11-M

Dos enfermeros hermanados en la zona cero del terrorismo en España

María Ángeles Almazán y Alfonso Chamarro, sanitarios del Summa 112, estuvieron en Atocha aquel día. Ya no trabajan juntos, pero cada 11-M se acuerdan uno del otro

Nada más verse este pasado jueves en la base del Summa 112, en el madrileño barrio de los metales, Alfonso y María Ángeles se funden en un prolongado y profundo abrazo. Siguen siendo compañeros del Cuerpo sanitario madrileño, pero cada uno vive en una punta, y sus destinos laborales tampoco coinciden. «No nos vemos todo lo que nos gustaría», dice María Ángeles Almazán, hoy enfermera del Vehículo de Intervención Rápida (VIR) del Summa en la localidad de Valdemoro. Sin embargo, cada 11 de marzo, durante las dos últimas décadas, se escriben. Es algo casi instintivo. Hay muchas cosas que, cuando llegaron a la base aquella mañana de hace veinte años, sobre el papel una jornada más, desconocían que iban a suceder. Y una de ellas era que, al terminar el día, aquellos dos compañeros que se conocían de unos pocos meses acabarían hermanados. «Tengo a una hermana para el resto de mi vida, y ella me tiene de hermano», comenta por su parte Alfonso Chamarro, hoy enfermero en el Centro Coordinador del Summa.

Apenas eran unos veinteañeros entonces. Unos «críos» de 25 y 26 años. Aunque, en el fondo, todos lo éramos aquel día. Los madrileños nos sentimos indefensos. Jamás nos habíamos enfrentado a semejante barbarie... y los profesionales sanitarios tampoco. Pero mientras nosotros estábamos pendientes de las televisiones, radios y webs, ellos se adentraban en el epicentro histórico del terrorismo en España, aunque aún no lo supieran.

Algunos de los escasísimos chispazos de fortuna de la mañana fueron, primero, que en el Summa coincidieron el turno entrante con el saliente, por lo que los efectivos estaban al máximo. Además, por localización, tardaron poco más de cinco minutos en llegar a la estación de Atocha. Apenas dos kilómetros separaban la zona cero de los atentados de la base situada en la calle Antracita. La jornada de María Ángeles y Alfonso empezaba antes de las 8:00 horas. Si hubiera sido un día normal, habrían partido a su puesto habitual, en dirección al Centro del Summa en El Molar. Sin embargo, nada más llegar, vieron a sus compañeros corriendo de un lado para otro en el garaje. Mala señal. «Ha ocurrido algo en Atocha», les dijeron. Summa movilizó 18 UVIs móviles, siete vehículos de intervención rápida, los dos helicópteros, ocho unidades de atención domiciliaria y cinco vehículos con material extra.

11M. Testimonio de dos enfermeros del Summa 112. © Jesús G. Feria.
11M. Testimonio de dos enfermeros del Summa 112. © Jesús G. Feria.Jesús G. FeriaFotógrafos

«No sabían si era una colisión o una explosión. Tampoco sabíamos el número de heridos. No estaba claro. Sí que nos dijeron que nos dirigiéramos a Atocha y que subiésemos por Méndez Álvaro, porque la policía nos había abierto un camino», dice María Ángeles. Alfonso recuerda un detalle que le indicó que, fuese lo que fuese lo que había ocurrido, era algo grande. Un policía les preguntó si se dirigían a Atocha o a Santa Eugenia. Los enfermeros desconocían que se hubiera producido allí otra explosión. «Ni siquiera eran dos puntos que estuvieran cerca. Ahí entendimos que no solo se había dado una situación. Había más».

Lo primero que le llamó la atención a María Ángeles fue encontrar el vestíbulo de la estación del AVE de Atocha absolutamente vacío. Sin vida. Los hilos musicales de las tiendas aún sonaban, los cafés de las cafeterías estaban a medio beber sobre las mesas... «Era como una película de miedo. Todo era silencio. Había policías al fondo que te decían: ‘‘¡Por aquí!’’. Cogimos todo lo que pudimos: la mochila pediátrica, el respirador...». «El camino que recorrimos entre la estación del AVE y la del Cercanías, que es donde ocurrió el atentado, fue lo más impactante. Estábamos solos. Hubo sensación de miedo porque no sabíamos a lo que nos estábamos enfrentando», apunta Alfonso.

«¡Corra más!»

Los peores temores se confirmaron poco después, tras una segunda explosión. «¡Corra más, señorita! ¡Corra más!», le dijo a María Ángeles un policía que iba detrás de ella. «Yo lo intentaba, pero no me daban las piernas, por mucho que quisiera. Llevaba mucho peso encima». No había tiempo para recuperarse. Ya en el exterior, en la glorieta de Carlos V, comenzaron a tratar a los primeros heridos. En principio, eran los leves. Sin embargo, ya entonces, constataron que presentaban heridas graves. «Un policía municipal nos informó después de que la zona ya era segura y que podíamos bajar a las vías, que era donde estaban los pacientes más graves», señala Alfonso.

