Historia

Este es el origen del Broadway de la Gran Vía de Madrid

El pionero Teatro Fontalba llegó a contar con maquinaria eléctrica y hasta butacas con dispositivos para sordos

Este es el origen del Broadway de la Gran Vía
Este es el origen del Broadway de la Gran VíaLR

Madrid es espectáculo y diversión. Y si miramos a la Gran Vía lo es desde hace mucho tiempo. Desde su creación. Un espacio para el teatro y los musicales desde hace decenas de años. En eso, entre los pioneros, estaba el hoy desaparecido Fontalba, uno de los primeros teatros en la Calle Gran Vía de Madrid, a la altura del número 30 de esa céntrica calle de la capital. Fue encargado al arquitecto José López Sallaberry en 1924 por Francisco de Cubas -marqués de Cubas, y más conocido por su otro título de marqués de Fontalba-. Un nombre que se hizo tremendamente popular con el teatro.

Imagen de hoy en día
Imagen de hoy en día LR

Con los cambios políticos y la guerra que asoló España en los años treinta, durante la Segunda República tomó el nombre de Teatro Popular, recuperando el original tras la contienda civil. El edificio, que ha sufrido varias remodelaciones, como veremos, perdió la sala teatral en 1954.

Así las cosas, la obra, dio comienzo en 1919 y finalizó en 1924, se asignó en principio a Teodoro de Anasagasti y a su suegro José López Sallaberry, arquitectos que antes habían colaborado en el vecino edificio Madrid-París, todo un referente constructivo en aquel Madrid que pugnaba por crecer. Fue levantado en el segundo tramo del entonces llamado Bulevar de Pi y Maragall. El todo Madrid acudió a su inauguración cuando se abrió al público el 20 de octubre del año 1924. El día del estreno una obra de un Premio Nobel olvidado, Jacinto Benavente, tuvo el honor de abrir el escenario. Se representó «La virtud sospechosa». Todo ello antes de que concluyese la construcción de los dos edificios de viviendas que flanqueaban el teatro, y que había que rentabilizar la inversión con las entradas del público en el nuevo teatro.

Con un aforo de 1.400 espectadores, fue en su época uno de los primeros de Europa en instalar servicios de alumbrado en su interior. Disponía de salón de té en la primera planta, además de bar en el segundo piso. Por tener merece la pena resaltar el dato de que en las primeras filas de butacas había dispositivos para sordos, que podían ser solicitados al pagar la entrada con un pequeño cargo en el precio general.

A pesar de todo no fue este teatro Fontalba popular y su inicial objetivo de ser un gran referente del mundo de la comedia fue degenerando, cayendo en el recurso folclórico cuando, muerto Fontalba en 1937, sus herederos vendieron el local tras la guerra civil.

Una lástima lo que, por aquel entonces le aguardaba al edificio, una joya arquitectónica y de interiores, pues se perdieron los materiales con los que se levantó, como mármol, bronce cincelado, caoba y terciopelo azul. Un proyecto innovador encajado entre dos bloques de viviendas más altas y coronado con una escultura que también cayó en el olvido.

Aquel alarde constructivo y de materiales, ejemplo de la cultura de aquel Madrid fue derribado a mediados de los años cincuenta. En su lugar -y ante la falta de normativa para proteger el patrimonio arquitectónico- Blanco Soler levantó un geométrico rascacielos donde se ubicó el Banco Coca, elevándolo por encima de sus vecinos adyacentes.

Aquel teatro, que disfrutaba de una gran amplitud de escenario, con una anchura en la bocaescena de 12 m, que se ensanchaba hasta 19’2 m en los hombros, flanqueados por veintidós camerinos individuales con recibidor y ducha, y tres comunes para secundarios y comparsas fue derribado por la piqueta. La bola también acabó con lo diseñado por el decorador belga M. Sacé en estilo Luis XVI, con revestimientos de «mármoles, bronces cincelados, caoba y terciopelo azul», con el telón de boca tejido por la Real Fábrica de Tapices y otro de entreactos pintado por el escenógrafo Higinio Colmenero con una reproducción del tapiz «La danza de las ninfas». Por no hablar de la novedosa maquinaria escénica, que incluía baterías eléctricas y reflectores, para reproducir los efectos luminosos atmosféricos y asociar el cinematógrafo a la escena. Todo un alarde innovador.