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Argemino Barro: «Trump es un aspirante a tirano»

El periodista y escritor, ahora corresponsal en Nueva York, acaba de publicar su tercer libro, «Mariúpol, última batalla» (Siglo XXI): una crónica sobre los tres meses de asedio ruso a la ciudad

El periodista y escritor Argemino Barro posa el pasado 25 de febrero en la Universidad Complutense de Madrid antes de la presentación de su tercer libro, «Mariúpol, última batalla». David JarPHOTOGRAPHERS

Este 24 de febrero de 2025 las portadas de los periódicos en papel y digitales están plagadas de reportajes sobre los tres años desde que empezó la guerra de Putin contra Ucrania. Argemino Barro (La Coruña, 1984) se sienta una cafetería de Tres Cantos, el municipio en el que vivió desde los 4 años hasta 2009, a charlar sobre su tercer libro, «Mariúpol, última batalla» (Siglo XXI): una crónica sobre el asedio a la ciudad ucraniana por los rusos. Barro, hoy corresponsal en Estados Unidos para El Confidencial, La Sexta y TVGA, llegó a Mariúpol en enero de 2022 y se marchó unos días antes de que comenzara la invasión de Putin. Luego volvió ese verano a recabar los testimonios de supervivientes y combatientes para su libro: que habla de los civiles, de identidades, de nacionalismo, de geopolítica, de historia, de la guerra.

Barro cuenta que quiso ser periodista porque creyó que eso unía sus tres pasiones: la historia, literatura y el cine. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y buscó una especialización, en su caso la del espacio post-soviético. En 2010 se fue a estudiar ruso, en 2013 acudió al Harriman Institute de la Universidad de Columbia, especializado en los estudios soviéticos. Cubrió la guerra del Donbás y en septiembre de 2014 ya se instaló en Nueva York como corresponsal. Este es su tercer libro tras «El candidato y la furia» (2017, La Huerta Grande), sobre la llegada al poder de Trump, y «Una historia de Rus (2020, La Huerta Grande), otra crónica de la guerra en el este de Ucrania.

La entrevista se realizó antes de la reunión entre Trump, Vance y Zelenski. Barro, en un intercambio de mensajes, la califica de «humillación» al presidente ucraniano y cree que esta «indica que Trump quiere deshacerse de él porque lo considera un obstáculo: para la paz rápida que busca y para la normalización de las relaciones EEUU y Rusia». Y añade: «A no ser que se restañe esta profunda herida, probablemente veremos una campaña de presión contra Zelenski y unas elecciones en Ucrania sin él como candidato».

¿Qué diferencias notaste los días previos a la guerra en 2022 con los del 2014?

Paradójicamente, en 2014, la gente tenía más miedo, porque la guerra era un fenómeno desconocido para ellos. La última guerra en Ucrania había sido la Segunda Guerra Mundial. Así que a no ser que tuvieras 85 años, no tenías una experiencia de la guerra. Entonces, para la gente era algo nuevo. En 2022, a pesar de que habían estado 8 años en guerra, se habían acostumbrado. Entonces no se creían que Putin fuera a invadir a gran escala. No se imaginaban un ataque sobre Kiev, ni siquiera Zelenski. Y por eso les pilló por sorpresa la gran mayoría, no tenían planes de evacuación, no tenían tampoco planes ofensivos demasiado eficientes, y los únicos que teníamos más inquietud en esa época de justo antes de la guerra en 2022, éramos los periodistas: porque veníamos de fuera con información, con con lo que decían los americanos. Y estábamos un poco más en alerta. Y esta sensación se daba sobre todo en Mariúpol, que era la zona más cercana al frente, a 20 km, que podían oír todavía pepinazos en el horizonte algunos días, pero eran los que estaban más tranquilos. Y cuando empezó la invasión a gran escala, la mayoría de la gente de Mariúpol se quedó pensando que se iba a arreglar: por una negociación en un par de días y ya está, y cuando comprendieron, como digo en el libro, la seriedad del problema, estaban cercados.

¿Cómo explicas esa ingenuidad o exceso de confianza?

Es una mezcla de emociones. Por un lado está la costumbre. Si sales a la calle un día de invierno, primero tienes frío. Pero a los 10 minutos ya estás acostumbrado. Pasa lo mismo con la guerra, con la riqueza. Luego está también el tema de la fatiga, el cansancio. Los ucranianos llevan toda la vida lidiando con Rusia. Han tenido momentos más amigables, pero ha habido mucha tensión, mucho roce, mucho dominio. Y estaban harto de tener que mirar a Vladimir Putin, qué ha dicho, qué va a hacer. Luego también el orgullo. Putin está intentando intimidarnos, va a dañar nuestra economía. Por orgullo voy a pasar de él, no le voy a dar ese lujo. Estos fenómenos se juntaron. Y luego también hay un factor racional: que los rusos habían acumulado tropas por el norte, sur y este de Ucrania pero no eran suficientes para invadir un país tan grande como Ucrania y controlarlo. Por ello no pensaba que fuera en serio. Si lo hubiera sido, los rusos, en lugar de tener 180.000 tropas acumuladas, habrían acumulado medio millón. Por ejemplo, Hitler invadió la Unión Soviética con 4 millones de soldados. Fue una mezcla de razones emocionales y lógicas.

En el libro se observa que existía una dualidad de identidades ruso-ucranianas en el este de Ucrania. ¿Eso se ha roto?

