Reinserción

«Si no llego a entrar aquí, hoy podría estar muerto»

Anuel ha pasado casi un año en un centro de menores por un robo con violencia; ahora estudia, trabaja y juega en un equipo de rugby

Anuel, en el centro de menores que acaba de abandonar
Anuel, en el centro de menores que acaba de abandonarDavid JarLa Razon

Anuel lleva solo diez días libre. Ha pasado los últimos once meses y medio internado en un centro de ejecución de medidas judiciales de la Comunidad de Madrid y hoy vuelve para hablar con LA RAZÓN. En la pared de la que fue su habitación aún cuelga el dibujo de unas zapatillas de deporte y el calendario con los días tachados de su condena. Asegura que no le impresiona estar de nuevo aquí, casi parece alegrarse. De haber regresado unas horas y de que la vida le obligara a pasar por esta experiencia que se la ha cambiado.

Con una media sonrisa y voz baja, este joven que acaba de cumplir la mayoría de edad confiesa que su estancia en el centro Renasco no es algo que vaya contando a las primeras de cambio, «como muchos chavales que se hacen los gallitos diciendo que han estado en la cárcel, cuando esto se parece más a un hotel de cinco estrellas». Anuel (nombre ficticio) ahora piensa que el tipo curtido es el que se busca el pan de manera legal: «Si algún chaval lee esto quiero que sepa que la persona dura de verdad no es la que delinque, es la que se gana la vida en serio. Y que no se ve obligada a hacer nada malo para conseguir el respeto ni tener un mejor sonido en la calle».

La metamorfosis de este chico de origen caribeño que estuvo a punto de ingresar en una banda se ha producido gracias a los cerca de 60 trabajadores que cuidan de 24 menores como él, privados de libertad por orden judicial. En el caso de Anuel el delito fue un robo con violencia en la calle, pero no era el primero. «Venía de una libertad vigilada porque era reincidente, estaba a la espera de juicio. Caí solo una semana antes de que saliera absuelto. Pero si no hubiera entrado aquí, no estaría donde estoy ni tendría nada de lo que tengo ahora. Seguramente estaría en un lugar peor, incluso podría haber acabado muerto».

La puerta de seguridad de este centro que depende de la Consejería de Justicia e Interior se cerró a su espalda el 12 de junio de 2021. Después vendría una docena de días de aislamiento por las medidas antiCovid y muchas noches sin dormir, con la cabeza echando humo. «Al principio es duro. Pasas todo el día pensando, pensando, pensando. Comiéndote la cabeza. Dándole vueltas a cómo has acabado aquí». Sin móvil, sin tabaco, sin contacto alguno con el exterior. Todo para tratar de generar una nueva rutina basada en el deporte y el desempeño profesional que supone un cambio abismal.

¿Cuál fue el peor «mono» de todos? «Los primeros tres meses aquí me dio por comer. No salía a nada. Comía, comía, comía. Por la ansiedad. Repetía en las cinco comidas del día. Dormía mal». Entre risas, confiesa que Lola, a la que pasa a saludar a la cocina y que lo recibe con una enorme sonrisa, es una de las trabajadoras más populares del centro. En cualquier caso, asegura que «dejar todas esas cosas no fue tan duro para mí, me olvidé por un momento de lo de fuera. Pensaba solo en mí, en mi vida, en lo que debía hacer para cambiarla. Logras desconectar y, si eres listo, cambiarás». Desde luego, él lo ha hecho. Ahora juega en un equipo de rugby que le ha financiado el carné de conducir y está a punto de empezar el segundo año de Formación Profesional de cocina. Mientras, trabaja de camarero «con un contrato normal».

Dice Luis Maurolagoitia, subdirector del centro y un veterano en la reeducación de menores, que «aquí está todo muy reglamentado, el día a día, eso forma parte del proceso». Desde que se levantan hasta que se acuestan, estos jóvenes que antes pasaban la vida en la calle haciendo lo que les daba la gana pasan a tener pautado cada minuto de su vida. Y controlado.

El calendario de su "condena" sigue en la antigua habitación
El calendario de su "condena" sigue en la antigua habitaciónDavid JarLa Razon

Anuel explica que «por la mañana iba a clase, de 9 a 3. A las cinco y media me iba a entrenar con el equipo del Liceo Francés y volvía a las nueve. Cena, ducha y a la cama. Los viernes si estás en el nivel medio o avanzado te dejan estar despierto hasta las 23:30. También te dejan tener tu propio champú, cremas. En el grupo inicial tienes que estar en la cama a las 21:15 de lunes a domingo». Dice que la primera vez que puso un pie en la calle y encendió el móvil después de un mes y medio, alucinó. Tenía «millones de mensajes, no sabía ni cómo cogerlo».

