La historia final
"Catilina tomó la determinación de aplastar el Estado", Salustio dixit (I)
A Salustio se le copió a mano y entonces llegó el gran invento, la imprenta y aunque se le copió menos porque era más barato comprarlo impreso, se le siguió copiando, bien por gusto, bien por ejercicios escolares
Catilina (108-62 antes de Cristo) fue un traidor a la República de Roma, porque tuvo veleidades dictatoriales, esto es, ganas de terminar con la forma «popular» de organización de Roma. Su vida acabó en el campo de batalla, donde también terminó su golpe de Estado.
Dos han sido los textos clásicos que nos han contado la vida y fechorías -según esas fuentes- de este personaje. Por un lado, «La conjuración de Catilina» de Cayo Salustio Crispo y, por otro, las «Catilinarias» de Marco Tulio Cicerón.
La «Conjuración de Catilina» de Salustio se conoce en nuestro tronco cultural occidental desde la noche de los tiempos. Existen tantos ejemplares en la Biblioteca Nacional de España que este no es el lugar de mostrar los resultados de una investigación científica. Pero sí que puede merecer la pena detenernos en algún que otro manuscrito (algunos planos cinematográficos de «El nombre de la Rosa» son las imágenes que nos podrían acompañar ahora).
Estoy ante un manuscrito de la Biblioteca Nacional de España (el 10.089), tal vez del siglo XII, que no es muy grande porque mide sólo 18x12 y son 62 hojas en pergamino: ¿era así para ser manejable y transportable, o porque se gastaba menos pergamino y salía más barato? Contiene este antiquísimo manuscrito dos obras, como lleva pasando desde entonces, la «Bellum Catilinarium (h. 1-23v)» y la «Bellum Iugurthinum» (h. 23v-62), o sea, la «Conjuración de Catilina» y la «Guerra de Yugurta». El ejemplar no es estéticamente hermoso, pero no obstante lo cual, en él reposan 800 años de vida, está copiado por más de un amanuense, tiene tal cantidad de correcciones, añadidos, apostillas e interlineados que cada una de sus hojas nos proclama que ha sido manoseada, cotejada y a su manera reeditada a lo largo del tiempo porque había que leer a Salustio. En la hoja 32 un círculo representa el mundo imaginado-conocido por aquellas gentes de los tiempos de El Cid, o de San Isidro, o poco más acá: sí, un círculo partido en dos. En la parte superior, un castillo de dos torres y a su lado una enigmática palabra «Asia». La parte inferior, dividida a su vez en dos partes iguales, dos porciones equivalentes, a la izquierda «Europa», a la derecha «Affrica». La línea divisoria de la mitad superior y la inferior, es un río; como río es la línea divisoria de las porciones inferiores. Un dibujo cargado de simbolismo para aquel copista del siglo XII. También, como ocurre en tantos pergaminos, un agujero en la hoja 40v nos cuenta la historia de una picadura de un tábano (¡o vaya Vd. a saber el qué!) en el pobre animal que otrora vestía esa piel.
Me ha llamado también mucho la atención otro manuscrito, el 9.460, este acaso trescientos años más reciente, que perteneció a la biblioteca de los primeros condes de Haro, allá por el siglo XV, también manejable (22x15cms.), en pergamino, sin deterioros porque en los últimos quinientos años ha debido ser cuidado como oro en paño, y es, sin ser espectacularmente hermoso, muy bello: capitales en oro y colores, con decoración vegetal y las iniciales en azul y rojo. Está también subrayado, o cuando no, hay marcas de dedos índices dibujados que nos indican que a un lector le llamó la atención alguna afirmación de Salustio. Tiene, como el anterior de trescientos años atrás, las dos obras, la de Catilina y la de Yugurta.
A Salustio, por lo menos según los rastros que hay en la Biblioteca Nacional de España se le lleva leyendo por estos lares desde por lo menos, por lo menos, el siglo XII. ¡Algo tendrá!: Con un contundente «Omnes homines…» empiezan todas las copias desde entonces, hasta las ediciones más recientes, la de Gredos, 2024, traducción de Bartolomé Segura Ramos («Todos los hombres…»).
Imagino, ciertamente, a algún monje del que no nos queda ni su nombre, pero sí su letra (¡es fabuloso!) que pacientemente copió la «Bellum Catilinarum» de otro texto que era, obviamente, más antiguo. Y quien hiciera el anterior, se remontó un peldaño en la pirámide del tiempo y así sucesivamente hasta llegar a Salustio. Las copias, en pergamino, claro, se guardarían en los anaqueles de una biblioteca monástica y si no hubiera fuegos, inundaciones, robos o destrucción, allá dormirían siglos y siglos. Mas si un monje viajara, por los motivos que fuera, y para entretener su camino hubiera ido copiando o leyendo, aquella pieza cultural viajaría también, de esa manera, o de cualquiera otra, de un lado a otro, y no a tierras incógnitas ni a la China, sino al mundo cristiano, a su mundo cultural, que es el nuestro.
A Salustio se le copió a mano y entonces llegó el gran invento, la imprenta y aunque se le copió menos porque era más barato comprarlo impreso, se le siguió copiando, bien por gusto, bien por ejercicios escolares. No obstante lo cual, la primera edición de Salustio fue de 1470 por el veneciano Vindelinus de Spira y en la misma ciudad en 1474 por Johannes de Colonia y Johannes Manthen. En España, a donde el humanismo entró por Valencia, la primera edición es de Valencia, 1475. Luego, en 1491, Felipe Pinzi, que también era veneciano imprimió una edición hecha por Pomponio Leto que llevaba anejos unos comentarios del padre de la filología moderna, Lorenzo Valla. Había habido otra en 1483.
(Continuará)
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