Nueva vida
De profesión, paseador de perros
Gastón Luzardo cambió la multinacional por el campo en 2018 y desde entonces se gana la vida al aire libre rodeado de mascotas
Segundos antes de que llegue, ya se escuchan los ladridos. Gastón Luzardo (Uruguay, 1970) aparece en una furgoneta blanca con una decena de perros a bordo una mañana nublada de esta semana en un descampado cercano al Pardo. Tiene pinta de montañero, bronceado y en forma. Es difícil saber qué aspecto tenía antes de 2018, claro, cuando decidió cambiar su puesto de delegado comercial de grandes cuentas en una multinacional por el campo, pero con mucha seguridad esta nueva vida le ha puesto mejor cara y le ha reducido el estrés. De recorrer 60.000 km al año en coche, Gastón ha pasado a cubrir centenares caminando cada semana.
Hoy le acompaña también Eva, una educadora canina a la que acaba de fichar porque el negocio está yendo bien. En una ciudad como Madrid, en la que hay censados casi 300.000 perros, una empresa como esta no puede salir mal. Pero para este uruguayo que lleva desde los 15 años en España el cambio de vida fue algo «natural e instintivo». No hizo grandes planes de marketing ni estudios de mercado para valorar el salto, él se tiró a la piscina sin más. El amor tuvo mucho que ver con la decisión, dejó Galicia por la capital y puso en marcha este proyecto nacido de la pasión en todos los sentidos del término.
Por diez euros el paseo, el dueño de un perro empadronado en La Moraleja o Montecarmelo puede respirar tranquilo en lugar de salir corriendo del trabajo cuando le muerda la culpa. Gastón recoge, pasea y devuelve al animal a su domicilio. Dice que la confianza y la transparencia son las bases de su negocio. Muchos clientes le dejan la llave de su casa y, sobre todo, le confían la vida de su mascota. Esto es lo que más le pesa. La responsabilidad de que no pase nada durante la caminata, en la que la gran mayoría de perros que lo acompañan van sueltos.
Entre interjección e interjección («¡Tormentita, pero qué comes!», «¡Mambita, cómo te has puesto!»), Gastón explica que «para muchos clientes, los perros son como sus hijos o aún más, y siempre digo que las desgracias que les pueden pasar a ellos, también me podrían suceder a mí». Nadie se libra de la amenaza de que aparezca un jabalí o de que un perro de raza peligrosa se cruce en su camino.
Su filosofía es que los ocho o diez perros que le suelen acompañar vayan sueltos, aunque para eso primero tiene que conocerlos. «Cuando me llaman, normalmente concierto una cita para explicar a los interesados cómo trabajo. Trato de entender cómo es el perro en cuestión, qué manías tiene, qué come, qué le da miedo. Lo más importante es saber si es estable emocionalmente».
La primera vez que junta al nuevo con el resto de la manada lo lleva con correa para ver cómo se comporta. Uno de los puntos fuertes de este servicio es que el perro puede socializar con otros, algo que no sucede cuando se le saca en ciudad atado. En esos casos los que suelen socializar son los dueños. «Lo cierto es que, conmigo, los perros hacen ejercicio de verdad. El paseo siempre acaba durando más de una hora. Muchos clientes me cuentan el cambio que experimentan sus mascotas desde que están conmigo. Me dicen que son otros».
Hoy se le ve en total control de la situación. Una vez que el perro coge la dinámica de estas salidas campestres todo va rodado. La cosa tiene su psicología: «Sé perfectamente qué perro me puede dar problemas y cuál no. Depende tanto de cómo sea el animal que si uno se pierde diez minutos, ni me inmuto, pero si es otro el que desaparece diez segundos, me pongo de los nervios».
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