Indios y vaqueros
¿Murieron con las botas puestas?
La verdadera historia de la muerte de Custer y la aniquilación del 7.º de Caballería en la batalla de Little Bighorn está envuelta en las brumas del mito... y del celuloide. Pero, ¿qué sucedió en realidad?
La historia de la batalla de Little Bighorn (25-26 de junio de 1876) es la de una victoria y una derrota. La primera, porque se trata del mayor triunfo de los nativos de las Grandes Llanuras sobre el Ejército de los Estados Unidos; la segunda, porque desencadenó sobre los vencedores –la coalición de lakotas y cheyenes de los carismáticos Toro Sentado y Caballo Loco, que se negaban a trasladarse a una reserva y deseaban seguir viviendo en libertad– la ira del Gran Padre, el presidente Ulysses S. Grant. La batalla de Little Bighorn, mitificada como ninguna otra en la historia estadounidense, constituye el canto del cisne de los sioux lakotas, el más poderoso de los pueblos indios de las Grandes Llanuras.
La expansión hacia el Oeste de una nación que buscaba nuevas tierras y riquezas tras la Guerra de Secesión chocó de pleno con la firme voluntad de unos pueblos nativos que vivían de la caza del bisonte y para los cuales carecía de sentido hablar de fronteras. Para doblegarlos, el Ejército se vio obligado a librar una guerra cruel en un territorio hostil; una contienda que acabó con una forma de vida ancestral y que abocó a los antaño orgullosos lakotas a convertirse, como sus vecinos, en un pueblo sedentario. Uno de los militares estadounidenses que participó en la contienda, el general de brigada George Crook, que simpatizaba con los nativos, llegó a declarar ante un periodista: «No me extraña, y es probable que a usted tampoco, que cuando los indios ven a sus mujeres y a sus hijos morirse de hambre y cómo les arrebatan sus últimas fuentes de alimento, se dispongan a luchar. Y entonces nos envían a nosotros allí a matarlos. Es una atrocidad».
Los indios lucharon, y tras rechazar al propio Crook en la batalla de Rosebud, alcanzaron en Little Bighorn su mayor victoria, un triunfo que no habían buscado, pues fueron atacados por el 7.º de Caballería del coronel interino George Armstrong Custer allí donde se creían a salvo, en un valle protegido entre riscos en cuyas estribaciones nació uno de los grandes mitos de la conquista del Oeste y de la historia estadounidense. El célebre óleo de Edgar Samuel Paxton que acompaña esta página, aunque muy bien documentado en varios aspectos, refleja una visión heroica del fin de Custer y sus hombres que los análisis arqueológicos del campo de batalla han desmentido. El cuerpo del coronel fue hallado, en efecto, en la cresta de la colina que lleva su nombre, con un disparo en el pecho y otro en la sien izquierda. Sin embargo, los indios no se arrojaron sobre los soldados en enjambres ululantes como muestra el lienzo.
Los guerreros lakotas y cheyenes castigaron a los hombres del 7.º a distancia, y cuando muchos, incluido el propio Custer, habían muerto ya, arrollaron a los supervivientes en una carga que los llevó al colapso. Rey Cuervo declaró años después: «Los abrumamos [...] y los matamos a todos. Mantuvieron un buen orden y lucharon como buenos guerreros mientras quedó en pie al menos uno». Otros testimonios dan fe del evidente pánico que se apoderó de los soldados. Halcón de Hierro explicó que «disparaban como hombres borrachos, tirando de forma descontrolada al suelo, al aire, en todas las direcciones». La aniquilación del batallón, en cualquier caso, no concluyó en la colina de Custer, pues un grupo de soldados trató de escapar y fue eliminado con facilidad. Gran Castor recordó que: «Quince o veinte soldados se levantaron y comenzaron a correr hacia el río, barranco abajo. No dispararon, y los indios a caballo los mataron a todos».
La opinión pública estadounidense quedó impactada por la derrota de un ejército moderno a manos de los que consideraban unos salvajes primitivos. En realidad, el combate no fue tan desigual. En las fechas de Little Bighorn, los sioux y los cheyenes contaban con numerosas y variadas armas de fuego, obtenidas de sus enemigos o mediante el contrabando: carabinas de repetición Henry y Winchester, fusiles de palanca Sharp, mosquetones y pistolas de avancarga, carabinas de cerrojo Springfield y revólveres Colt. En Little Bighorn, sin embargo, los arcos siguieron constituyendo el arma india principal en el combate a distancia, pues permitían a los guerreros disparar a cubierto contra sus enemigos a gran velocidad. En el cuerpo a cuerpo, amén de lanzas, echaron mano de mazas, cuchillos e incluso sables. Los soldados, en cambio, habían dejado los suyos en el depósito de Powder River y carecían de armas para el combate cuerpo a cuerpo, más allá de sus revólveres.
Los guerreros victoriosos capturaron los guiones de las cinco compañías que habían cabalgado con Custer. Cada guion, de 70 x 83 cms, contaba con treinta y cinco estrellas a pesar de que, en junio de 1876, la Unión contaba con treinta y siete estados. Las regulaciones de 1876 así lo dictaban, con toda probabilidad para agotar el stock de guiones producidos durante la Guerra de Secesión, que siguieron expidiéndose hasta 1883. Además de las cinco banderas tomadas del batallón de Custer, otras dos del de Reno y la bandera personal de Custer cayeron presa de los indios.
Para saber más...
- «Little Bighorn» (Desperta Ferro Historia Moderna n.º 49), 68 páginas, 7 euros.
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