Patrimonio
Aquí estuvo el origen del Real Jardín Botánico de Madrid
Hasta el traslado definitivo al céntrico paseo del Prado llegaron a atesorarse hasta 1.500 especies de la península ibérica y América en este lugar llamado Migas Calientes
El interés por la botánica y sus secretos tuvo la culpa. Y la época, la Ilustración, fue la pólvora que disparó la curiosidad científica en aquel Madrid del XVIII. Fue, allá por un 17 de octubre de hace 267 años, que Fernando VI funda por Real Orden el Jardín Botánico de Migas Calientes, una instalación modesta construida sobre una huerta en el terreno que hoy ocupan los Viveros de la Villa, junto a la carretera del Pardo. Un lugar alejado de la ciudad, con cierta dificultad para ser visitado por los trabajadores o los señores que debían, con sus fondos, colaborar en su mantenimiento. Al parecer, según dicen, el nombre de Soto de Migas Calientes lo tomó de un mesón que hubo la zona cuyo plato típico eran las migas, aunque ya antes de su fundación oficial, desde 1713, el terreno albergaba un pequeño jardín sembrado por el boticario francés Luis Riqueur. Dos años después de su creación, en mayo de 1755, empezó a acoger la enseñanza de la botánica bajo la dirección de los profesores José Quer y Juan Minuart.
La ubicación, como decíamos, fue uno de los lastres de este primitivo Jardín Botánico. Alejado de la ciudad, fue descuidándose con el tiempo hasta que, en 1781, Carlos III ordenó su traslado a su actual emplazamiento, en el Paseo del Prado, amparado dentro de un proyecto del que se encargaron los famosos arquitectos Francisco Sabatini y Juan de Villanueva.
De aquel emplazamiento de Migas Calientes nos han llegado planos fidedignos del gran cartógrafo portugués Pedro Teixeira. Hasta allí llegaron sus trabajos, en los que plasmó calles, plazas y callejas en aquella Villa y Corte. Unos servicios que fueron pagados por el llamado Bolsillo Secreto del Rey.
El primer ministro de Carlos III, el Conde de Floridablanca, fue uno de los principales impulsores de la mudanza al prado viejo de Atocha. Además de embellecer el proyecto del Salón del Prado, el nuevo Jardín Botánico pretendía convertirse en un símbolo del mecenazgo de la Corona con las ciencias y las artes, junto a los adyacentes Real Gabinete de Historia Natural -un edificio que daría lugar al Museo del Prado-, y Observatorio Astronómico.
No se conoce con exactitud el número de plantas que llegaron a cultivarse y cuidarse con mimo en Migas Calientes, aunque se cree que en sus inicios contaba con unas 2.000 plantas -la mayoría recogidas por el propio Quer en sus viajes por la península o fruto del intercambio con otros botánicos europeos- y existe un registro de 1772 que habla de unas 650 especies nuevas sembradas, de las que más de la mitad eran españolas. En años sucesivos y hasta el traslado definitivo al céntrico paseo del Prado llegaron a atesorarse entre 1.200 y 1.500 especies, incluyendo plantas de todas las provincias del país, además de la América española y de las colonias inglesas.
Una muestra del gusto y el interés por la investigación y el trabajo científico que alumbró el gran Real Jardín Botánico de Madrid, precursor también de otras instituciones y estudios, como los que ahora desarrolla el CSIC, pero que sin aquellos mimbres de Migas Calientes no habrían tenido un comienzo.
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