Historia

Elna, una ciudad española hasta 1659 (Y II)

El Ayuntamiento de Madrid escuchó a Miguel Giginta, que escribió sobre cómo ayudar a los pobres a salir de la pobreza

«La sopa caliente del monasterio», de Josef Danhauser. Giginta fue uno de los primeros en proponer reformas sociales
«La sopa caliente del monasterio», de Josef Danhauser. Giginta fue uno de los primeros en proponer reformas sociales La Razón

Anduve la semana pasada por las calles de Elna antes de que desde ellas nos turbaran la paz institucional a los españolitos de hoy los independentistas con sus apolilladas amenazas, contra todos e incluso contra Catilina, que ya murió hace mucho.

Andaba digo paseando por allí y recordando a uno de sus hijos más ilustres, Miguel de Giginta, que escribió sobre cómo ayudar a los pobres a salir de la pobreza, para lo que abandonó su ciudad y acudió al rey, a Madrid y estuvo en Toledo, Granada y no sé si en Nápoles pregonando sus planes de reforma social.

En el ayuntamiento de Madrid se le escuchó e hizo mucho caso. En esto me quedé, justo cuando iba a hablar de sus textos. Insisto en que algunos de sus arbitrios permanecieron inéditos hasta el siglo XIX. Es el caso de «El canónigo Miguel Giginta para el remedio de los miserables pobres mendigos, Biblioteca Nacional de España, Manuscrito 18653-12 (editado por Hernández Iglesias, La beneficencia en España, 2 vols., Madrid, Imprenta Minuesa, 1876, pp. 1169-1176). Curiosamente, de este manuscrito hay dos copias en el Archivo General de Simancas junto a un impreso con variantes pues se dedica a Madrid (Cámara de Castilla, legajos 434 y 435).

Una de sus obras maestras (208 páginas) fue el Tratado de remedio de pobres, Coimbra, Antonio de Mariz, 1579 (antes de la incorporación de Portugal), del que hay copias en las Bibliotecas Nacional y de El Escorial, además de una edición moderna de Félix Santolaria Sierra, Barcelona, Ariel, 2000.

No se quedó atrás (160 páginas) con una reflexión general sobre lo insultante que es el que haya pobres y que es obligatorio al buen cristiano disfrutar del derecho de la caridad, como si a Cristo se hiciera en su Exhortación a la compasión y misericordia de los pobres y al conveniente remedio de sus cuerpos y almas para ayudar a salvar las nuestras, Barcelona, Sansón Arbús, 1583. He leído ejemplares de la Biblioteca de El Escorial.

También son otro recordatorio de todo su pensamiento las 236 páginas del Tratado intitulado Cadena de Oro, Perpiñán, Sansón Arbús, 1584, del que se conserva algún ejemplar.

Más raro, que sólo conozco un ejemplar en la Universidad de Barcelona, pero de precioso título es su Atalaya de la caridad, Zaragoza, Simón de Portonaris, 1587.

Y ya que el canónigo de Elna pedía el favor de Felipe II, nada como hacerle la pelota (perdón por la expresión): Discurso en prueba de que el glorioso Mártir San Lorenzo fue cardenal de la santa Iglesia de Roma, Zaragoza, Lorenzo y Diego de Robles, 1588. Conozco un ejemplar en El Escorial y otro en la biblioteca de la Universidad de Ginebra.

Y existe otra quejumbrosa reclamación de ser escuchado para exponer sus arbitrios en el Archivo de Simancas, 1577. Se le escuchó, le oyó hasta el arzobispo de Toledo, y el de obispo de Granada, puso en marcha albergues para pobres, intentó que se les redimiera de la lacra de la mendicidad dándoles dignidad por medio del trabajo… Dignidad por medio del trabajo. Y es que no hay otra. Acogimiento de los pobres. Aquel audaz canónigo no podría haber sobrevivido en el mundo de hoy. No habría entendido nada. Muchos de ellos (con el padre Mariana a la cabeza) pensaban que los impuestos no eran otra cosa sino un acto de latrocinio del ministro. De hecho a Mariana, octogenario, le montó un juicio un poco perverso el Duque de Lerma por sus opiniones vertidas en el tratado de la moneda de vellón (en el que denunciaba la estafa de la adulteración de la plata en las monedas de uso).

Giginta, como antes Vives, como luego otros más y luego los ilustrados y el liberalismo, no podía imaginarse un mundo en el que sólo se pudiese usar la caridad para remedio de los pobres. Y aunque se tuviera derecho a dar limosna (¡si lo negabas te podía interrogar la Inquisición por poner en duda un principio bíblico, una exhortación permanente de Jesús!) más debía el buen cristiano pelear por conseguir que, por medio de la instrucción, aunque fuera en recintos cerrados, se diera formación artesanal a los pobres mendicantes con tal que abandonaran la indignidad de limosnear y lo cambiaran por la exaltación del trabajo bien hecho. Y en todo caso, recogerlos para concentrarlos y concentrar la recaudación de las limosnas.

Y aquel canónigo de Elna, en el Rosellón, natural de Perpiñán, filosofó en tan hermosos parajes para llegar a la conclusión no de que España les robaba, sino todo lo contrario, que sólo desde las com-unión política se podría atajar el mal de la pobreza.

Su vida y obra la he clasificado en varias fases: la iniciática hasta el otoño de 1580; la dorada entre 1580 y 1584; la de retirada entre 1584 y 1588; finalmente, la gran hecatombe, el cierre del hospital en 1603 abierto en Madrid a sus instancias porque molestaba a la corrupción (todo lo anterior es sobre el siglo XVI).

En fin: en uno de sus textos alrededor de la leyenda en el escudo de la portada se leen dos versículos de san Mateo, 25: «Yd, malditos, porque tuve hambre y no me disteis de comer. Venid benditos, porque tuve hambre y me disteis de comer».