichurro, la morcilla de Sahagún, de donde proceden los puerros, que comparten plato con el foie, y los callos, suaves, melosos y sabrosos donde los haya. Bocados que en algunos casos anteceden un almuerzo, que culmina con una fileteada, sonrosada y tierna carne roja.
Adictivos son los torreznos de Soria, crujientes por fuera, jugosos por dentro y nada grasientos, que comparten barra con el pulpo con cachelos y el pincho de tortilla. Apasionados del bocado, los mismos que van de bar en bar buscando la mejor, pruébenla porque formará parte de su lista de preferidas. Delicias de barra, que armonizan con una caña muy bien tirada o con el rioja de la casa, también compañero perfecto de las recetas que forman el menú. Llama la atención la calidad y la variedad tanto de los primeros como de los segundos y de los postres, entre los que no faltan esos que salen de la misma cocina desde hace 42 años al tratarse de platos que nos entusiasma comer, pero que no tenemos ni tiempo ni habilidad para hacer en casa. Entre ellos, el pote gallego, las patatas con bacalao, los garbanzos con callos, las judías pintas, las alubias de León, el rabo de ternera estofado... Por supuesto, los clásicos de casquería tienen sus adeptos fijos, que piden los riñones al Jerez, el hígado de ternera encebollado y la lengua estofada. Lo mismo que los apasionados de las joyas frescas del mar (emperador, supremas de bacalao, atún con tomate, la lubina a la plancha...), procedentes de una pescadería del barrio. Dejen sitio al postre, formado por la tarta de la abuela, natillas, tocino de cielo, helado de café y un yogurt cremoso. Un templo escondido al que volver. Y volver.
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