Crítica de cine
«Mapa»: La geografía del amor
Dirección, guión y montaje: León Siminiani. Fotografía: Juanma Nogales. España, 2012. Duración: 85 minutos. Docudrama
Lo decían Deleuze y Guattari en sus célebres, monumentales «Mil mesetas»: «Hacer el mapa y no el calco (...) Si el mapa se opone al calco es precisamente porque está totalmente orientado hacia una experimentación que actúa sobre lo real». Es lo que hace León Siminiani con su propia experiencia de lo real, que no es otra que su biografía: transformarla en ese mapa de primeros besos que dibujaba Denis Lavant en «Boy Meets Girl», en esa topografía sentimental que construye la identidad del que mira. Y la identidad cambia, porque es un relato fluido, con sus puntos de giro y sus tres actos, sus clímax dramáticos y sus puntos muertos.
Consciente de que todos los cineastas del yo se han convertido antes en personajes de su propia vida para encontrarse a sí mismos (o para desencontrarse definitivamente), Siminiani empieza su periplo existencial hacia la India después de quedarse en el paro, compuesto y sin novia. Empieza un viaje que es, también, la historia de cómo contar una historia, nuestra historia: cómo delineamos los planos de la casa, qué diseños desechamos, qué muebles antiguos aprovechamos (imágenes de su corto «Límites: 1ª persona» y de un vídeo doméstico con su ex), hacia dónde dirigimos nuestra mirada, en qué fantasías nos escudamos para habitarla solos o acompañados. Siminiani no elude ningún modelo: aparece Chris Marker para abrazarse con Woody Allen o Eric Rohmer y, bajo la apariencia entrópica de su singular investigación, el amor se revela como la fuerza de la memoria que lo empuja todo, que lo reorganiza a su antojo, que lleva a Siminiani, ya transformado en náufrago en su propia película, en una ciudad fantasma plagada de imágenes y notas clavadas con chinchetas en un corcho, a preguntarse por dónde volver a empezar, montando y remontando a ritmo vertiginoso, sin parar de reflexionar en voz alta sobre el camino tomado.
Las palabras «autoficción» o «experimento» pueden asustar a cierto tipo de público, que, injustamente, se perdería una película ágil, divertida, melancólica, tremendamente accesible, que se abre al espectador con la generosidad de un diario íntimo que todos deberíamos aprender a reescribir. «Mapa» es un buen ejemplo de un cine español fresco, estimulante, expresión perfecta de las posibilidades del digital, que nace en las cunetas de la industria a la espera de que alguien se tome la molestia de darse cuenta de que existe. Sí, el cine español existe y se llama «Mapa».
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