Historia
Cuando Madrid era un palmeral
A pesar de su difícil encaje en la climatología del centro peninsular, la palmera fue uno de los árboles más comunes de la capital a finales del siglo XIX y principios del XX
El Paseo de Recoletos y el Paseo del Prado parecían el Parque de la Alameda de Málaga. O casi. A pesar de las condiciones tan particulares del clima madrileño -verbigracia solo tenemos que acordarnos de cómo estaba la capital por estas fechas el año pasado, bregando con Filomena-, los responsables políticos de aquellos años -bastantes-, quisieron darle la espalda a la realidad meteorológica de un clima continental, en ocasiones duro, e intentaron que la capital, en su arbolado, rivalizase en ambiente exótico con ciudades como Sevilla, Valencia, Málaga o Barcelona.
Las fotografías recogen el Paseo del Prado engalanado con palmeras (aún se encuentran algunas -pocas para lo que había- en la plaza de Neptuno y a la altura del Paseo de Recoletos, en el tramo próximo a Colón) en una postal que recuerda poco al Madrid que todos conocemos.
Cabe apuntar que algunas de las especies de palmeras aguantan en cierta medida el frío: hablamos de palmeras Trachycarpus Fortunei (hasta -15ºC) y quizás algún tipo de cordyline, una especie con aspecto similar a la palmera que también sobrevive a heladas. Otra cosa es que, año a año, resistan las inclemencias del clima madrileño. Una cosa es una bajada de temperatura puntual, en algún invierno, como la que en ocasiones pueda soportar la ciudad de Málaga... y otra tener que sobrellevar, cada año, una bajada radical de temperaturas, durante semanas, en la capital.
Como decíamos, eso parece que no importó a los políticos municipales del Madrid de aquella época. A pesar de su difícil encaje en la climatología del centro peninsular, la palmera fue uno de los árboles más comunes de la capital a finales del siglo XIX y principios del XX.
Coincidiendo con el ensanche del Barrio de Salamanca, la Plaza de la Independencia fue acondicionada con una triple alineación de árboles en las aceras y un jardín alrededor de la Puerta de Alcalá, a partir de un plan ideado por Ángel Fernández de los Ríos en 1868. En los primeros años del siglo XX el citado jardín estaba integrado preferentemente por palmeras.
Por cierto que no deja de resultar llamativo que las palmeras canarias son las que alcanzan mayores proporciones. Esta especie, se supone, no sobrevive a temperaturas inferiores a los -8ºC. Es importante este dato, ya que actualmente crecen con relativa normalidad en los jardines de la capital (quizás también adecuándose al efecto isla de calor de las ciudades, aunque muy lejos de la altura y esplendor de nuestras costas), pero es altamente probable que muchas de ellas muriesen a los pocos años de hacer esta foto o quedasen chamuscadas hasta que finalmente fuesen retiradas, ya que requieren una serie de cuidados muy estrictos para soportar las heladas y los inviernos de la época eran muy diferentes a los actuales. Mucho más crudos, con permiso de las Filomenas de última hora. Además, el aquella época no existía ese digamos “microclima” en las ciudades, ya que ni había las temperaturas de hoy en día ni tampoco los coches que “calentaban” el ambiente.
Sin embargo, en Madrid sí hay ejemplares centenarios (el más conocido se encuentra en el Jardín Botánico), aunque realmente se ha mantenido a duras penas y su aspecto dista mucho de las que adornan, por ejemplo, la Alameda malagueña.
Ese fue, probablemente, el final del Madrid tropical: las heladas. Las palmeras más llamativas, las canarias, no consiguieron soportar las duras condiciones del invierno madrileño y el resto... crecieron y no ofrecieron el resultado deseado: las Trachycarpus Fortunei tienen un follaje excesivamente pequeño, al igual que la cordyline, que además crecen a muy poca altura
A iniciativa del célebre jardinero sevillano Javier de Winthuysen, en 1935 le fue encargado al arquitecto Fernando García-Mercadal -autor de los historicistas Jardines de Sabatini-, un plan para modificar los jardines del Paseo del Prado, en el que potenció los cedros y desdeñó las palmeras cercanas al museo. Éste fue el principio del fin de los palmerales del Salón del Prado. Tras ellos, los otros palmerales madrileños dejaron paso a árboles más acorde con una Villa y Corte cercana a Guadarrama y no al Atlas.
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