Hasta 2014, la mayoría de los ucranianos no tenían ningún problema en hablar ruso, sentirse medio ucraniano medio ruso. En el este sobre todo, donde tienen más vínculos sentimentales con Rusia o familiares. En el oeste eran más ucranianos con una tradición más nacionalista. En 2014 la agresión rusa hizo que muchos ucranianos tomasen una decisión: a partir de hoy voy a ser ucraniano y la cultura rusa está un poco en el trasfondo. Hablo ruso, pero soy ucraniano. Y a partir de 2022 ese fenómeno se ha acentuado y ahora ya es como «no quiero ni hablar ruso». De hecho, mucha gente que habló toda la vida ruso y ahora se esfuerza en hablar ucraniano. Y lo habla mal. Por ejemplo Zelenski, que es este nacionalista ucraniano según los rusos, aprendió ucraniano en la campaña electoral de 2019 con un profesor particular. Y hoy sigue hablando ucraniano con palabras rusas. Que los ucranianos más puristas se lo reprochan. Entonces la guerra ha seguido una especie de acicate de la identidad cultural. Es como un proceso de consolidación nacional a raíz de la agresión rusa. Por supuesto, hay excepciones, no todo el mundo es igual. Todavía queda un porción de prorusos en el este. Por ejemplo si miras el parlkamento, los partidos considerados prorusos desde 2010 a 2022 habían pasado de controlar la mitad de los escaños a controlar un 10 o 15%. Y un último factor es que el presidente Petró Poroshenko, el que estaba antes de Zelenski, había implementado políticas nacionalistas de refuerzo del idioma ucraniano, subvenciones a películas en ucraniano, etc.

¿Y qué sociedad puede quedar la zona tras un posible acuerdo de paz en términos identitarios? ¿Puede haber venganza, rencores? ¿Que habrá después del alto el fuego?

Es muy buena pregunta esa porque muy poca gente habla de eso. El último reportaje que hice en Ucrania sobre el terreno fue justo sobre eso. Dije: A ver, en este país hay como 2 millones de soldados movilizados. En 2023. 400.000 de ellos y 300.000 están en el frente, pasando las canutas, en las tricheras. Cuando vuelvan a su país, a sus casa, a lo mejor se las encuentran destruidas o vacías, a lo mejor encuentran una economía en ruinas, a lo mejor no tienen ayuda psicológica suficiente. A lo mejor no tienen médicos, fisioterapeutas que que traten las heridas. A lo mejor no tienen tampoco un país al que volver fortalecido. Y a lo mejor sienten que los aliados les hemos dado una puñalada en la espalda porque no hemos estado ahí para ellos en el momento de la verdad, sino solamente mandando armas, pero en cantidades suficientes para que se mantuvieran en pie pero no para ganar la guerra. Entonces todo esto se puede juntar y poder crear algún tipo de fenómeno político irredentista. Porque al final si tú miras a las guerras mundiales, los fascismos en Alemania y en Italia que son donde tuvieron éxito, en su punta de lanza son veteranos de guerra. Que dicen: hemos sufrido por este país, hemos sangrado por este país, nos han humillado, en el caso de Alemania. En Italia es un poco distinta, pero un poco va por esos tiros. Los escuadristas de Mussolini son todos veteranos de guerra curtidos en mil batallas, con cicatrices, traumatizados. Mussolini también presume de las heridas en la guerra. Hitler era un cabo también de la referencia alemana. No quiero hacer un paralelismo porque eso es muy grave. Pero hay que tener en cuenta que las dos guerras mal curadas pueden ser muy problemáticas. Entonces claro, lo ideal es una paz justa y luego una reconstrucción para que no haya un movimiento masivo de veteranos de guerra y de ciudadanos en general frustrados y con resquemor.

¿Y se puede lograr esa paz justa con esta dupla Trump-Putin?

Por poder se puede, pero no parece viable ahora. Creo que hay algunos obstáculos para la paz en Ucrania. Hay una asimetría de prioridades y especialización. Los americanos acaban de llegar al poder y no tiene una cartera de Ucrania. Los rusos llevan toda la vida en Ucrania, llevan años con la guerra. Putin está personalmente implicado. Para Trump, Ucrania es una molestia que zanjar y ponerse una medalla. Para Putin es todo y no va a dejar que se solucione de cualquier manera. Y esto es una ventaja para los rusos. Luego hay otro obstáculo, y es que Trump suele hacer las cosas de manera muy rápida y de manera muy efectista. Por ejemplo, la cumbre con Kim Jong-un, el dictador norcoreano: no dio ningún acuerdo de nada. También, la salida de los talibanes en Afganistán. La salida es con Joe Bien pero el que lo negocia es Trump. Y el otro factor es que en Occidente tenemos la idea de que la paz por territorios tiene sentido. Decimos: «Si le damos a Putin un 20% de Ucrania, pues estará contento». Pero Putin quiere más. Aunque no sabemos lo que quiere por que lo no ha dicho. Pero es muy probable que quiera hacer de Ucrania un estado vasallo, controlar la política interior y exterior, tener un gobierno títere. Por eso están insistiendo en las elecciones. Y además un factor filosófico es que Trump y Putin tienen una filosofía parecida a la hora de mirar al mundo: una del siglo XIX de reparto colonial, de esfera de influencia. En lugar un orden liberal con instituciones multilaterales. Eso también implica un acuerdo de paz muy favorable a Rusia y perjudicial para los ucranianos.

¿Son el ejemplo de la política de hombres fuertes?

Sí. Trump es un aspirante a tirano. Hace ocho años no hubiera dicho eso porque hay que ser cauteloso con lo que se dice. Pero ahora no tengo ninguna duda de que quiere ser un dictador, seguro. Porque que la única cosa que tenemos que saber de él es que ya tuvo el poder y no quiso entregar. Más prueba de eso no hay. Él admira abiertamente a Putin. Al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, lo humilla. Amenaza con aranceles a sus dos primeros dos socios comerciales, Canadá y México. Y con Putin, sin embargo, es maravilloso. A Zelenski lo llamó dictador. De Putin nunca ha dicho eso.