Historia
Pobres verdaderos, fingidos, laboriosidad y caridad en Madrid (II)
El siglo XVI siguió adelante con sus cuitas, sus problemas, sus logros y las innovaciones que se produjeron
Avanzado el siglo, se planteó el problema de nuevo con toda fuerza. El protagonista, en esta ocasión, fue un catalán del otro lado del Pirineo, cuando aquellas tierras de Perpiñán, Salses y Colliure eran del rey de España. Me estoy refiriendo a Miguel de Giginta, que fue canónigo de Elna. Miguel de Giginta bajó a Madrid a presentar arbitrios sociales. En Madrid entonces se resolvía todo. Miguel de Giginta entra en escena hacia 1575. Desde entonces en adelante, declama, publica y escribe sin cesar para ver qué hacer con los pobres y, sobre todo, para ver cómo abrir un gran hospital general en la Villa. Ya las Cortes de Madrid de 1576-1578 se hicieron eco de alguna propuesta suya. En las Actas de las Cortes se lee: «Considerando la gran necesidad y obligación que hay de socorrer y remediar a los verdaderos pobres y atajar y obviar el vicio con que […] viven los fingidos y vagamundos, ha tratado el Reino de entender en estas Cortes el remedio que para esto podría haber […] y habiendo visto un discurso que para este efecto le propuso el canónigo Miguel Jiginta de Elna y tomado sobre ello pareceres de muchas personas de ciencia y conciencia y experiencia que lo han aprobado como el remedio más conveniente que hasta ahora se ha ofrecido para conseguir tan santo y necesario propósito, acordó [el Reino] de suplicar a Vuestra Majestad fuese servido de mandar facultad para que se pudiese poner en efecto en las ciudades y otros lugares destos reinos que tuvieren comodidad para ello y lo quisieren hacer, sin obligar ni apremiar a ninguno”. Así es que Giginta fue respaldado por las Cortes para poner en marcha una propuesta en la que ya sí, claramente se hablaba de pobres verdaderos y pobres fingidos.
Inmediatamente se pusieron en marcha sus propuestas. La rapidez pudo deberse a que tuviera muy buenos contactos cortesanos, o que se los hubiera sabido ganar muy rápidamente. En cualquier caso, como digo, las propuestas de Giginta, animadas por un ambiente general de reformación moral que se vivía en aquellos años en la España de Felipe II, promovían desde un punto de vista teórico la apertura de “casas de misericordia” (edificios construidos en cruz para poder vigilar desde una “garita” central los brazos desde os que se extendían las galerías en las que se daba cobijo y se enseñaban oficios a los pobres, lo cual lo desarrolló más pormenorizadamente Cristóbal Pérez de Herrera), sino también la creación de un Hospital General en Madrid según el plan misericordioso anterior, así como también una “reducción” o concentración de hospitales: fusión de rentas, edificios y personal. Sobre ello se debatió en el Ayuntamiento de Madrid. Mas nadie ha encontrado documentos de la erección y funcionamiento de esas casas de misericordia, de donde se puede deducir que de lo propuesto en la teoría a lo llevado a cabo, medió un abismo.
Pero lo que sí es cierto es que a la altura de 1580, en palacio ya había conciencia de que el ejercicio de la limosna había de ser empleado también para el “recogimiento de los pobres”. Es decir, que no se les permitiera deambular por caminos y calles libremente. No digo, en absoluto, que antes no hubiera habido limosna dada desde palacio: se ha conservado el libro del limosnero de Isabel la Católica y es cierto que en la Corte había ese cargo palatino de limosnero mayor asistido por otros limosneros comunes. Lo que nunca había ocurrido era que la limosna fuera pareja a la supervivencia de un tan gran plan de hospitalidad. Digamos que se sistematizó el dar limosna y se propugnó recoger a los pobres, incluso catalogándolos.
Actas del Ayuntamiento
Por aquellos meses de 1580 el rey estaba muy mal de salud camino de Portugal, la reina murió contagiada por cuidarle porque había peste pulmonar y así podemos imaginar un cierto estado de exaltación colectiva. El otoño de 1580 fue, pues, dramático. La angustia, una angustia que no me sonó a nueva durante el COVID -y tal vez eso me ayudó a sobrellevarlo mejor- quedó reflejada en las Actas del Ayuntamiento de 9 de septiembre de 1580, en que se dio orden de “armar” camas para pobres en los hospitales de Madrid, así como se pedía dinero al rey y al arzobispo de Toledo (“hacer proveer de lo necesario, camas y ropas, médico y botica y bastimento ha de ser para tratar que en el hospital de la Corte se acrecienten hasta cien camas y las que se armaren ahora de nuevo ha de acudir la Villa a proveerlas como está dicho”); en las Actas de 12 de septiembre (“hagan llamar a los diez y nueve médicos que se han puesto por lista en este ayuntamiento y juntos les encarguen los pobres de las parroquias para que los curen”); en las Actas del 14 de septiembre de 1580 (una carta de petición de socorro al Consejo Real, “la extrema necesidad que a esta causa padecen los pobres, los cuales mueren en tanta cantidad sin ningún regalo y remedio que no se puede encarecer”); Actas del 19 de septiembre (“que todos los días que la imagen de Nuestra Señora de Atocha estuviere en Santa María se diga cada un día una misa solemne…” y “con la intercesión de la imagen de Atocha, se haga mañana martes y el miércoles dos precesiones con la misma imagen”); Actas del 23 de septiembre (“los 1.000 ducados que la Majestad de la Reina nuestra señora hizo merced ha parecido que será parte de ellos muy bien empleados en vestir pobres desnudos y será forzoso pagar deudas que la Villa ha hecho en confianza de estas limosnas en curar pobres enfermos muy necesitados”). Pasada la tormenta, se tomaron decisiones más pausadas que condujeron, al fin, a la creación de un Hospital General de Madrid, para recoger en él a enfermos, pobres y necesitados.
