Hazaña
Cómo es llegar la última del Maratón: "En las tiradas largas manda la cabeza"
La colombiana Sabina Blanco fue la última corredora en cruzar la línea de meta en Madrid el domingo
Sabina Blanco recorrió el miércoles pasado 8.000 kilómetros en avión, la distancia que separa Bogotá de Madrid. Los últimos 42 se los dejó para hacerlos corriendo. Con apenas 26 años, logró culminar su séptimo maratón, aunque este se le quedará grabado a fuego. Fue la última en cruzar la meta. Este periódico la estaba esperando para conocer qué hay detrás del último en llegar y, sobre todo, cómo se logra coronar sin tirar la toalla cuando nadie va detrás.
Sabina explica que desde el principio supo que la cosa estaba fea. Llevaba meses con una lesión de rodilla que apuntaba al menisco pero no quería dejar de venir a Madrid. Los largos entrenamientos en cinta (el último, de 32 kilómetros), las vacaciones y el dinero invertido, los ánimos de su entrenador, todo pesaba en la balanza para intentarlo. «La idea con mi ‘‘coach’’ era terminarla. La rodilla me molestó toda la carrera, así que me la fui planteando de diez en diez kilómetros y parando todo el rato para estirar».
En la lista oficial de los resultados su nombre aparece al lado del tiempo: seis horas y veinte minutos de sufrimiento. Sobre todo, la segunda mitad. Cuando la carrera se bifurcaba y los de la media enfilaban a recoger su medalla, Sabina se planteó la retirada. El de Madrid es de los maratones más duros del mundo por el enorme desnivel y si la rodilla flaquea se puede hacer insoportable. «En el 21 tuve ganas de abandonar, sabía que el madrileño es muy difícil, cada 500 metros sube y baja, sube y baja. Pensé que no iba a ser capaz de terminarlo».
Apretó los dientes y tiró para adelante. A pesar de las malditas cuestas, de ir sola, cansada y dolorida. El parque de El Retiro, a la altura del kilómetro 32, se le presentó como la boca del lobo. Son cinco kilómetros más oxigenados y verdes pero la animación y los gritos de apoyo caen en picado. «Ese tramo fue el más complicado. Iba corriendo completamente sola, aunque pensé que me tenía a mí misma y decidí que quería salir del bosque, que tenía que hacerlo. Una vez fuera ya estaba cerca del 39 y sabía que lo tenía hecho. Me llegaban al móvil los mensajes de mis mejores amigos y de mi entrenador desde la distancia».
Sabina nunca pensó que podría ser la última. Su mejor tiempo lo hizo en Miami, cuatro horas y diez minutos, y en septiembre pasado había hecho el de Buenos Aires en cuatro y media. De todas formas, se la oye más satisfecha por haber logrado terminar que pesarosa por el puesto. «El tiempo no importa, a no ser que seas muy competitiva. Este salió así por la molestia y, aun así, logré entrar en el corte. Sabía que no iba a ser mi mejor carrera».
Una vez recogida la medalla, pasadas las cuatro de la tarde, esta colombiana se juntó con amigos madrileños para comer un kebab. En su caso, cayeron tres. Como está acostumbrada a correr en ayunas, dice que el estómago no le suele dar guerra durante la carrera a pesar de que lo tiene muy sensible. Le basta con los geles y las sales minerales que lleva encima para ir reponiendo el enorme desgaste que supone esta distancia mítica. La noche anterior, eso sí, se había comido un plato enorme de pasta carbonara en un italiano de Conde de Casal.
Después de cinco meses sin una gota de alcohol, en la conversación que mantenemos al día siguiente dice que aún no ha roto el ayuno etílico. En pocos años, Sabina ha dado la vuelta a su físico gracias al deporte y ha pasado de pesar casi 80 kilos a los 56 de ahora. Sin embargo, no fue el sobrepeso el motor de que se calzara las zapatillas de correr. La enfermedad de su padre, que sufrió cáncer de próstata y ahora se encuentra bien, le motivó a empezar a participar en carreras solidarias. La mayor hazaña hasta la fecha (quitando la épica de Madrid) ha sido una competición de 60 kilómetros en la que invirtió nueve horas.
A esta joven que trabaja en Comunicación en Coca-Cola le gusta viajar y estar sola. Cuando corre no se junta con nadie porque, dice, se tiene que concentrar en el ritmo. «Sin lo que no puedo correr es sin la música. Para mí es fundamental. Escucho de todo, jazz, pop, hasta podcast. Por ejemplo, uno que va sobre el amor propio y que se llama ‘‘El espejo del caos’’». Y entre los libros que le resultan inspiradores destaca «Una mujer corre», de Bibiana Ricciardi. En sus páginas, la vida se plantea como una guerra en la que la mente es el general y el cuerpo, el soldado. «En las tiradas largas, todo es cabeza. Hay que escuchar al cuerpo, pero la que manda es la mente», concluye.
El próximo reto de Sabina Blanco será en diciembre. Cien kilómetros en El Cruce, otra competición histórica que cubre la distancia entre Chile y Argentina a través de los Andes.
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