Uno de los momentos críticos del proceso es el momento de salir. Al tratarse de un centro con régimen semiabierto, los chicos acuden a clase o a trabajar. «Sí, da miedo salir. Al menos, a mí. Lo peor no es estar aquí, sino entrar y salir. Cuando cruzas la puerta ya puedes usar el teléfono y te puede pasar que te escriba alguien y te dé el venazo, o que te dé por irte a casa y encerrarte, o directamente fugarte. Pero si no vuelves cuando toca, te vas a pasar la vida corriendo delante de los guardias, o te van a poner más tiempo si te pillan. Y hasta los cinco años esto no prescribe».

Las salidas de fin de semana también son progresivas. «Si haces una progresión buena, te van dejando. El primer fin de semana que estuve entero fuera... ufff. Estuve con mi novia, que me guardó ausencia, ja, ja. Bebí mazo, claro. Pero sin buscarme ningún lío, todo bien. La vuelta, joder, lo bueno es que ese domingo duermes del tirón».

El riesgo de recaída siempre está ahí. Anuel asegura que él sigue viviendo en el mismo barrio y ha aprendido a distinguir «a los amigos que son de verdad, no a los que te buscaban solo por interés y que desaparecían cuando caía el marrón. Te vas dando cuenta de muchas cosas. La gente que me conoce me ha dicho que me ven distinto, que he cambiado. Pensaban que iba a salir peor y ha sucedido lo contrario. Los demás me dan igual, si me saludan, bien. Y si no, pues también. Saben que estoy en otra cosa y que no soy de los que se dejan arrastrar para hacer tonterías». Mientras estuvo internado, tampoco se metió en ninguna pelea, aunque las hubiera: «Hombre, claro, he visto unas cuantas. También he tenido mis piques, pero no me iba a jugar mi salida por nada del mundo. Siempre hay gente que trata de que la líes para que te quedes con ellos porque no pueden salir».

«Si no llego a entrar aquí, hoy podría estar muerto»
«Si no llego a entrar aquí, hoy podría estar muerto»David JarLa Razon

Entre los buenos hábitos recuperados, la actividad física sobresale. Durante el paseo por el amplio jardín del centro, Anuel se encuentra con Álex, ex jugador de Waterpolo y uno de los educadores. Intercambian bromas y hablan un rato de rugby y de la final que acaba de jugar en Valladolid. Dice con orgullo que el entrenador le sacó en el equipo titular: «He descubierto que es mi deporte, aunque al principio me daba miedo... Hasta que me di cuenta de que si les das tú más fuerte van a coger miedo y no van a volver a entrarte en todo el partido. Ya no me fumo la cajeta que me fumaba antes, ahora solo uno o dos al día. Ya no pienso tanto en eso. Antes también fumaba porros porque me veía gordo, ahora con el deporte no me hace falta».

l subdirector del Renasco admite que «es verdad que no tenemos una varita mágica, pero tratamos de darles unas herramientas que, posiblemente, nunca han tenido. Se trata de chavales que no se han enfrentado nunca a una situación de éxito». Luis Maurolagoitia asegura que este modelo especializado, implantado en la Comunidad de Madrid hace once años por la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI), funciona.

El porcentaje de menores que no vuelve a delinquir supera el 90% y más del 95% de los que ingresan por maltrato familiar ascendente (a los progenitores) tampoco reincide. El perfil tipo del interno es un varón de 17 años, que ha cometido un delito contra el patrimonio y cuyo internamiento medio ronda los 16 meses. De los 1550 menores que tutela esta agencia que depende de la Consejería de Justicia e Interior, solo el 17% tiene impuesto un régimen de internamiento.

Dice Luis que son conscientes de la necesidad de monitorizar también los primeros pasos de la nueva vida de estos chicos. Un técnico les hace seguimiento para asegurarse de que no caen en lo mismo. En esa transición se faja ahora Anuel. Lo de fuera no ha cambiado, pero él tiene armas nuevas: «He aprendido mazo de cosas. Ahora hablo más con mi madre, vamos cogiendo confianza. Aquí me han enseñado a entender, a pensar, a escuchar. A no decir lo primero que me sale, a no hacer lo primero que se me ocurre. Sé cuándo y dónde debo estar y dónde no tengo que ir para no repetir nunca lo hice».