Casas de misericordia
Todo parece indicar que las circunstancias de lo cotidiano dieron al traste con la construcción de casas de misericordia y sólo se pudo recoger a algunos pobres, para darles caridad cristiana.
Pasado aquel latigazo, en la primavera de 1581 el Ayuntamiento de Madrid aceptó la orden real por la cual se habían de aplicar las propuestas de Giginta, aunque con algún pepitogrillo que avisaba de que no habría dinero suficiente solo con las rentas munciales. El 25 de abril de 1581 “el señor Corregidor dijo que ya a sus señorías de esta villa les es notorio el buen medio que el canónigo Giginta” ha propuesto al Consejo Real a las Cortes para que en ese Hospital “se recoja y reforme los pobres mendigos que son verdaderos y se castigue los que son fingidos y vagabundos”, aunque Madrid a solas no podría hacerlo, así que pedía ayuda financiera al Consejo Real y al rey.
Si se les recogía, se les recogía. Pero de ahí a levantar un edificio nuevo mediaba un trecho. En cualquier caso, las viejas ideas de 1526 de Juan Luis Vives, reformuladas ahora por este canónigo de Elna iban a poderse aplicar basándose sobre todo en la gran diferencia existente entre pobres fingidos y pobres verdaderos.
Se puso en marcha ese Hospital General, pero se puso en marcha a trancas y barrancas. No era un único edificio, sino que ocupaba dos casas en solares que hoy vendrían a estar en el Hotel Palace. Ciertamente, a la altura de 1588 la financiación no llegaba y los ¡900! pobres recogidos más el personal difícilmente podían subsistir, por lo que se empezó a plantear su cierre, en una historia más larga de lo que se puede decir en una sola frase.
Y de esta manera se llega al final de la historia, que fue en 1603. La Corte estaba en Valladolid. Lerma era todopoderoso y Madrid le estaba sumisa y entregada. Es lo que tienen los corruptores que tienen redes a su alrededor de angelicales tontos útiles.
A finales de 1602 el Duque de Lerma sintió un extraño interés por los alrededores del Hospital General que ocupaba una manzana muy apetecible, próxima a su casa. A primeros de octubre de 1602 el ayuntamiento de Madrid autorizó al duque de Lerma a que hiciera unas obras en palacio de la carrera de San Jerónimo, pero ya que iba a gastar dinero en beneficio del ornato de Madrid, sería la Villa la que correría con una parte de la inversión (¡!).
A partir de ahí, la sorpresa saltaba un día sí y otro también. Para engrandecer ese ornato que preconizaba el Duque, (8 de abril de 1603) “es necesario incorporar la calle que está entre la huerta del señor Duque y la casa del dicho Prior don Fernando […] se acordó que las callejuelas que toman todas las dichas casas y huertas se cierren y se le den al dicho señor Duque para que así mismo las incorpore y meta en la dicha su casa y huerta”. Hoy tal regalo se llama calle de Huertas. Además d elo cual, a costa del Ayuntamiento-sin-Corte “para abrir una callejuela que está sin salida que sale al prado frontero de las espaldas del Hospital General, que se acuerda que se abra…” Ese prado es el actual Paseo del Prado. Es decir, el Ayuntamiento regalaba unas calles al Duque, para que tuviera sus inmensas huertas. Pero eso tenía un problema: rozaba con las tapias de la casa del Duque el Hospital General. Así que “que se suplique a su Majestad sea servido de mandar que el Hospital General que es en ese [lugar se] quite de donde está” y (18 de abril de 1603) “el sitio a donde ahora está el Hospital General, se venda”.
Y aunque podría seguir haciendo alusión a escandalosos acuerdos municipales para agradar al gran ladrón, me quedo aquí: en 1603 se cerró un Hospital General para que un valido se hiciera su palacio en la que iba a ser la mejor esquina de Madrid tan pronto como volviera la Corte de Valladolid, que iba a volver aunque eso no lo supiera nadie salvo el Duque de Lerma.
El 12 de noviembre de 1603 se sacó el Santísimo del Hospital General y se llevó al Albergue, a donde también se trasladaron los pobres. Desde ese día quedó clausurado el Hospital.
De nuevo en 1636 se abrió un Hospital General, pero ya en otro lugar: en esa glorieta que, aún hoy, rezuma por todas partes ser espacio extramuros de la ciudad, aunque esté ya en el centro: Atocha.
Tal vez, alguna vez, escriba sobre Cristóbal Pérez de Herrera y sobre Pedro Rodríguez de Campomanes, su exaltación de la laboriosidad; o sobre Cristóbal de Robles y Domingo de Soto y el derecho a dar limosna y por tanto, a que existan pobres.
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