Historia
Fiestas en Madrid por Lepanto (1571)
Se ordenó hacer una procesión dando gracias por la victoria y se acordó limpiar las calles desde el arco de Santa María hasta el monasterio de San Felipe
La conmemoración ha pasado inadvertida. Acaso porque no todos los años haya que conmemorar. Pero el hecho cierto es que no he leído nada, ni oído nada, sobre que el 7 de octubre de 1571 se libró la batalla de Lepanto. Es lógico: en esa semana en España estamos más ocupados y preocupados por la celebración de la Fiesta Nacional que de otra cosa.
Pero no importa: hoy voy a tratar dos cosas tan solo relativas a la Batalla. Aunque hay mil más sobre las que hablar, por ejemplo, la descripción del enfrentamiento en sí mismo (en el archivo de Simancas se conserva un plano de las dos escuadras en formación cuando van a entrar en combate); las consecuencias de la victoria (unos historiadores defienden que fue pírrica; otros creemos que hubo bastante de oportunidad perdida, pero desde entonces el Mediterráneo dejó de ser lo que había sido) y así sucesivamente.
Pues bien, como digo, quería escribir, o mejor aún, reescribir aquellas frases nacidas del orgullo herido que vibran como los sonidos de los tambores en combate. El autor al que copio es, naturalmente, Cervantes.
Lo que sabemos de su participación en el combate está recogido en una de las muchas informaciones con testigos que se hicieron a lo largo de su vida. Era muy común que un individuo, entonces, a lo largo de su existencia tuviera informaciones de testigos de diversas naturalezas: probanzas de limpieza de sangre, probanzas de limpieza de oficios, como refuerzo a peticiones de mercedes reales, por supuesto declaraciones judiciales y así sucesivamente.
Se sabe que Cervantes tenía fiebre y no quiso bajarse a la bodega de la Marquesa sino que pidió a su capitán, el famoso por Cervantes capitán de Guadalajara Diego de Urbina, «le pusiese en la parte y lugar que fuese más peligrosa y que allí estaría y moriría peleando» y el capitán Urbina le mandó con doce soldados a sus órdenes al esquife «adonde vio este testigo que peleó muy valientemente como buen soldado», hasta el final del combate, «de donde salió herido en el pecho de un arcabuzazo y de una mano, que salió estropeado». Luego, ya se sabe, fue retirado al hospital naval de Mesina, en donde sanó, recibió ayudas económicas… y volvió a embarcarse hacia Navarino y el Mediterráneo oriental.
Aquellas heridas le marcaron, claro está. Le marcaron física, pero también psicológicamente,
En El Quijote I-XXXIX el «cautivo» relata su propia vida. Es, naturalmente, la propia vida narrada en novela. Mas si cotejamos esas líneas de ficción, con los registros documentales que se encuentran en los archivos, se ve cómo Cervantes actúa tanto como creador, cuanto como historiador; un gran historiador: «Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada […] Y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar…».
Por otro lado, la rabia de la mofa lanzada contra él en el falso Quijote de Avellaneda, le hizo revolverse ya más tarde en los «preliminares» de la segunda parte de El Quijote, de 1615. En esta ocasión, no hay creación, sino redacción de la indignación: «Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros […] si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella acción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella». Lepanto se halla de nuevo en sus escritos en los «Preliminares» del Persiles y en El viaje del Parnaso.
El otro asunto que me apetecía tratar es de cómo corrió la noticia hasta llegar a Madrid: El 31 de octubre había habido una sesión del ayuntamiento, tan normal como tantas más, ocupándose de asuntos ordinarios y sin ver cómo los traidores defenestraban a sus promotores. A media tarde, debió ser, cuando entró en la Villa a galope tendido un correo trayendo en la faldriquera cartas con informaciones alucinantes para el Presidente del Consejo Real, que a su vez ordenó que había que hacer una procesión dando gracias por la victoria, a la que iría el Rey. Para organizar la procesión, se volvieron a reunir en sesión urgente por la noche, a las nueve. Tomó la palabra el Teniente de Corregidor (el letrado que asesoraba al Corregidor si este fuera de espada), «dijo que el reverendísimo cardenal [Espinosa, que era Presidente del Consejo Real de Castilla] le mandó que se previniesen dos órdenes para la procesión general que se ha de hacer mañana a las siete, en la cual dice que ha de salir Su Majestad. Por tanto, que los dichos señores acuerden que luego se limpien las calles desde el arco de Santa María hasta el monasterio de San Felipe…». Por cierto: lo que más les preocupó entonces fue la limpieza de las calles y que hubiera cera y velas suficientes.
Debió haber procesión con el rey al alba. Por la noche se iluminó toda la ciudad y al día siguiente, «en este ayuntamiento se acordó que por la buena nueva que, ayer miércoles último de octubre, vino de la victoria que la armada cristiana hubo contra la turquesca, esta noche, además de lo que anoche se hizo, se hagan alegrías en esta manera: que se pongan luminarias y se hagan hogueras por toda esta Villa, y asimismo se tomen bueyes de los del matadero y con cascabeles se traigan por la Villa […] y también haga poner luminarias en la puerta de Guadalajara, como se han puesto otras veces [pero esta vez ardió], y lo mismo en la sala del ayuntamiento…».
Así se celebró en Madrid la victoria de Lepanto. Mientras, en el Mediterráneo, don Juan remitió las cartas con la noticia al rey y al emperador (esta se conserva en el Archivo Imperial de Viena) y el 31 de octubre amarró en Mesina. Por allí estaría malherido Miguel de Cervantes.
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