San Isidro
La ermita de San Isidro resiste más allá de la fiesta
Madrileños y visitantes mantienen viva la tradición: plegarias, agua "bendita" y una identidad que trasciende fronteras.
Aunque la pradera de San Isidro ha recuperado su silencio tras el bullicio de las verbenas, la pequeña ermita del patrón de Madrid sigue siendo un imán para fieles y curiosos. Lejos de apagarse con el final de las celebraciones, la devoción por el santo labrador resurge en estos días de resaca, cuando las chulapas guardan los mantones y los organillos callan. La magia persiste, ahora sin colas interminables ni aglomeraciones, pero con el mismo fervor que ha unido a generaciones.
Una devoción sin calendario
"Nos apetecía más venir ahora que hay menos aglomeración", explica Ira, quien junto a su familia recorre la capilla para conocerla en detalle. Mientras la explanada recobra su verdor tras el pisoteo de miles de botas, la cola para entrar a la capilla —construida en el siglo XVI por orden de Isabel de Portugal, consorte de Carlos I— no cesa. La leyenda del agua milagrosa que curó las fiebres del emperador y su hijo sigue atrayendo a quienes buscan bendiciones.
Entre los visitantes, aún se ven trajes de chulapo, que se reusan a guardarse en el armario. "Las fiestas deberían haber durado unos días más", bromea un hombre con chaleco y parpusa mientras espera a sus amigas en la fila. No son los únicos: decenas de estudiantes recorren el entorno en visitas guiadas, escuchando cómo San Isidro, según la tradición, hizo brotar un pozo para salvar a su hijo Illán. La historia se mezcla con el murmullo de botellas vacías que se llenan en la fuente.
Fe, historia y un refrán que perdura
La ermita, reedificada en el XVIII, resiste como símbolo de una identidad que no entiende de fechas. Mientras el sol ilumina los frescos barrocos del interior, un grupo de jubilados recita en voz alta el lema que resume el orgullo de todo madrileño: "De Madrid al cielo… pero ¿para qué quiero ir al cielo, si en Madrid tengo todo lo que quiero?".