Despedida
El último deseo de Pedro: 14 vueltas al Jarama antes de morir
La Fundación 38 Grados cumple las voluntades finales de personas enfermas
Pedro Martos tiene un tatuaje en el antebrazo que resume una filosofía de vida: «Vive para contarlo y, si mueres, que lo cuenten otros». Él aún puede explicarnos en primera persona cómo ha llegado hasta aquí, a este circuito del Jarama en el que no hay un alma, aunque está muy enfermo. Sufre un cáncer de mal pronóstico que le ha dejado en una silla de ruedas y le está robando también la voz.
En un tono apenas perceptible, dice que está emocionado de poder dar sus últimas catorce vueltas a toda velocidad y le brillan los ojos mientras habla. Ha visto cumplido este deseo gracias a la Fundación 38 Grados, una asociación de tres mujeres bravas que se dedica a hacer realidad las voluntades finales de personas que se encuentran cerca de la muerte.
En este caso, han contado con la complicidad de Ernesto Nava, director de la Escuela RACE de Conducción, que es quien se pone al volante de un BMW M4 de 450 caballos que llegará a coger los 230 km por hora antes de devolver a Pedro a tierra firme.
«¿Se pueden decir tacos? Ha sido de puta madre». Esto es lo que acierta a decir cuando se baja del coche sonriendo de oreja a oreja. Le ayuda Juanma, el auxiliar sociosanitario que ha sido su sombra durante los últimos cuatro años y medio en los que ha vivido en Hogar Sí, un centro de la Fundación Rais para personas sin hogar que se encuentran en fase terminal o convalecencia.
Amante de la velocidad
Pedro siempre fue un loco de la velocidad, que ha sido para él «un auténtico vicio». Caballero legionario, paracaidista, taxista, mensajero, conductor del Parque Móvil del Estado, su biografía ha estado ligada a vehículos y kilómetros. A carretera y manta. Fue también a bordo de un coche donde se enteró de que algo andaba muy mal. «Estaba conduciendo el taxi cuando, de pronto, me falló el pie derecho y no pude frenar. Así que me di con el de delante. Cuando bajé a hacer el parte, me molestaba mucho el pecho y no me respondían las piernas. Comencé a tener espasmos en las extremidades. Tuvo que venir la ambulancia y me ingresaron en el hospital». El diagnóstico no pudo ser peor: cáncer de pulmón con metástasis en el cerebro.
Un par de días después de cumplir su deseo en el Jarama, y con la adrenalina ya en su sitio, tomamos un café con Pedro. Dice que todavía le duele el cuerpo después de aquel «día brutal». Echa mucho de menos conducir, los trece años que se pasó llevando a personalidades del Estado de aquí para allá fueron los mejores de todos.
Conductor del delegado del Gobierno en Jaén
Fue conductor durante mucho tiempo del delegado del Gobierno en Jaén, pero también le tocó hacer de chófer un tiempo para el que fuera ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos.
Recuerda aquella vez que le tocó transportar al ex primer ministro británico Tony Blair y al todavía presidente turco. «A Recep Tayyip Erdogan lo llevé varias veces. Tenía un escolta que era un hijo de su madre.
Era un tipo muy alto, grande, y no quería ponerse el cinturón. Iba haciendo fotos desde su ventanilla hasta que di un volantazo y casi se clava el objetivo de la cámara en el ojo». Aquí se ríe Pedro, un gesto que no es habitual estos días de enfermedad. Asegura que está bien cuidado, aunque echa en falta su autonomía, su independencia. Ahora es todo rutina, rutina.
Un tipo orgulloso y alejado de su familia
Pese a que tiene familia y varios hijos, se enfrenta a estas últimas curvas solo. Reconoce que ha sido un poco «cabrón» y que esto, el orgullo, lo aprendió de su padre, al que apodaban «el mula» por los apretones de manos que se gastaba. Su vida pasada, dice, ha sido «mitad buena y mitad mala», y se reconoce creyente «a mi manera, sobre todo cuando las estoy pasando putas».
Ahora que vienen mal dadas y que la memoria más reciente le falla por la cirugía en la cabeza, Pedro tiene bien fresca la tarde pasada en el circuito del Jarama. «Aquella noche estaba a tope, volvimos en el coche de Araceli dando palmas y diciéndole cosas a los trajeados que veíamos en la calle».
Araceli es Araceli Herrero, una de las tres ideólogas de la fundación que ha hecho posible que Pedro se despida de la velocidad a lo grandísimo. Junto a María Martínez-Mena y Rocío Ramos, lleva ocho años haciendo lo imposible para que los que les piden ayuda no dejen ninguna asignatura pendiente antes de morir.
Las voluntades cumplidas de la Fundación 38 Grados
Desde 2014, la Fundación 38 Grados ha cumplido cerca de 250 últimas voluntades. Al principio, cuando se dieron a conocer a los hospitales y unidades de paliativos, las miraban como si estuvieran locas.
Poco a poco, los sanitarios fueron cogiendo confianza y ahora muchos de ellos les sirven de ayuda. María recuerda con cariño varios deseos, algunos de ellos no pudieron llegar a cumplirse porque la persona murió antes de que fuera posible.
«Hubo una vez que organizamos un desfile de moda en el comedor del Centro San Camilo para una modista que nunca había asistido a ninguno y ya no podía salir del hospital. La liamos muy gorda: modelos, vestidos, maquilladoras, alfombras, público...». En otra ocasión, lograron llevar el restaurante «El Bohío» a un hospital.
Era la ilusión de una paciente en cuidados paliativos y el chef, Pepe Rodríguez, le cocinó y cenó con ella. Las tres fantásticas de 38 Grados fueron las pinches.
Pocas veces les han cerrado la puerta cuando han pedido la colaboración de famosos y personajes célebres. «Lo difícil es llegar a ellos», explica María, «pero después casi nadie dice que no». Solo recuerda el caso de un cantante que había decidido no hacer ese tipo de acciones. Conocer a futbolistas, cantantes, algún político como Manuela Carmena, volver a casa para morir... las cosas que les piden no son «barbaridades».
«Son momentos en los que la gente vuelve a la esencia. Algunas veces pasamos por situaciones muy estresantes, pero luego ocurren cosas maravillosas. Una vez que una persona muy malita nos pidió volar a su país casi nos lo bajan del avión porque no llevaba acompañante y podía morir en el trayecto. Una pasajera que además era enfermera lo oyó y se ofreció a acompañarlo todo el vuelo. Pudo volver a su casa y murió al cabo de un mes rodeado de su familia».
Cuenta María que esa onda expansiva cuando cumplen un deseo llega mucho más allá del beneficiario: «Es que no solo influye en ellos, también en los familiares, en el equipo médico...
Es una experiencia que a muchos les transforma y da pie a que se despidan de otra forma, o que dejen un legado que no tenían planeado. El deseo es casi la anécdota, lo importante es todo lo que se mueve alrededor».
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