Escenarios
El Madrid del genial Gómez de la Serna, apóstol de la modernidad
Un recorrido por su rico espacio vital y los lugares que inspiraron su genio creativo, en los 60 años de su fallecimiento
Precursor de casi todo. Eso -y mucho más-, fue Ramón Gómez de la Serna. La modernidad del pensamiento en un Madrid que buscaba ser moderno. Una ciudad con la que el escritor y su peripecia vital forman un todo. Una creatividad que hoy nos parecería, quizá, irreverente e iconoclasta, pero que vista con los ojos de aquellos años, en los que él creció y alumbró sus creaciones, a sus contemporáneos les parecieron aún más «locas», con sus simpatías y sus coincidencias con el dadaísmo o el surrealismo.
El Ayuntamiento de Madrid, a través de su Biblioteca Digital, y en colaboración con Ricardo Fernández Romero, de la Universidad de Saint Andrews, ha impulsado un reconocimiento público del genial escritor madrileño mediante un recorrido por los espacios vitales y culturales que recorrió Gómez de la Serna. Él fue un pionero de las vanguardias en España, en su obra aparecen rasgos del Cubismo, Futurismo, Dadaísmo y Surrealismo. Y es que Gómez de la Serna participa con las vanguardias en la profunda antipatía que le produce una interpretación, digamos, tradicional, de la realidad.
Ramón Gómez de la Serna volcaba su perspectiva vital en los periódicos y revistas en los que escribió, como El Liberal, Ahora o La Esfera. Allí dejaba la impronta de su sensibilidad, como el paso del Madrid antiguo al Madrid nuevo, con la construcción de la Gran Vía como gran eje de “entrada” de la modernidad en el día a día de los madrileños. Esa «adoración» por el racionalismo en la arquitectura o una camisa bien cortada. Estéticas y sensibilidades que hoy calificaríamos de modernas.
Ramón Javier José Eulogio Gómez de la Serna nació en la calle de las Rejas, denominada ahora calle Guillermo Roland. Su padre, funcionario del Ministerio de UItramar tuvo que reconvertirse al perder España las últimas colonias. De ahí que los recuerdos del pequeño Ramón, de Madrid, Segovia o Palencia, vengan asociados a la peripecia profesional de su padre -y toda la familia-, de la mano del nuevo destino profesional al frente de registros y notarías, al tiempo que impulsaba su carrera política en la capital.
En esta guía singular el usuario va pasando desde el Madrid de su infancia en Teatro Real, a la plaza de Oriente o la Puerta del Sol. Unos escenarios de algunas de sus creaciones literarias, en las que, por ejemplo, en su artículo Bañistas de la Puerta del Sol, reclama el derecho de los madrileños a ir en traje de baño aunque no hay playa en la ciudad, retratando esos populares veranos tan calurosos en la capital. Un peregrinaje por los lugares que visitaba y que tanto les gustaban, donde fue feliz, pero también en los que sucedía su vida cotidiana, como el Café Pombo, en el que transcurrían sus tertulias. Una rica vida literaria que hizo también famosa en sus escritos. O los pequeños momentos más prosaicos, como sus paradas preferidas para beber cerveza por la zona de la plaza de Santa Ana.
En 1918 Ramón publica un abultado volumen titulado “Pombo”, que, ilustrado en abundancia, plasma la relevancia que daba a las tertulias literarias dentro de la vida pública artística e intelectual. Un lugar entrañable, situado en pleno centro de la capital de España, en el 4 de la calle de Carretas, casi esquina a la Puerta del Sol. En pleno centro de Madrid. Seis años después, en 1924, publicó una segunda parte bajo el título “La sagrada cripta de Pombo”.
Un espíritu escéptico, opuesto a los extremismos, ya fueran de derechas o de izquierdas, que no encajaba demasiado en aquella España que se radicalizaba por momentos. La República lo decepcionó, pues, a su juicio, fue instrumentalizada por todos aquellos que vieron la oportunidad de aprovecharla para hacerse con cargos en la administración. Con la misma gana despreció al nazismo. No en vano, en 1936, iniciada la guerra civil española, se exilió con su esposa en Buenos Aires.
Él se sentía atraído por el casticismo rompedor, por el Rastro que aglutinaba tantos y tantos personajes madrileños: por Casa Botín y su gastronomía tradicional o por la cultura y la “agitación” política que deambulaba por el Ateneo madrileño. Por las ciudades en definitiva. Más allá de Madrid también. Le le gustaba París. Y Nueva York. Y Lisboa y Buenos Aires, la última urbe que le vio con vida.
Sin duda Ramón, genial autor de las greguerías, sus breves composiciones sobre la vida y sus cosas corrientes, pasaría hoy también por un gran tuitero. No en vano esas greguerías, que él escribía, utilizando un sustantivo que se articulaba con el verbo ser y al que se le añade una metáfora, son la mejor manera de expresar pensamientos filosóficos, humorísticos, pragmáticos o líricos. Ejemplos hay muchos: ”Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte”, “Tocar la trompeta es como beber música empinando el codo”, “Las palabras son el esqueleto de las cosas por eso duran más que ellas”, “El nenúfar es una flor que se escapó de los árboles para navegar en las aguas”... y tantos y tantas más.
Un Ramón Gómez de la Serna que fue también un apóstol de la modernidad de lo viejo, de lo que ya nadie quiere, de lo que se desprecia. Él, con sus ojos visionarios, supo darle otra vida. Una nueva existencia que, incluso hoy en día, domingo tras domingo, muchos siguen llevando a cabo, alumbrando: el Rastro. Sintió interés por todo ese madrileñismo castizo y encontró, él que sabía «descubrir» otras vidas, una forma de renovar el costumbrismo que se había utilizado en su descripción en la metáfora del mercadillo de Madrid, al que dedicó su libro «El Rastro». Revivió el pasado de otros en el presente de otros tantos. Ese ahora donde los objetos infortunados y abandonados son salvados por su evocación lírica. Ese lirismo que él sabía descubrir.
En el relato de las deudas que España tiene con sus creadores, la de Gómez de la Serna no es pequeña. Por más que en varios momentos se intentara cumplir y dar luz a su legado. En la memoria queda la solicitud internacional para otorgarle el Premio Nobel de literatura, o los homenajes que en sus últimos meses se repiten, simultáneamente en España y Argentina, para rendirle honores.
A comienzos de 1963, un 12 de enero, como este enero en el que estamos fallece Ramón en Buenos Aires. El 23 de enero sus restos llegan a Madrid y desde entonces permanece enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres, en Atocha, muy cerca de su querido Rastro.
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