Fue ahí cuando bajaron al andén. En lo primero que repararon fue en los boquetes abiertos en los trenes. «Camine, camine, señorita. Aquí no hay nadie», le dijo un bombero a María Ángeles. «Mi labor era la de triaje, clasificar a los pacientes. Me hizo mucho más fácil mi trabajo», reconoce. La coordinación entre distintos cuerpos ante una situación inédita fue providencial aquellas horas. Además, la presencia tanto de la Policía como del Cuerpo de Bomberos dio a los sanitarios una tranquilidad difícil de canalizar en aquellos momentos críticos.

«Era como una zona de guerra. Había un número de pacientes graves tan elevado que no nos daba tiempo a visualizar demasiado el entorno. Íbamos de un paciente a otro, porque muchos gritaban pidiendo un médico», recuerda Alfonso.

De aquella incursión, María Ángeles recuerda caras, nombres, frases... «Son momentos en los que no sabes si tú estabas ayudando a los heridos, o ellos a ti. Había un señor que tenía toda la cara quemada. Y me dijo: ‘‘¡Y nos lo queríamos perder!’’. También hizo algún comentario del tipo: ‘‘Y yo con estos pelos’’. Me empecé a reír. Y era un señor que estaba grave. Espero que se recuperase».

El último herido al que trasladaron fue a las 10:20 horas. En algo más de dos horas, su trabajo había concluido. Fue otra de las contadísimas lecturas positivas de aquel día. Madrid contaba con profesionales de primera línea capaces de responder con celeridad ante una desgracia de tal magnitud. Pero también reseñan la solidaridad de los madrileños. «Había pacientes graves en hospitales que se fueron a su casa de alta voluntaria para dejar su espacio», dice Alfonso. «En la primera llamada, preguntando por las camas libres disponibles, el número era pequeñito. Veinte minutos después, eran más del triple. Gente que estaba pendiente de operarse se fue a su casa. Todas las camas de UCI se vaciaron».

11M. Testimonio de dos enfermeros del Summa 112. © Jesús G. Feria.
11M. Testimonio de dos enfermeros del Summa 112. © Jesús G. Feria.Jesús G. FeriaFotógrafos

En algún punto de Atocha, María Ángeles y Alfonso perdieron el contacto. La enfermera recuerda que, cuando lo volvió a ver, en la base de la calle Antracita, «se me cayó absolutamente todo. Me abrazó, me dijo que estuviera tranquila, que no pasaba nada. Fue un momento muy complicado para mí». En realidad, el día acababa de empezar para ellos. Su labor continuaba lejos del horror de Atocha. Aunque hubo compañeros que les dijeron que se fueran a casa a descansar y que ya les cubrían ellos, María Ángeles y Alfonso fueron a El Molar a hacer su turno habitual. Como si nada hubiera ocurrido.

Durante aquellas horas que pasaron en Atocha, los sanitarios no tenían tiempo para pensar en nada, salvo en una cosa: reducir los tiempos de respuesta lo máximo posible. Fueron los días posteriores cuando empezaron a digerir lo ocurrido. Cada uno necesitó su tiempo. «Todas las personas que estuvimos trabajando ese día tuvimos repercusiones psicológicas. Algunos más, otros menos. Tuve compañeras, por ejemplo, que no pudieron comer carne durante meses», dice María Ángeles.

«Los días posteriores no nos dio mucho tiempo a pensarlo», relata Alfonso. Y es que, de manera inmediata, el Summa 112 montó puestos de atención para los familiares de las víctimas en todos los tanatorios de Madrid. «Prolongamos nuestra asistencia sanitaria. En los entierros había crisis de ansiedad, mareos, situaciones muy dramáticas», añade Alfonso. Así, «de cara al público, no podíamos mostrarnos demasiado afectados. Necesitaban una respuesta por nuestra parte. Teníamos que aguantar el tipo para atenderlos de la mejor manera posible. Parecer duros».

Una experiencia así, ¿te reafirma en tu profesión o, por el contrario, te hace replantearte tu trabajo? «Decidimos que este era nuestro pan de cada día. Y así lo hemos hecho en estos veinte años. Me gusta mucho mi trabajo. Es donde quiero estar», dice María Ángeles.

«Nos preparamos para esto»

«Hay pequeños momentos de crisis. Meses posteriores al atentado podías tener una llorera que no puedes controlar y de la cual no sabes el motivo», explica Alfonso. Las conversaciones con los compañeros sobre lo ocurrido fueron de mucha ayuda. «Al compartirlo, veías que no eras el único. Pero es lo que dice mi compañera. En situaciones como la que vivimos, te reafirmas. Elegimos ser enfermeros y cuidar a los pacientes en cualquier tipo de situación». De hecho, hay compañeros que no trabajaron aquel 11-M, por turno, por vacaciones u otros compromisos, y que lamentan no haber podido estar. «Al final, nos preparamos para situaciones como la que vivimos. Para ellos, era casi peor el pesar de no haber estado allí, que el que pudiéramos sentir nosotros por enfrentarnos a lo ocurrido».

Este 11 de marzo toca mensajearse de nuevo. «Es mi ángel de la guarda», dice María Ángeles. «Ahora la tengo de hermana para el resto de mi vida», se reafirma Alfonso. Como dice el sanitario, todos los 11-M, «la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de ella a mi lado. Si no he recibido ese mensaje, me lanzo y se lo digo: ‘‘María Ángeles, me alegro de haberte conocido hace veinte años’’. Si hubiera podido elegir a alguien para estar allí, la habría elegido a ella».