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Joaquín Franco, el último fotógrafo de la Gran Vía: "El móvil ha matado la fotografía"

El último fotógrafo de la Gran Vía relata cómo ha cambiado la profesión en los últimos años

Joaquín Franco, propietario del último centro tradicional de fotografía en Gran Vía.
Joaquín Franco, propietario del último centro tradicional de fotografía en Gran Vía. Gonzalo Pérez

¿Tener la capacidad de hacer algo es lo mismo que saber hacerlo bien? Yendo al estudio de Joaquín Franco (Madrid, 1938) esta pregunta se contesta sola. Le encontramos cámara en mano. Un instrumento que nada sabe de filtros, ni de Photoshop, ni de selfies. Tampoco quiere saber, aunque lo cierto es que, hace unas semanas, no le quedó otra que meterse de lleno en el mundillo de Instagram. La influencer Laura Escanes entró por la puerta de su estudio de fotografía en la plaza de los Mostenses para pedir unas fotos de carnet, y, como ella misma escribió en su publicación, al final fue ella quien le pidió una foto a él. “Fue muy maja. Claro, entran y ven el trato, el resultado de la foto y que cuesta lo mismo que un fotomatón de la calle y alucinan”, asegura Joaquín, que conserva la naturalidad y la gracia de quien lleva toda una vida haciendo lo que le apasiona.

De hecho, casi lleva tres vidas haciéndolo. Su negocio comenzó hace más de un siglo, con su abuelo. Atravesamos el mostrador, plagado de retratos de rostros conocidos, y nos muestra una foto de su abuelo, en 1916, ya armado con su cámara a la entrada del parque de El Retiro. “Al morir mi abuelo, le siguió mi padre. Y, después, el oficio pasó a mí, así que somos tres generaciones de fotógrafos”, explica. Por su estudio han pasado desde medios de comunicación hasta famosos de todo tipo, de ayer y de hoy: Lina Morgan, Amparo Muñoz, Nino Bravo, Blanca Suárez, Inma Cuesta, Carmen Sevilla, Concha Velasco, Adriana Ugarte…

“Tengo 85 años, así que todos esos llevo de profesión”, dice Joaquín, quien recuerda haber estado en muchos de esos momentos, junto a su padre y su abuelo, aprovechando la mejor formación: la de la experiencia. De hecho, no le hace falta más que un disparo para dar con la foto perfecta. Nada de cientos de intentos para salir bien en el selfie. “Tengo la medalla de oro al mejor fotógrafo nacional”, dice, aunque si de algo se muestra orgulloso es de haber retratado a Ava Gardner. Aunque reconoce que, a veces, retratar a alguien no es algo sencillo. “Hay gente que se tensa mucho, hasta el punto en el que le tengo que decir ‘oiga, que no soy el dentista, soy un fotógrafo’… porque así no les puedo hacer la foto”, asegura. “A veces les mando a tomarse una tila y que, cuando estén relajados, que vuelvan”. Una vez, recuerda, llegó un hombre mayor al estudio. “Le pedí que se subiera al taburete, y me fui un momento a buscar algo. Cuando volví a la sala estaba de pie encima del taburete, y me dijo que le había costado mucho subirse… ¡Pero si yo quería que se sentara!”.

Joaquín tiene mil y una anécdotas como esta que ha ido acumulando a lo largo de los años. Pero, sobre todo, es muy consciente de cómo han cambiado las cosas con los nuevos medios y el auge de las redes sociales. “Cuando yo era niño, a mi padre le entraban 100 rollos para revelar en la mañana de un lunes normal. Hoy, seguimos revelando, pero de dos a tres por mes”, dice, convencido de que ha sido el móvil lo que “mató la fotografía”. “Ahora un selfie nos vale, y ya parece que no necesitas la máquina”, añade con cierta nostalgia.

“Soy el último fotógrafo que queda en esta zona. Entre los años 60 y 80, de Montera a Gran Vía había casi una decena de estudios. El día que yo ya no esté, se acabó”, afirma.

De hecho, Joaquín lleva en este local 42 años, y también ha podido ser testigo de cómo ha cambiado el comercio. “Antes estábamos nosotros solos y una agencia de viajes. Ahora hay muchos comercios chinos”, dice, y nos revela su secreto: “La clave para seguir aguantando es, simplemente, que hago muy buenas fotos”. Es más, no va a parar de hacerlo: “En un día malo atendemos a unas 100 personas, que vienen de Madrid y alrededores. Estas cifras son inimaginables en toda España”. Y la pasión de Joaquín no cesa. “Yo pienso morirme con la máquina en la mano”.

El secreto de las mejores fotos

El secreto de Joaquín para hacer tan buenas fotos es un aparato que inventó su padre en la década de 1940 a base de luces colocadas de forma estratégica. «Tiene un rebote en la parte trasera que dispara un flash que hace que la fotografía quede inmaculada», explica, «así que no hacen falta ni filtros de Instagram ni Photoshop ni nada de eso». Asegura, además, que siempre es muy cuidadoso. «El cliente se sienta, yo le acomodo el pelo, la ropa, y, mientras, voy viendo el ángulo es el suyo, porque todos tenemos uno mejor que otro, para indicarle como debe colocarse. Cuando veo que es él y está cómodo, disparo, y no me hace falta más. Esa experiencia solo te la dan los años».