Precariedad

Sión, de semifinalista del programa Got Talent a pedir ayuda a la Fundación Madrina

El músico cubano Yasmany Rodríguez, que sorprendió al jurado del concurso con el tema «más difícil del mundo», canta en el metro para sobrevivir a la crisis del sector

Llegar a Madrid por la puerta grande: la de la televisión. En 2019, antes de que existieran las mascarillas rutinarias, Yasmany Rodríguez Rubio se asentó en España y se presentó a Got Talent, un concurso de Telecinco que descubre a personas con carismas. Se bautizó como Sión, un nombre que le llegó de la nada, como una musa. Estaba muerto de nervios. Se vistió elegantemente y rompió con los estigmas: Las zapatillas y sus vistosas rastas le daban un aspecto casual, y el público y el jurado esperaba algo urbano como rap o trap. Dejó a todos ojipláticos con una canción lírica, «La Traviata». «¿De dónde saca esa voz?», se preguntaban.

Pasó a la semifinal y decidió lanzarse a hacer «la canción más difícil del mundo», un tema de Dimash, «S.O.S d’un terrien en détresse». Incluso el normalmente crítico Risto Mejide se quedó anonadado. «No me gusta la canción, pero sí la dificultad de cantarla. Hoy se recordará como el día que el mejor jugador del mundo ganó el sexto Balón de Oro y que si yo lo tuviera te lo daría a ti», valoró, ya que las fechas coincidían con la entrega de ese galardón. Yasmany estaba como flotando en la plataforma que le subieron, el miedo a caerse se esfumó ante la sensación de palpar sus aspiraciones: «Yo no pensé nada. Miré hacia adelante y canté».

Todo fue de un día para otro. «No tenía nada preparado», reconoce. Tampoco tenía una formación académica, aprendió en las casas de la cultura de Cuba, donde le educaron la voz. «Pero mi escuela ha sido la calle», apuntilla el artista de 33 años.

Es ahí donde volvió tres años después de la euforia de las luces y las cámaras: a la jauría de la urbe, a los pasillos de los metros. Vive el receso de aquella ilusión, aunque se mantiene despierto y combativo. Toca en el metro para alegrar a los viandantes y a sí mismo, con esa felicidad de perseguir un sueño. Con su altavoz y su energía apenas puede llegar a los 250 euros al mes, por lo que le es imposible mantenerse, y menos a su bebé, que acaba de cumplir los dos años. «Estuve mucho tiempo sin trabajar. Me enteré de este permiso de cantar en la calle y al principio no se podía, cuando había restricciones, pero cuando me lo aceptaron me lancé».

Es uno de los muchos afectados de la industria. En 2020, el número de conciertos cayó el 87 %, según la Asociación de Promotores Musicales de España (APM), que representa al 80% del sector. Durante ese año se celebraron 11.000 conciertos, mínimos en comparación con los 91.000 de 2019, y hubo 2 millones de espectadores, muy por debajo de los más de 21 millones del año anterior.

En enero estos artistas se manifestaron en la Puerta del Sol por una orden del Ayuntamiento que les impedía utilizar los amplificadores en las calles. Esa decisión les impedía que su sonido prevaleciera sobre los habituales. Los músicos callejeros necesitaban el beneplácito de las instituciones.

Yasmany sortea las dificultades como puede, con amparo. «Voy a la Fundación Madrina, que me ayuda semanalmente con bolsas de alimentos. Agradezco que nos apoyen a mí, a la madre de mi bebé y a mi hija», narra. Él llama, pide cita y acude, normalmente los viernes, a la Plaza de San Amarro. «Conocí que daban este servicio gracias a internet», cuenta sobre lo que ha sido un gran alivio.

La situación de precariedad se ha agravado para todos. Cáritas Española, a través de su informe Foessa –una auditoría sobre los efectos de la pandemia–, arrojó unos datos alertantes: La conclusión es un total de 11 millones de españoles en el hastío de la exclusión. La pobreza severa ha dado un salto del 9,5% al 11,2%, en dos millones de núcleos familiares no hay un empleo ni se le espera, con 800.000 parados de larga duración.

En el caso de Yasmany, desde que comenzó la pandemia ha tenido algún concierto en una fiesta privada, pero nada serio. «Ningún evento grande, como tengo un lío de papeles también lo dificulta».

De hecho, el documento de Cáritas Española es un estudio estadístico de 700 páginas con la participación de más de 30 investigadores que hace una radiografía precisamente de la precariedad del empleo, la vivienda, la sanidad, la educación, la brecha digital y otros factores que afectan directamente en la desigualdad por el género, la edad y el origen, como se publicó en LA RAZÓN.

El alivio de los niños

Normalmente, el artista canta en Avenida América, porque se unen un compendio de líneas. Saca su enorme altavoz y procede a interpretar algo de jazz, blues, salsa o incluso música española. «No tengo ese deje, pero me fascina», explica sentado en el Parque del Retiro. En esta ocasión ha salido a la superficie e interpreta un «New York, New York», al estilo Frank Sinatra. Resuena entre los árboles y atrae a los curiosos con sus teléfonos. Frente al embarcadero, cuando se escapan los primeros rayos.

«Mi equipo tiene mucha potencia y no lo iba a vender para comprarme otro menor, así que prefiero meterme en el mundo subterráneo». En esos lugares ha coincidido con compañeros de profesión, uno de ellos, un baterista que, a pesar de estar en la misma situación que él, le ayuda económicamente y alguna vez se para a hacer un dueto con él.

Lo dice con una sonrisa amplísima. El lado amable de la crisis. La humanidad de los que están en su situación y el pode de la mirada infantil. «La experiencia que más vivo es la de las madres y los niños. Ellos se quedan mirando, preguntándose de dónde sale esa voz. Ellas les inculcan a sus hijos que tengan una buena acción ante la buena música. Me da mucha fuerza». Frente a la distracción de la cotidianeidad los pequeños atentos sensibilizan.

La magia de Madrid

Madrid es su sitio especial. Llegó con la aspiración del intrépido que tiene un objetivo claro. Quería y quiere a darse a conocer por el mundo. Eso le llevó a participar en programas televisivos de su Cuba natal, como «La Voz». También en otros, como parte de algunos grupos musicales, como Las Voces Negras.

Quería abrirse paso. «No tenía ninguna idea premeditada de cómo podría ser la ciudad, pero me encanta: desde sus edificaciones antiguas hasta el aire», enumera. En el ámbito musical percibe un aspecto más opaco; que se disfruta algo menos la música. Lo ha sentido cuando le han gritado que bajara la melodía de su altavoz.

«Lo que necesitamos es un aplauso, un grito de alegría». En esas jornadas de metro alguna vez se han acercado para valorar su talento, algunos incluso lo han reconocido. «Me dicen que estoy muy diferente sin las rastas». Le devuelven las ganas de entonar ante cientos de desconocidos. «Pienso presentarme a los programas y seguir hacia delante».

Mientras, cualquier espacio es un escenario. «Está en el momento y en el lugar, siempre y cuando el artista decida cantar». El primer eco que llegó a su país, tras su paso por el programa español, fue estruendoso: le dijeron que había puesto el listón bien alto en nombre de los cubanos. A su gente la resume con una palabra decía Celia Cruz. Un grito de victoria que exterminaba el dolor y la apatía: «¡Azúcar!».

Él la lleva en la sangre. «La música forma parte de nosotros y es extraño traerla a una nueva ciudad que es tan grande y diferente». Se repite su lema como un mantra, para no olvidar sus raíces y para que le crezcan nuevas ramas. «Llegar de un país a otro es como volver a nacer», reflexiona.