Otra temporada en coma para la música en directo
Resiliencia: la industria sobrevive por la militancia del sector, artistas y público que se adaptan a máximas restricciones
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Después de 2020, el año de la gran catástrofe, artistas, público y miles de trabajadores del sector musical y de las artes escénicas esperaban una recuperación contundente, un ascenso en vertical, un nuevo comienzo. Sin embargo, la evolución de la pandemia y de los acontecimientos fueron, poco a poco, rebajando el entusiasmo. Como hemos aprendido todos en estos últimos tiempos, la realidad es imprevisible y las vacunas, que prometían ser el remedio de todos nuestros males y el regreso a los viejos tiempos solo consiguieron darnos consuelo y poner una tirita en nuestras emociones y en las profundas heridas de un sector, el cultural, que venía de vivir el peor año de su historia. Pero no lograron el muy deseado regreso a las viejas costumbres. Al menos, no por el momento.
En 2020, la caída del número de conciertos alcanzó el 87 por ciento y de la facturación del 63, según la Asociación de Promotores Musicales de España (APM), que representa al 80 por ciento del sector. En 2020, se celebraron 11.000 conciertos frente a los 91.000 de 2019, con 2 millones de espectadores, muy por debajo de los más de 21 millones del año anterior. El retroceso alcanzó a cifras de hace 15 años. En el año que ahora termina, y a falta de cifras de conjunto, solo la tozudez casi militante de un sector herido garantizaron mejores resultados: eventos con las máximas medidas de seguridad, distancia interpersonal y mascarillas, permitieron a la industria recuperar el pulso.
Un experimento llevado a cabo en Barcelona con test de antígenos previos a la entrada al espectáculo permitió albergar algunas esperanzas. Su éxito a pequeña escala incluso permitió el regreso de las multitudes a tres festivales celebrados en Cataluña donde se permitía la libertad de movimientos. Canet Rock, Cruïlla y Vida Festival casi permitieron soñar con la vuelta a la normalidad, pero a su conclusión dejaron un rastro de contagios y la fórmula no cundió en el resto del Estado. El Sonorama, que trataba de celebrarse bajo esta fórmula, tuvo que dar marcha atrás. Otras grandes citas como el BBK de Bilbao y el Mad Cool, entre otros, renunciaron a celebrarse ante la inviabilidad de cualquier formato que incluyese libertad de movimientos.
Sin embargo, con más certidumbre que el año anterior, los ciclos al aire libre afinaron la propuesta y se multiplicaron por toda la geografía nacional. Y es que la única fórmula que resultó viable fue la de celebrar eventos con las máximas restricciones de seguridad, tanto en interior como en exterior, tanto para teatros como para conciertos. Gracias a esa prudencia, la enorme mayoría de los espectáculos organizados pudieron celebrarse con éxito y (nueva) normalidad.
Si algo ha demostrado la adversidad es que la industria y los artistas tienen capacidad de transformación y que el público es capaz de responder bajo el mayor ejercicio de responsabilidad y adaptación a las circunstancias. Ante la restricción de movimientos, las giras internacionales fueron canceladas y los artistas nacionales se hicieron a la carretera en el que puede haber sido el único efecto positivo de los años de la pandemia. Gracias a esos factores, para la industria de los escenarios 2021 ha traido una cierta recuperación, aunque desde luego ni tan profunda ni amplia como todo el mundo habría deseado.
Para el recuerdo quedaron los conciertos en «streaming», que en los peores tiempos algunos presentaron como la panacea o, más modestamente, como alternativa de negocio pero que se ha revelado un modelo muy poco atractivo, más bien marginal para el público adulto. Experimentos como los llevados cabo por Travis Scott o Ariana Grande en «Fornite» (seguidos por más de 12 millones de personas y muy rentables para ambos) invitan a pensar que quizá en el futuro a medio plazo este modelo pueda tener mercado, pero es pronto para saber las costumbres de las generaciones adolescentes. En el otro lado, el de los grandes clásicos, el año nos dejó un brillo en la oscuridad. El Teatro Real fue elegido como la mejor ópera del mundo en los galardones internacionales del sector, como reconocimiento a una labor de calidad ejemplar y centenaria.
Concluye otro año muy duro para la industria de los escenarios, que, hasta hace pocas fechas, volvía a mirar al futuro con las baterías cargadas y los carteles a punto para que 2022 sea el de la vuelta a la normalidad sin adjetivos. Como muestra, el WiZink Center de Madrid tiene programados al cierre de esta edición 134 conciertos para el año que comienza, y los grandes festivales han revelado enormes carteles internacionales bajo la premisa de dejar la crisis sanitaria atrás. Esa es la esperanza de miles de trabajadores y empresas de un sector que difícilmente podría aguantar otro año en el dique seco. Sin embargo, y como decíamos al principio, solo cabe una certeza y es que las certezas no caben. Las últimas noticias de la situación sanitaria vuelve a desatar el pánico ante una vuelta a la casilla de salida de una pesadilla que parece no terminar nunca. Aunque a todos nos gustaría estar contando otra cosa, dejamos atrás otro año musitando una palabra amarga: incertidumbre.