
Universidades
A Don Winslow le gustan mis zapatos
Un relato sobre la prestigiosa historia de la Universidad de Alcalá

No eran zapatos, sino zapatillas. Rosas como un chicle y con cordones también rosas. Pero en una mañana lluviosa en Madrid, donde todo era gris y marrón y azul marino, supongo que a Don Winslow le parecieron preciosas. A mí siempre me lo han parecido. Lo que no sabía Winslow era que esas mismas zapatillas iban a pisar un rato después el mismo suelo que pisaron antes Elio Antonio de Nebrija y Francisco de Quevedo. Y Lope de Vega, Juan de Mariana, Jovellanos, Sepúlveda, San Ignacio de Loyola, Juan de Vergara. Que con ellos puestos me quedaría sin habla al cruzar el umbral del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
Ni idea tenía Don (yo ya puedo llamarle Don porque le gustan mis zapatos) de que aquellas Converse rosas cruzarían el Patio Trilingüe, que se acercarían al sepulcro del Cardenal Cisneros y andarían sobre las piedras que tantos premios Cervantes han pisado antes. Dice Winslow, ese al que le molan mis zapatos, que la gente hace cosas horribles por buenas razones. Pero también hace cosas maravillosas por los mejores motivos. Como unir fuerzas con sus vecinos para salvar un conjunto arquitectónico único y preservarlo hasta que volviese a él la Universidad, sin otro fin que el de salvar y proteger el patrimonio artístico, como hicieron los miembros de la Sociedad de Condueños en 1850, logrando que los estudiantes volviesen a llenar esos mismos edificios más de cien años después. Y hasta ahora.
Esta historia le hubiese encantado a Winslow, más que mis zapatillas, seguro. Porque es verdad que las personas hacen cosas horribles cargadas de buenas razones, solo hay que leer sus libros o los periódicos. Pero también hacen cosas extraordinarias por motivos admirables. Y esas historias merecen ser contadas y merecemos que nos las cuenten.
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