La historia final

Leonor de Cortinas, la madre de Cervantes, y el rescate de sus hijos (II)

Aquella pobre gran mujer que murió en la primera semana de noviembre de 1593, entre 1575 y 1580 compareció en diez ocasiones, que tengamos constancia, ante seis escribanos diferentes; seis veces sin su esposo y cuatro veces firmó documentos haciéndose pasar por viuda

La carta escrita por la madre de Cervantes
La carta escrita por la madre de CervantesLa Razón

Hace unos días empecé a contar muy sintéticamente las pesadillas que conoció Leonor de Cortinas, la mujer-madre de Cervantes para conseguir el dinero para rescatar a sus hijos Miguel y Rodrigo. Las idas y venidas por los despachos de Madrid fueron muchas. En 1576 se le concedieron 30 escudos por hijo para cooperar al anhelado recate. Pero era una cantidad insuficiente…

A lo largo de diciembre de 1576 el Consejo de Castilla hizo el abono efectivo del dinero para el rescate que Leonor, a su vez, entregó aun mercedario (fray Jorge del Olivar) que iba a Argel a rescatar. Sin embargo, comoquiera que treinta escudos por cabeza fueran insuficientes, Leonor se decidió a vender todos los bienes familiares. A su vez, el tiempo pasaba y no se había producido el rescate, por lo que el Consejo de Cruzada exigió la devolución del dinero, o la ejecución de la deuda en Getino de Guzmán. Leonor hubo de suplicar para que ésta no se produjera. Llegados los frailes y el dinero a Argel, resultó ser insuficiente para rescatar a los dos hermanos. Miguel dejó partir a Rodrigo. Él se quedó en Argel. Corría el mes de agosto de 1577: 106 cautivos fueron liberados. Miguel, no.

A la altura de junio de 1578 Magdalena, la hermana, había entregado el dinero de su dote para salvar a Miguel; la familia había logrado reunir más dinero contante y sonante y un pagaré. Todo eso se entregó de nuevo a los mercedarios, para poner en marcha una nueva intentona que fracasó.

Volvieron a dirigirse al Consejo, esta vez de Guerra, con nueva documentación que en parte fue escuchada. A Leonor se le dio una licencia de exportación de mercancías. La mujer tuvo que buscar mercaderes que trocasen la licencia en artículos. Obviamente, estos se quedarían una parte proporcional del intercambio. Todo el dinero se achicaba siempre. Había pedido 8.000 ducados, el Consejo de Guerra le otorgó 2.000, entregó 250 a los mercedarios fray Juan Gil y Antonio de la Bella. A ellos se les dijo que Miguel era “manco de la mano izquierda, barbi rubio”.

Finalmente, el 22 de mayo de 1580 fray Juan Gil y fray Antón de la Bella se hacen a la mar desde Valencia en las galeras Santa María y Santa Olalla. Al mismo tiempo, en Argel ya han puesto a Miguel de remero para llevarlo a Constantinopla. Fray Antón de la Bella volvía a Valencia con 108 rescatados. Tampoco volvía Miguel. Fray Juan Gil siguió con sus negociaciones que…, ¡al fin dieron fruto!

La conocida como “Acta de redención” de Cervantes lleva fecha de 19 de septiembre de 1580 (Archivo Histórico Nacional, Códices, 108). Hubo una especie de original de cuya autenticidad se dudó casi siempre, en la Real Academia Española, hoy perdido, pero expuesto en 1948 y fotografiado en 1956. Llegó a la Academia por una donación de 6 de febrero de 1918.

La pesadilla había tocado a su fin. Se había dejado una parte de la juventud y de la vida entre batallas y cadenas. Pero en su prolija inteligencia, todo aquello no sería baladí. Por falta de espacio, no puedo reproducir aquí los textos de Cervantes que querría, pero te recomendaría que acudieras a “El amante liberal” cuando narra las alegrías de los cautivos que vuelven a salvo y sanos a la patria; o por supuesto, Quijote, I-lxi (“Ya a vista de España…”) y Quijote, II-lviii (“La libertad, Sancho…”).

En definitiva, Leonor de Cortinas, aquella pobre gran mujer que murió en la primera semana de noviembre de 1593, entre 1575 y 1580 compareció en diez ocasiones, que tengamos constancia, ante seis escribanos diferentes; seis veces sin su esposo y cuatro veces firmó documentos haciéndose pasar por viuda.

Resulta admirable, que aquella mujer que no era analfabeta, y que vivió cada día de su vida sometida a un calvario, resulta admirable –digo- que se metiera en actividades que alcanzaban empréstitos públicos, compras y ventas de bienes, préstamos y contrataciones con mercaderes con pleno y cabal derecho, que mintiera sobre su estado civil, que trastocara la realidad de las heridas de sus hijos.

Esa mujer, matriarca en el siglo XVI. Discreta. Luchadora. Corajuda. ¡Ay, Dorotea, de Quijote, I-xxxviii!