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Economía circular
El curioso viaje de la botella que vuelve a tus manos: así funciona una planta recicladora
Los envases que tiramos al contenedor amarillo emprenden una intensa travesía hasta convertirse en materia prima
A veces no reparamos en ello. Sin embargo, la botella de agua que acabas de comprar emprenderá un viaje largo, muy largo, hasta regresar a tus manos. Lo más seguro, es que lo haga convertida en un nuevo producto. Para ello hay que depositarla en el cubo destinado a los envases de plástico de tu hogar. Un gesto que se repite en 4 de cada 5 hogares en España, según el estudio ‘Hábitos de reciclaje de la población española’ de Kantar para Ecoembes.
La segunda parada en su travesía será el contenedor amarillo, con el resto de envases de plástico, briks y latas. Un camión recogerá su contenido y lo descargará en una planta de selección. Allí la separarán y acabará «apiñada» en una bala junto a los envases que fueron creados con el mismo material. Este bloque será transportado a una empresa recicladora homologada. En su interior sucederá, por fin, el «abracadabra». Convertirán la bala en granza reciclada, una suerte de lentejas mágicas que la industria utiliza para fabricar una gran variedad de productos plásticos.
«La granza son unas bolitas de plástico achatadas con las que los fabricantes pueden crear de todo: una botella nueva, un envase de yogur, una percha, una tubería de riego, bolsas de basura, cajas de almacenaje y hasta muebles de jardín», explica David Eslava, presidente de la Asociación Nacional de Recicladores de Plástico (Anarpla). Hay granza virgen, que puede crearse desde cero, o reciclada, que es la que se produce con lo que llega desde las plantas de selección.
Al optar por comprar granza reciclada, el fabricante que crea el nuevo producto contribuye a consumir menos recursos naturales. De hecho, el uso de granza reciclada implica hasta 14 veces menos de emisiones de CO2 y ahorra dos millones de toneladas de carbono al año, según el informe de Plastics Recyclers Europe, la asociación de recicladores plásticos a nivel europeo. «Esto trata de eso, de reducir las emisiones y cerrar el círculo de la economía circular. Porque una empresa que transforma residuos en granza logra que esa botella –que cualquier envase de plástico virgen– se haga casi infinita», señala Eslava.
La granza conserva las propiedades del plástico del que proviene. Si la granza es de PET –polietileno, que es el habitual en botellas de agua o aceite– puede convertirse convertirse en otros productos como gafas de sol o fibras textiles. El PEAD es el material con el que, por ejemplo, se hacen los envases de detergente o lejía, y puede transformar se en juguetes de playa o toboganes infantiles. Por su parte, con la granza del film de las bolsas de patatas fritas aperitivos se podrán crear nuevas bolsas y con la del plástico mezcla, como el de los envases de yogur se pueden hacer sillas de plástico.
El viaje que emprende un envase dentro de una fábrica recicladora para convertirse de nuevo en materia prima es cada vez más sofisticado y cumple estándares muy exigentes. «Siempre que un consumidor introduce un envase en el contenedor amarillo va a una planta de selección que los separa por tipo de polímero. Ese material llega a las empresas recicladoras, donde hacemos un proceso de selección con sensores infrarrojos. Después, se lava. A grandes rasgos, se limpia todo lo que no debería estar en ese flujo, como las etiquetas de los productos y los restos de comida, purificando el plástico. Después, se trituran el plástico y comienza la extrusión: el polímero se funde y se filtra para acabar haciendo granza», las bolitas finales de plástico reciclado.
Con las nuevas tecnologías, se pueden modificar sus características para hacerlas, por ejemplo, más resistentes al calor. También se pueden añadir aditivos para darles color y olor. «La gente que no conoce el sector no se hace una idea de la tecnología que tiene una planta de reciclado. Actualmente, en Eslava (la empresa de David, que fundó su padre) estamos metiendo dos cámaras con Inteligencia Artificial para afinar la selección de objetos y utilizamos infrarrojos con mejor detección, lo que permite un filtrado más fino en las extrusiones», destaca. Esto permite obtener envases para uso alimentario. O, lo que es lo mismo, que de un envase de yogur, pueda hacerse otro envase de yogur.
España, bien posicionada
En España hay 426 empresas recicladoras homologadas, de las cuales 78 están dedicadas a la transformación de plástico. «Nuestro país tiene el mayor ratio de reciclado de plástico per cápita de Europa y el segundo país del continente en capacidad de recuperación de este material, solo por detrás de Alemania. Tenemos un sector muy maduro, de 40 años, formado principalmente por empresas familiares, con una capacidad de reciclado muy alta», detalla Eslava. Pero hay un problema de suministro de material.
«El consumidor tiene que saber que su papel es fundamental. Porque todo lo que se mete en el contenedor amarillo llega a la planta y se convierte en un nuevo producto; todo. Lamentablemente, no nos llega todo el plástico que debería llegar», indica. Hay varios motivos por los que no acaba en el contenedor amarillo. Por un lado, el littering o la basura abandonada incorrectamente en lugares inadecuados, como el suelo o los entornos naturales. Y, por otro, están los residuos que no se han separado de forma correcta y se han depositado en los contenedores que no les corresponden.
El mensaje es claro: la recuperación de los materiales, base de la economía circular, no sería posible si no fuera porque el reciclaje es una labor que ya forma parte del hacer cotidiano de la mayoría de los hogares españoles. En 2022 cada ciudadano separó 27 kilos de envases de plástico, latas, briks y envases de papel y cartón en los contenedores amarillos y azules y en las papeleras de colores ubicadas en parques de ocio o estaciones de transporte, entre otros. En total se reciclaron más de 1,6 millones de toneladas de estos envases, un 3,6% más que en 2021, según datos publicados por Ecoembes.
Gracias al reciclaje, se ahorró el consumo de 21,46 millones de m3 de agua y de 6,72 millones de MHW de energía, además de evitar la emisión de 1,69 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera. Y ahí termina el viaje, no sin su moraleja: cada gesto cuenta para que esa botella de agua vacía, vuelva a tus manos.
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