Terrorismo
El asesinato de Gregorio Ordóñez imposibilitó el triunfo democrático de la derecha en el Ayuntamiento de San Sebastián. La derecha vasca había sufrido un acoso permanente en todas sus siglas con docenas de asesinados entre sus dirigentes, afiliados, simpatizantes y meramente posibles votantes. El fin cruento del joven dirigente guipuzcoano fue diferente. Gregorio Ordóñez, concejal de 36 años de San Sebastián, se había convertido en el símbolo de la renovación y el despegue de un nuevo discurso de la derecha en el País Vasco.
Su militancia se inició en Nuevas Generaciones de Alianza Popular en 1977, cuando el asesinato del padre de un amigo le sirvió de espoleta para intervenir en la política de la ciudad donostiarra. La beligerancia contra la violencia fue uno de los puntos que pronto más resaltaron de su personalidad. La tenacidad y una incansable capacidad de trabajo estaban labradas en el ejemplo de su familia, de origen humilde, emigrantes españoles en Venezuela de donde retornaron, estableciéndose en San Sebastián, donde regentaban una lavandería. Estudió periodismo en la Universidad de Navarra, y después de una breve etapa laboral en este campo, decidió entrar en política local.
En 1983, con 24 años se convertía en concejal de su querida ciudad. Desde 1987, su labor diaria de contacto con la ciudadanía de la calle le llevó a la obtención de tres concejales. En el ayuntamiento donostiarra le fue confiada la delegación municipal de turismo y festejos, siendo uno de los responsables de la recuperación turística de la buena imagen de la Bella Easo. En 1991 lo será de urbanismo y Teniente alcalde, con lo que se puso a prueba su disponibilidad para los demás, traducido en un contacto permanente con los ciudadanos anónimos, a los que dedicaba su tiempo, mientras se tomaba un café con ellos, buscando la mejor solución a sus problemas, aquello le proporcionó una gran cercanía con la sociedad local.
También su carrera le había dado un trato estrecho con la Prensa, su vocación política provenía de un sentido del deber forjado en una catolicidad que le hacía ver su vida pública como un servicio a los demás. Desde su vuelta a la ciudad donostiarra había acudido con asiduidad al club juvenil del Opus Dei, donde le enseñaron a crecer en santidad con el trabajo ordinario. En julio de 1990 su vida se enriqueció a nivel personal con su matrimonio con Ana Iribar, con quién tendrá un hijo.
Esta capacidad de liderazgo le convirtió en un revulsivo dentro de la AP vasca, convirtiendo al pequeño partido en una fuerza local de importancia y a su líder en un protagonista de peso en la vida municipal donostiarra. Su prestigio le llevó a ser en 1990 parlamentario de la cámara vasca, miembro de la Junta directiva nacional del Partido Popular, nueva denominación que había adoptado AP, presidente provincial del partido y teniente de alcalde de San Sebastián.
Simpatizantes de la formación conservadora llegaron a decir que la existencia electoral del partido se debía al liderazgo local de Gregorio Ordóñez y su intensa entrega a la política local donostiarra. Su combatividad política contra el alcalde socialista y la lucha por descubrir corrupciones y los topos que ETA pudiera tener dentro de la institución municipal le llevó a convertirse en una persona con un gran apoyo popular, por encima de las simpatías políticas.
Cuando el 19 de enero de 1995 fue proclamado candidato a la alcaldía de San Sebastián, la posibilidad de que el PP pudiera ganar una capital de provincia vasca era totalmente alcanzable, según las encuestas, después de 18 años de intensa vida pública del joven político. Sin embargo, cuatro días después, ETA decidía evitar con su asesinato que una formación derechista a través del carisma de Ordóñez pudiera regir una ciudad vasca. En el bar La Cepa de la parte vieja de San Sebastián, era asesinado por los sicarios de ETA, Valentín Lasarte, Javier García Gaztelu y Juanra Carazatorre.
Su asesinato causó espanto en la vida política vasca y la facilidad de realizarlo estuvo en el mantenimiento de una vida “normal”, pero intensa en relaciones sociales. Desde su muerte, los cargos municipales de los partidos constitucionalistas tuvieron que vivir una vida marginada de la sociedad, protegidos por sus guardaespaldas. La muerte de Gregorio fue el fin del espejismo, de la posibilidad de que la derecha vasca pudiese alcanzar algún triunfo electoral de forma democrática.