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Medio Ambiente
Noreena Hertz, economista: «¿Con quién crees que prefiere pasar tiempo tu abuelo? ¿Con un robot que habla como tú o contigo?»
Ejecutivos de Nueva York que alquilan amigos por 40 dólares la hora. Consultores de Los Ángeles que se dejan su sueldo en arrendar un abrazo. Ancianas de Japón que cometen delitos para ir a la cárcel y estar acompañadas por otras reclusas. Jóvenes a los que el aislamiento les lleva al suicidio. Hombres que se sienten más cómodos teniendo sexo con un robot que con una mujer de carne y hueso... «La soledad es la gran crisis de este tiempo», alerta la economista y académica inglesa Noreena Hertz, quien en «El siglo de la soledad» (Paidós) desmenuza las causas que han llevado a que las personas se sientan cada vez más aisladas a pesar de que cada vez hay más tecnología.
¿Qué causa la soledad?
Las pantallas, sobre todo, los teléfonos inteligentes, la emigración masiva a las ciudades –que no están diseñadas para que las personas sean felices y conecten entre ellas, sino para que sean productivas– o la falta de unas políticas públicas adecuadas son las causantes de esta gran crisis.
¿Qué ha sucedido?
Con el neoliberalismo se puso el acento en lo individual frente a lo colectivo y al mismo tiempo perdieron perdieron valor conceptos como la solidaridad o la generosidad, la compasión se desvaneció y dejó paso a la competitividad y a la agresividad, se dio prioridad a las relaciones económicas y se incrementó el consumo de tecnología; todo esto se ha traducido en un mundo más solitario.
Hay quien diría que la tecnología nos conecta más...
En cierto modo, sí. Yo no estoy en contra de la tecnología ni pretendo liderar un movimiento «antitecnológico» ni que regresemos al pasado. La tecnología tiene sus pros: podemos llamar a nuestros seres queridos, organizar quedadas o realizar entrevistas por videollamada, como ahora mismo. Pero coincidirás conmigo en que no es lo mismo que si nos hubiéramos podido conocer en persona, en tres dimensiones. Nos miraríamos más a los ojos, veríamos los gestos de la otra, empatizaríamos más, entendiéndonos a otro nivel.
Sí, coincido.
En persona, se activan aquellas partes de nuestro cerebro que están dormidas cuando nos escribimos por WhatsApp. Ese es el problema: que las personas ya no se llaman, se mensajean. Incluso cuando están conversando presencialmente, distraen la atención de su interlocutor para concentrarse en su móvil. Por ejemplo, he estudiado a adolescentes que se ven incapacitados para pedirle salir a una chica cara a cara, pues se han acostumbrado a relacionarse a través de escuetos mensajes escritos o por las redes sociales. Sin ir más lejos, mi sobrina de 13 años es capaz de pedir una pizza a través de la app del restaurante, pero luego le da pánico atender en pe rsona al repartidor.
En su libro entrevista a personas solitarias en diversos países, que llegan a comprar afecto...
Entrevisté a un ejecutivo que se mudó a Los Ángeles para trabajar. Se sentía tan solo que alquiló a una chica para que le abrazara. No era nada sexual. Solo necesitaba afecto y compañía. Después quiso más y más y recurrió a otras mujeres que también arrendaban su cariño. Comprar afecto no era barato. Este hombre acabó viviendo en su coche y guardando su comida en la nevera de la oficina para poder costear los abrazos de alquiler.
¿Y los robots? ¿En algunos casos son buena compañía?
Los robots se han convertido en los mejores amigos de muchos ancianos, especialmente en Japón, pero jamás sustituirán a sus hijos o nietos. ¿Con quién crees que prefiere pasar tiempo tu abuelo? ¿Con un robot que se parece a ti y que habla como tú o contigo? ¿A quién quiere realmente abrazar? No, no veo en esto una alternativa terapéutica sino todo lo contrario. Es una perversión del cariño. Los robots también se han convertido ya en los mejores amantes para gente que ya no sabe relacionarse ni sexual ni sentimentalmente con otras personas. La soledad produce ansiedad, depresión y, finalmente, puede llevar al suicidio.
¿Qué piensa de futuros entornos virtuales como el Metaverso de Zuckerberg?
Que serán peligrosos para nuestra salud física y mental si no se diseñan y utilizan bien. Cuando tu cuerpo pasa a ser un avatar, puedes ser quien quieras, hacer lo que quieras, decir lo que quieras, insultar, amenazar o enamorarte de alguien que no existe porque no tendrá consecuencias en el mundo real. Por lo tanto (y por lo pronto), el Metaverso tendrá que estar legislado y adoptar herramientas propias del mundo real, o acabaremos todos yendo a psicólogos (y esperemos que estos especialistas no sean también avatares).
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